El árbol de saliva Relatos que contiene:
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Brian Aldiss es uno de los grandes iconos de la ciencia ficción actual, con una obra variopinta y compleja que abarca gran variedad de estilos, temáticas y calidades. El árbol de saliva es su colección de relatos más significativa de su etapa iniciática, antes de que se diese un baño en la new wave y cambiase bastante sus maneras narrativas. Y como casi siempre que se habla de una colección de relatos estamos ante un conjunto un tanto heterogéneo donde la calidad es muy variable. Sin duda, el plato fuerte se encuentra en la novela corta que le da título, que ganó el premio Nebula de novela corta en 1965 con razón, porque a pesar de su escasa originalidad mantiene el interés hasta el mismo final. Se desarrolla en una granja en plena campiña inglesa junto a la cual, una noche, cae un objeto del espacio. Este hecho extraordinario trastorna la vida de sus habitantes más allá de lo concebible cuando los seres vivos que se encuentran a su alrededor comienzan a crecer y multiplicarse de forma desaforada. El protagonista contempla preocupado este hecho no sólo porque ese espectacular desarrollo viene acompañado de una enfermedad que empobrece la calidad de la carne y los vegetales, sino por la extraña aparición de una presencia invisible que acecha desde un segundo plano y que está relacionado con el objeto caído del cielo. Como puede imaginar el lector avezado, El árbol de saliva es una actualización de El color que cayó del cielo de Lovecraft, al que Aldiss aporta un carácter diferente. Escrito para celebrar el centenario del nacimiento de H. G. Wells (que aparece en la historia a través de las cartas que le envía el protagonista), se plantea como un sentido homenaje a ambos maestros, mezclando con acierto el horror incognoscible que trastorna un ambiente rural con el romance científico que plantea al final una explicación racional a lo que ocurre. Si sólo fuese por esto estaríamos ante un pastiche sin demasiada trascendencia. No obstante Aldiss es capaz de aportar a la historia unas gotas de drama bastante medidas, surgidas en parte de un protagonista involucrado emocionalmente en el asunto, que le sientan bastante bien al esquema y le proporcionan una personalidad propia. Menos conocida es Peligro: Religión, una novela corta sólida que, a pesar de tener unas primeras páginas que invitan a abandonar su lectura (por qué narices se tiene que intentar explicar de forma detallada cómo es posible el viaje entre mundos alternativos si se corre el peligro de cargarse la credibilidad de lo que viene después), remonta el vuelo con rapidez en cuanto se olvida de lo accesorio y se centra en lo importante. En este caso la construcción de diversas realidades paralelas, distópicas, muy consistentes y plenas de imaginación, que sirven para criticar la falta de libertad surgida del fundamentalismo religioso o el estalinismo. También bebe mucho de Wells, tanto en el estilo como en la construcción del personaje central, un socialista utópico convencido procedente de un mundo que ha padecido la catástrofe nuclear, que se ve enfrentado al dilema de si debe juzgar las normas de otra sociedad desde una realidad, la suya, ajena a ella. Al lado de estas dos novelas cortas que constituyen lo mejor de la selección figura una tercera, Leyendas de la constelación Smith, ñoña y muy endeble. Podría pensarse que dios no llamó a Aldiss por el camino de la aventura en paisaje exótico, pero esto se cae por su propio peso si se considera que un año antes había publicado La nave estelar, el gran clásico de naves generacionales donde creaba un ambiente exuberante Y poco después escribiría Invernáculo, una aventura maravillosa. En sí su argumento no es muy elaborado: un humano va pasando entre las manos de diversos alienígenas, a cada cuál más extravagante, en una cadena casi interminable mientras huye en búsqueda de la nave que le sacará de un absurdo planeta. Y digo bien interminable, porque a medida que los minicapítulos en los que está divido se van sucediendo se acumula una sensación de que todo es de relleno, agotando Aldiss la cornucopia de las ideas interesantes en su primer tercio. El protagonista, que en ocasiones acostumbra a ser el que hace remontar el interés cuando no hay mucho que contar, resulta muy gris y, salvo un par de salidas ingeniosas en las primeras páginas dignas del mejor Cugel de Los ojos del sobremundo, no cautiva lo más mínimo. Pasando a los relatos, el más curioso para el lector empedernido de ciencia ficción es El joven y el robot con flores, que a través de una anécdota autobiográfica indaga en el proceso creativo de la ciencia ficción de la época, cuando empezaba a haber muchas historias que empezaban a aparecerse demasiado, anticipando la necesidad de cambio que llegó poco después con la new wave. En otro registro funcionan Un hábito solitario y Un placer compartido, repletas de un humor muy británico, que nos acercan a un par de asesinos casuales, un tanto peculiares, que asumen su condición sin ningún remordimiento. El primero, cortito, juega satisfactoriamente la baza del final sorpresa, mientras que el segundo, más largo, pierde efectividad precisamente por su extensión. El resto son malos y no merece la pena hablar de ellos. Al final, El árbol de saliva es una colección de cuentos irregular que aúna aventura, comedia, horror y costumbrismo en muy diversos grados, útil para conocer la etapa inicial de uno de los Grandes Maestros de la Ciencia Ficción. Aunque personalmente recomendaría antes la lectura de Los mejores relatos de ciencia ficción, también en edhasa, que recoge sus mejores cuentos de este género y que sirve de perfecto preámbulo a los que aquí tenemos. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2003
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