El Globo de Oro
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Ahora mismo resulta bastante complicado encontrarse una novela de ciencia ficción que tenga una extensión entorno a las 200 páginas. A imagen y semejanza del cine que se hace hoy en día, en el que las películas suelen sobrepasar las dos horas de duración, el género fantástico ha caído presa de los novelones de más 400 páginas, en los que a partir de un argumento que no daba más que para la mitad de las páginas se saca el máximo partido a la teoría del chicle, con el único fin de estirar y estirar su longitud y llegar a ese número mágico que implica unos emonumentos más acordes con los deseados por el escritor de turno. Bueno, no siempre se hace por motivos monetarios. Pero en la mayoría de las ocasiones es el único argumento que explica ese desmedido interés por hinchar las historias, a base de insuflarle situaciones y personajes que no conducen a ningún sitio. John Varley no es un autor excesivamente prolífico. Ha escrito algunas novelas estimables como Titán, Y mañana serán clones o La playa de acero, y es especialmente recordado por sus relatos, muchos de los cuales han sido recogidos en España dentro de las antologías La persistencia de la visión, En el salón de los reyes marcianos y Blue Campagne. Es en este campo donde ha dado las mejores muestras de su talento, con relatos como los que dan nombre a esas antologías u otros como Pulse Enter o El Pusher. Hacía cierto tiempo que no aparecía nada suyo (como de la mayoría de los escritores, que la situación editorial en nuestro país de la ciencia ficción durante los últimos años ha sido paupérrima) y había un cierto interés por conocer los caminos por los que transita ahora su narrativa. Y aunque no ha perdido su peculiar estilo divertido, socarrón e irónico, se le puede aplicar absolutamente todo lo expuesto en el primer párrafo. Porque a El Globo de Oro le sobran gran parte de sus 442 páginas. El Globo de Oro no es para nada una novela aburrida. Varley no sólo sabe cómo proporcionarle ritmo a lo que está contando sino que acierta a enfocar tanto la historia como los personajes y los paisajes por los que los mueve, manteniendo siempre la atención sobre lo que ocurre. Ha elegido, como en la mayoría de sus otras historias, la primera persona (aunque en ocasiones pasa a la tercera) para aumentar la cercanía entre el lector, el protagonista y la acción en la que se ve inmerso. Incluso en ocasiones se permite la libertad de hablar directamente con el lector, acentuando todavía más esta sensación. No obstante su estilo, que en anteriores ocasiones ya tendía a ser excesivamente prolijo, ahora suena demasiado dicharachero y cae continuamente en la disgresión, muchas veces sin sentido. Cierto es que la lectura nunca se vuelve ni azarosa ni rutinaria, pero a cada capítulo que pasa se acrecienta el pensamiento de que Varley llena páginas por el mero hecho de llenar páginas. Sparky Valentine es un actor vagabundo que trabaja a lo largo de todo el Sistema Solar, desde los planetas interiores hasta los más lejanos mundos más allá de la órbita de Plutón. Cuenta con una serie de implantes que le permiten cambiar cuando quiera tanto los rasgos de su cara como ciertos parámetros de su cuerpo, para facilitar el desempeño de su labor (puede hacer cualquier papel en una obra) o pasar completamente desapercibido. Porque Sparky es un fugitivo que salta de planetoide en planetoide huyendo de no se sabe qué. Un día, en plena huída, descubre que en la Luna se está haciendo un casting para representar El rey Lear y, sin pensarlo demasiado, pone rumbo hacia nuestro satélite. El trayecto que debe realizar es largo y, entre los diferentes planetas, satélites y reductos que va visitando, se ve obligado a pasar largos períodos de tiempo viajando por el vacío del espacio en unas condiciones extremamente duras. Esta no es la ciencia ficción limpia de los viajes en el hiperespacio. Las naves son gigantescos cargueros estelares con poco espacio útil y ninguna comodidad, en las que los pasajeros viven hacinados en pequeños habitáculos. Durante estos dilatados períodos de tiempo en su interminable periplo hacia la Luna, Sparky va recordando su infancia desde que actuaba junto a su padre por las calles de las diferentes ciudades que visitaban hasta que se convirtió en uno de esos niños prodigios de la televisión. Las descripciones que hace Varley de lo que es la vida de los humanos en este Sistema Solar son brillantes, muy fáciles de seguir y ayudan bastante a visualizar los diferentes ambientes por los que Sparky va desplazándose. Y los personajes que circulan por la novela, a diferencia de su fuente de inspiración (Estrella doble de Robert Heinlein), resultan entrañables. Pero todo esto se pierde en la continua disgresión de la que hace gala. Cierto es que mientras lo estás leyendo está bien disimulado pero, en cuanto cierras el libro y reflexionas un poco sobre lo que has leído, te das cuenta que los acontecimientos están ralentizados por la agradable verborrea del autor, que como un encantador de serpientes te ha hipnotizado con sus suaves gestos. Todo se podía haber solucionado en menos páginas. El Globo de Oro en la mitad de extensión hubiese sido algo ciertamente memorable. Pero tal y como ha sido escrita por su autor no alcanza ni de lejos la potencialidad que en principio se le presumía. Así queda simplemente como una novela amena y fácilmente olvidable, lo que no es poco. Pero frustra porque tampoco es mucho. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2001
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