El mundo invertido
Christopher Priest
Emecé
Inverted world
1974

1976
Traducción María Raquel Albornoz
294 páginas
Ilustración Carlos Muleiro

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Llevaba mucho tiempo detrás de esta novela, de obligada referencia en cualquier guía de lectura de ciencia ficción mínimamente fundamentada, y más difícil de conseguir que otros libros tan buscados como La caída de Hyperion o Un fuego en el abismo. Gracias sean dadas al hacedor, en una librería de Madrid me topé con esta edición argentina que, si bien no era la que buscaba (hubiese preferido la edición de Ultramar, más moderna y traducida aquí en España), me ha permitido confirmar las expectativas creadas. El mundo invertido es la quintaesencia de la ciencia ficción.

Ya su comienzo, con una de las frases más recordadas de la historia del género (Yo había cumplido las 650 millas de edad), es de una originalidad bizarra. Helward Mann, un joven recién llegado a la mayoría de edad, vive a bordo de una ciudad construida en madera que se traslada sobre raíles, en movimiento continuo que no debe cesar nunca. Sus habitantes viven encerrados en el interior, ajenos a lo que ocurre fuera salvo aquellos que pertenecen a los gremios encargados de velar por el transporte de la urbe. Entre estos encontramos a los Navegantes, encargados de trazar el curso más apropiado; los Constructores de Vías, con la misión de quitar los raíles que han quedado detrás y situarlos delante para poder seguir avanzando; Tráfico, que gestiona los recursos disponibles para optimizarlo todo; los Constructores de Puentes; ...

Mann entra a formar parte del gremio de Futuro, los exploradores que investigan el terreno situado por delante de la ciudad. Durante su aprendizaje pasa por los otros gremios y gana una visión de conjunto sobre todo lo que le rodea que sólo poseen sus compañeros de Futuro y que el resto desconoce. El mundo en el que viven no se parece en nada al que le enseñaron en la escuela y posee unas reglas muy particulares, una de las cuales asumirá mejor que nadie: si la ciudad se detiene será destruida.

Esas reglas a las que hago mención, y que son el concepto central que articula todo, son más propias de un escritor como Larry Niven, especialista en construir lugares extraños científicamente consistentes, que de Christopher Priest, hijo de la new wave y aparentemente más preocupado por la forma de secuenciar la historia, el uso de la palabra y el comportamiento de los seres humanos. Pero aquí Priest demuestra que a parte de sus habilidades propias sabe cómo sacarle partido a una idea tan peculiar. En esto El mundo invertido tiene una lectura en clave hard muy satisfactoria. Se describe un mundo bien planteado, con una reglas físicas novedosas, y se pone en él una sociedad que ha cambiado para adaptarse y sobrevivir.

Sin embargo todo esto es conveniente que lo descubra el lector por sí mismo, como hace Mann, y no a través de la contraportada o los textos que aparece en las guías a las que antes hacía mención, que desvirtúan mucho el propósito del autor. La novela es un gigantesco rito de paso en el que lector y protagonista van de la mano, descubriendo a la vez el funcionamiento de una sociedad y de un mundo a priori extraños, muy deshumanizados, pero que guardan una relación indisoluble.

Esto viene unido a la habitual labor de ingeniería narrativa de Priest, ese ir revelando hechos acerca de una situación de forma muy meditada mientras se mantiene el suspense, de manera que al final, cuando se levanta el velo y se descubre lo que hay detrás de cada situación, es necesario recapitular lo ocurrido para comprobar que todo lo que hemos leído tiene sentido. Aunque en este caso, el giro final no satisface plenamente porque no está a la altura de la premisa tan atractiva de la que parte.

Y como era de esperar, Priest les da sopas con hondas al mencionado Niven o alguno de sus herederos, como Brin, poniendo en juego unos personajes acordes con su creación, con unos sentimientos y comportamientos en consonancia con sus vivencias. Mann encaja las revelaciones y los golpes de la vida con entereza no sin sufrir las consecuencias, mutando su personalidad con naturalidad de la inocencia despreocupada del comienzo al fundamentalismo taciturno del final. Sin olvidar que Priest consigue algo que no está al alcance de cualquiera: la total identificación del lector con los pensamientos y sentimientos del protagonista. Tan intensas y veraces resultan las experiencias que sufre Mann, y tan acertada la manipulación a la que nos somete, que se termina con una visión del mundo mimética a la suya.

No puedo terminar esta reseña sin comentar la indudable relación existente entre Priest y el romance científico. La ambientación es victoriana y más fiel al espíritu de H.G. Wells que a la ciencia ficción norteamericana. El mundo extraño y la ciudad no son más que un mero vestido (muy bien tejido) para hablar de la naturaleza del ser humano y su necesidad de avanzar para progresar. No sólo por la metáfora evidente del movimiento perpetuo de la ciudad en busca de una utopía inalcanzable, algo que Clute dejó caer en su Enciclopedia Visual de la Ciencia Ficción, sino por el comportamiento y la evolución de la sociedad descrita; cómo surge el descontento, se cuestionan las verdades tradicionales y se intenta cambiar el mundo a mejor. Puro socialismo utópico.

Por esto El mundo invertido es una gran novela de ciencia ficción en estado puro, que toma un esquema clásico como el de la nave generacional y lo subvierte para hacer algo novedoso, sorprendente y que perdura mucho tiempo después de haberse leído. Hay que leerla.

© Ignacio Illarregui Gárate 2003
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