Las diez de últimas


Foto de grupo en el Obradoiro

Voy a escribir esto con el corazón sin dejar que la cabeza tome el control de la situación por un sólo momento. No sé lo que acabaré escribiendo, lo que sí sé es que me saldrá de lo que en el fondo soy. 

Me siento bien por haber podido llegar hasta Santiago, y puedo decir que fue duro. Por muchos motivos, algunos expuestos en mi narración; otros están implícitos en ellas; unos pocos han sido obviados. Sin embargo es difícil reflejar aquí todo lo aprendido durante el mes de Camino, todo eso que se llama El Espíritu del Camino, quizás porque la reflexión profunda no sea lo mío, quizás porque tampoco crea que existe un Espíritu del Camino. Odio las frases hechas que supuestamente encierran un hondo sentido y que, después cuando las rascas, dejan ver que están completamente vacías. Pero creo que no es el caso. Existe un sprit du chemin.  Pero todos los que lo hemos hecho somos distintos, tanto en nuestras percepciones como pensamientos, y cada uno comprendemos dicho espíritu de diferente manera, independientemente de que lo hayamos podido (o querido) alcanzar. 

Yo no sé lo que siente un Sarriero cuando emprende el Camino a sólo 106 km de Santiago con el único fin de conseguir la Compostela. Al final tendrá el papel enmarcado en el salón de su casa  y podrá decir que es un peregrino. Pero yo no puedo considerarle como tal. Tampoco puedo llamar así a aquel que, sin sufrir ningún tipo de discapacidad física, antes de subir el Cebreiro le deja la mochila al Jato para que se la lleve hasta arriba. Hay que comprender lo que cuesta subir hasta tal cima con tus propios medios y con el apoyo moral del resto de Peregrinos. Son los malos ratos lo que te ayudan todavía más a valorar realmente los buenos momentos. Puedo entender que alguien que no tenga de un mes de vacaciones opte por salir de Astorga o Ponferrada, pero no me pidas que comprenda que repita al año siguiente desde el mismo sitio porque le encantó la experiencia. Las cosas hay que empezarlas desde el comienzo, que es así como adquieren su verdadero sentido. Y no me pidáis que hable sobre los sinmos, las albondiguillas, los coches de apoyo y los autobuseros.

A pesar de esto que he comentado, pienso que todo el mundo aprende algo. Independientemente de dónde empiece o cómo haga El Camino. Y eso es lo positivo de la experiencia. Existe algo inherente que a algunos nos ayuda a ser un poco mejores y a concocernos un poco más, aun cuando volvamos a casa volvamos a comportarnos como los mismos "hijos de puta" de siempre (como acertadamente nos indicó un peregrino chicano camino de Rabanal). Y por mucho que los componentes de la peregrinación apócrifa sepulten con su ruido la tonada del Camino, son incapaces de apagarla por completo ni hacernos olvidar su melodía (en la soledad de Castilla se aprecia tan bien que muy pocos podrán olvidarla jamás). Incluso ellos son capaces de captar parte de ella en el maremagnum que se convierten los últimos días de peregrinación.

Una vez soltado todo este rollo macabeo patatero, voy a lanzarme con mi nulo estilo habitual a la piscina. Para mí El espíritu del Camino se resume en dos aspectos. Uno más metafísico, en cierto modo oblicuo y esquivo, que esconde en su interior y a la vez muestra el significado de la experiencia. Lo importante no es llegar a Santiago. Lo realmente importante es hacer El Camino. El otro, el que realmente enriquece tu perspectiva, el aspecto sin el cual sería imposible pensar en aguantar la navegación hacia un objetivo tan lejano, son Los Peregrinos. Son los que te ayudan en los momentos difíciles. Son los que te hacen El Camino más llevadero, compartiendo contigo cualquier experiencia, idea, objeto material o sentimiento que puedes necesitar para seguir adelante. Son los que te hacen reir cuando estás triste. Son los que te animan cuando estás desanimado. Son los que te azuzan cuando estás cansado. Son lo que te meten en la cabeza que un Peregrino no tiene derecho a nada por el mero hecho de serlo. Son los que te hacen ver que por mucho que este mundo parezca una mierda realmente no lo es.

Y además te lo pasas de cine. Tan bueno resulta todo que rápidamente olvidas los malos ratos y la llamada nostalgia caminera surge de vez en cuando en la vida de todo Peregrino que se precie de serlo. Yo voy a repetir. Seguramente, cuando dentro de muchos años llegue el momento de jubilarme, lo haga en solitario para encontrar mi nuevo lugar en el mundo. Y entre este momento y ése alguna vez me podré otra vez en marcha para descubrir aquello que en el verano del 2000 hallé y el ruido de mi vida cotidiana ha ido sepultando en lo más profundo de mi memoria. ¡Buen Camino!

¡A parir panteras!