En Villadangos dormimos todos fuera, sobre todo para poner a prueba la efectividad de nuestros sacos y poder ver las estrellas convenientemente. A mi la idea no me hacía mucha gracia el año pasado pero este año prefería dormir fuera a soportar sinfonías de ronquidos de otros peregrinos, que ya sabemos que no pueden evitarlo pero sí que "evitan" que muchos descansemos como merecemos. Y ante la estupefacta mirada de muchos de nuestros compañeros de peregrinación cogimos las cosas y salimos fuera. Como se puede observar en la foto, los "hombres" del grupo supimos defender a "nuestras mujeres" y las situamos en el núcleo central, lejos del alcance de las viciosas manos de los desaprensivos del lugar y de los peregrinos peligrosos, como el Hombre del Saco.

En algún sitio tiene que quedar recogida la peripecia vital de este prohombre del camino, este individuo del que no tengo foto no tanto por no haber querido como por haber temido las consecuencias de ser sorprendido en el acto de tomarla. El caso es que, según la historia que contaba a todo aquel que quería escucharle, un día entró en un cajero automático y se "encontró" 50000 pelas. ¿Qué hizo este buen hombre? Lo que toda persona con dos dedos de frente haría. Se corrió una buena juerga y con lo que sobró se compró una mochila pequeñuca, un billete para Burgos y comenzó a realizar la peregrinación. ¿Por qué se le conocía con este apodo de Hombre del Saco? Sencillo. Llevaba un saco tan grande que no le entraba en la mochila e iba con el colgando de una de sus manos. Alu cinante.

Mi saco sí que era de competición y no tuve ningún problema para dormir en cillos. Incluso en ciertos momentos pasé bastante calor y tuve que sacar en alguna ocasión al exterior el brazo para refrigerarme convenientemente. Y entre estrella fugaz y estrella fugaz tuve tiempo de recordar los tiempo en los que los alienígenas campaban por este mundo alejado de la mano del Señor y se dedicaban a realizar experimentos sexuales con los individuos que abducían.