Ésta es la nave en que pernoctamos en Rabanal del Camino. Estaba repleta de muebles antiguos, entre los cuales encontramos acomodo para nuestras cosas (se puede apreciar la nunca suficientemente bien ponderada escalera-tendal). Yo dormí con mi cabeza introducida entre las patas de una silla, supongo que para proteger mi cabeza durante la noche. Se puede observar a Santi buscando inspiración para escribir en el diario y a varios piñones descansando después de la dura jornada dentro de sus sacos.

El problema al ir con un grupo tan numeroso es que nunca sabes si te van a dar sitio en el albergue, sobre todo porque este tipo de peregrinos siempre suelen de ayudarse de algún medio para llevar el material (como se puede comprobar a partir de Cebreiro, con multitud de grupos de scouts y demás variantes, con sus autobuses, furgos y remolques de apoyo reglamentarios). Nosotros siempre hemos sido peregrinos pata negra, de los que cargan a su espalda todo lo necesario, y además íbamos a nuestro ritmo, sin prisa alguna, disfrutando del paisaje. No entrábamos en la competición por conseguir cama y agua caliente en que se transforma este circo a partir de Astorga. Así que chupamos mucho suelo, que no es tan reparador como una cama pero se agradece si no hay otra cosa.

Este día me vinieron a visitar dos antiguos peregrinos, Iván y Mariano, que tenían (sobre todo el primero) una cuenta pendiente con el célebre cocido maragato, que se empieza por la carne (2º plato)  y se termina con la legumbre y el caldo (entrante). Me alegró bastante su compañía, sobre todo porque sirvió para reverdecer viejos laureles y chascarrillos, como el inolvidable vino con gas, la batalla de la Ñ y otros eventos del año anterior.