El Proclamador / La Ida
Robert Silverberg

Albia
Thomas the Proclaimer / Going
1971
 1978
Traducción Doris Rolfe
205 páginas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La colección de ciencia ficción de la editorial Albia fue un experimento desconcertante. En sus 11 volúmenes publicaron varias novelas de autores españoles, algunas señeras como El señor de la rueda de Bermúdez Castillo o La caída del imperio galáctico de Saiz Cidoncha, dos libros rusos y un par franceses. Una combinación heterogénea nunca vista hasta entonces ni repetida posteriormente. Entre ellos apenas aparecieron sendos ejemplares procedentes de EE.UU. Una novela de Colin Kapp, mediocre con ganas, y esta recopilación de dos novelas cortas de Robert Silverberg, probablemente lo más destacable de toda la colección. No sólo por su calidad sino por lo que permite observar.

Se han publicado escasísimas recopilaciones de este autor y en ellas apenas hay un puñado de novelas cortas, que siempre permiten una profundidad mayor que los relatos sin que haya necesidad de estirar hasta la nausea ciertas ideas. Y tanto El Proclamador como La Ida son piezas características del gran Silverberg de comienzos de los 70. Tratan temas usuales en su obra (la religión y la muerte); se abordan desde una miríada de puntos de vista, generalmente masculinos; las técnicas narrativas son relativamente complejas; no hay una sola palabra más de las estrictamente necesarias para desarrollarlo; nunca cae en la autocomplacencia; invitan a la reflexión;...

El Proclamador trata acerca de la relación del hombre con el hecho religioso cuando la fe, que suele ser su único sustento, pierde todo su sentido. El desencadenante lo produce una secta que, mediante la oración, consigue que la Tierra detenga su rotación durante 24 horas, sin que ocurran las cataclísmicas consecuencias que aparecerían de suceder naturalmente. La única explicación posible no es sólo que Dios existe y ha atendido la plegaria, sino que tiene un enviado que fue el que lo propició: Tomás, El Proclamador. Y donde se podría esperar paz y tranquilidad, después de todo la vida sería más "sencilla", aparecen todo tipo de algaradas, posicionamientos, miedos y reflexiones, en una caótica sucesión que pone a la humanidad, una vez más, al borde del abismo.

La novela corta está enfocada como un collage delirante, un cúmulo de puntos de vista contados con diversos estilos que se van sucediendo hasta su previsible final. Con ellos conocemos los agobios de Tomás, un hombre inseguro controlado por el fervor de sus seguidores y un fanático apóstol manipulador; una comunidad científica que debe abandonar su ateísmo pero que intenta racionalizar lo ocurrido; o la gente normal, que sólo quiere vivir su vida y se ve metida en medio de una jaula de grillos de dimensiones colosales. Un conjunto donde predomina siempre un humor muy negro, circunstancia que el autor no prodigó en exceso y que, a la vista de los resultados, quizás debiera haber cultivado con más asiduidad.

A su vez, La Ida se aproxima, desde una perspectiva más canónica, al tema de la muerte y el miedo que produce. En él aparece una sociedad a pocos años vista donde los seres humanos pueden vivir, en unas condiciones de salud razonables, ciento y pico años, y a medida que el cuerpo se va deteriorando elegir cuando morir. Así se ha institucionalizado un servicio en torno a ese momento, La Ida, en el que un individuo se retira de la sociedad para introducirse en una especie de balneario de alto standing y prepararse de la mejor manera posible para el Adiós definitivo. Esta es la situación a la que se enfrenta Henry Staunt, un reconocido compositor que quiere "irse" a los 136 años, una treintena antes de lo normal. Amigos y familia no le comprenden, y él mismo parece no estar del todo seguro de su decisión; puede estar siendo influenciado por la pérdida hace años del amor de su vida, de la que todavía no se ha recuperado.

El relato no se limita únicamente a presentar este argumento, sino que extrae todas las contradicciones existentes en este "idílico" futuro, que parece haber socializado algo tan aterrador como la muerte. A través de Staunt y las conversaciones con su guía o su familia penetramos en el proceso y entrevemos su tremenda hipocresía; el cambio de nomenclatura ("irse" por suicidio) no es más que un vacuo y enrevesado eufemismo creado específicamente para encubrir el horror de no saber qué ocurrirá con nosotros. Se toma partido por una filosofía tan cuestionable como la siguiente. Por mucho que se extienda nuestra vida o edulcoremos su inexorabilidad, llegará el momento de enfrentarse con ella. Así que hagámoslo más "fácil" "engañándonos" un poco.

Toda la narración está cubierta de un aire melancólico que se va haciendo más acusado hacia el final, especialmente cuando Staunt prueba una droga que libera su memoria y le hace recordar decenas de momentos vividos durante su vida. Aquí es donde la estructura más convencional estalla en una sucesión de pequeños y frenéticos flashes que nos acercan a cómo vivió cada uno de esos instantes. A veces dos líneas... otras más. Una muestra más del talento de Silverberg para adecuar el estilo a sus propósitos. Sin olvidar el breve y emotivo discurso final, donde expone lo único que jamás cambiará; por mucho que podamos llegar a vivir, nunca debemos perder algo que debe acompañarnos durante toda nuestra vida: la dignidad.

Merece la pena buscar este volumen. Como he intentado explicar, es canela fina.

© Ignacio Illarregui Gárate 2004
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