En el país de los ciegos
Michael Flynn

Nova CF
In the Country of the Blind
2001
Marzo de 2004
 Traducción Rafael Marín
510 páginas
Ilustración Alejandro Colucci

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tómense un par de personajes, preferiblemente de distinto sexo, y póngales en contacto a través de una situación peliaguda. Sitúeles en plena lucha contra una organización en cuyo conocimiento deben profundizar poco a poco. Haga que ambos se monten en un coche y den una vuelta; justo en el momento más "inesperado" sitúe detrás de ellos un vehículo enemigo para que pueda azuzarles un poco. No se olvide tampoco de la conveniente persecución a pie por las calles de una ciudad, ni de los giros "inesperados" que salven la situación. Que los malos sean más malos que Pier No-doy-una y, a ser posible, igual de estúpidos. Añada una pizca (o carretadas) de sucesos históricos para ganar la complicidad del lector y, de paso, intente explicar en función de variables ucrónicas por qué han ocurrido así....

Supongo que cada vez que leo un libro con vocación de bestseller me ocurre lo mismo: el cuerpo me pide escribir la receta a partir de la cual está escrito y de la que apenas se desvía un ápice. Y este tecnothriller, rama "historia dentro de la Historia", no está lejos de ser una variante ramplona de una parte de El ocho, de Katherine Neville, con un contenido especulativo mínimo que no aprovecha para nada la genial idea de la que partía. Eso de que el "ordenador" de Babbage funcionó y fue utilizado por un grupo de visionarios para predecir y alterar el curso de la Historia daba para mucho más que para esto.

De hecho, la primera mitad En el país de los ciegos resulta satisfactoria. Flynn plantea la situación con solvencia y, aunque tiene una tendencia desaforada a la ingenuidad, atina a lanzar toda una serie de estimulantes ideas sobre la manipulación de la Historia, el uso y evolución de la máquina de Babbage, las implicaciones que tendría en nuestra sociedad,... Los componentes presentes en la receta que hablaba anteriormente llegan a funcionar lo suficientemente bien como para que el thriller se despliegue y la narración tenga ritmo. Incluso se hace una nítida crítica al Poder y el tipo de ciudadanos que busca, indolentes, apáticos, con el cerebro sorbido, analfabetos funcionales,... No hay ni alta ni media escuela pero se aprecia inspiración, oficio y pulso narrativo.... hasta que la chicha de los conceptos se agota, la mecha de la acción se moja y la creatividad muere, en una caída libre sin parangón.

 Gran parte de ese fracaso está en que, después de todo, esa ciencia que Flynn se saca de la manga para explicar su argumento no es más que la psicohistoria asimoviana, cambiándole de nombre por uno más eufónico (cliología), y vistiendo con cháchara sociopsicológica lo que en Asimov era algo más sencillote y cercano a la mecánica estadística en la que se inspiró. También, a la hora de reconstruir la historia, se centra únicamente en un evento, La Guerra de Secesión, mientras que el resto de muestras de cómo lo que iba a ocurrir fue "alterado" (o pretendió ser alterado) apenas se encuentra bosquejado; y otras que podría haber aprovechado brillan por su ausencia (anda que no podía haber sacado partido a Kennedy, Cuba, Vietnam,...). O, como aludí antes, muestra una ingenuidad contumaz que le lleva a forzar la credulidad del lector una y otra y otra vez, haciendo comportarse a parte de sus personajes con una estupidez a prueba de tontos.

Mención a parte merece la protagonista, Sarah Beaumont, la fantasía masturbatoria de cualquier joven en su etapa púber. Estamos ante una periodista de formación que no sólo es una sagaz agente inmobiliaria sino que, además, goza de una preparación física digna de un boina verde; unos conocimientos informáticos que la permiten crear un virus indetectable y ultra cabrón en apenas un par de horas; una capacidad deductiva comparable a la de Hércules Poirot; y, para deleite de sus seguidores, una maleabilidad que le permite ponerse en apenas un par de cientos de páginas a la cabeza del mundo en lo que a cliología se refiere. O resolver en una servilleta de papel toda una serie de cálculos que hace cien años necesitaban una máquina de Babbage. Vamos, una Diosa entre mortales.

Así, En el país de los ciegos es un libro que promete muchísimo más de lo que da; un thriller vulgar, insípido y rutinario, con una faceta especulativa (que se supone que es lo que le sustentaba) muy pobre, y que no vale los 21 euros que cuesta.

Como curiosidad, al final se incluyen un par de artículos centrados en las posibilidades de la cliología como ciencia real, incluyendo una serie de ejemplos de cómo ciertos acontecimientos podrían ajustarse con diversas distribuciones estadísticas (a posteriori es fácil casar cualquier suceso), y una aplicación de los cálculos matemáticos utilizados en el estudio de ecosistemas a los fenómenos históricos. Curiosos aunque pelín densos.

Antes de acabar, me resulta imposible obviar el enésimo barcelonazo de las primeras páginas. Estas introducciones, fieles herederas de la antigua tradición de prólogos iniciada por Miguel Masriera en Nebulae, continúan la labor de Carlo Fabretti en la primera encarnación de Nova, a mediados de los años 70 cuando Ediciones B era Bruguera. Éstas eran unos comentarios cortitos, que ponían al lector rápidamente en vereda, y pocas veces se convertían en estos extenuantes egotrips en los que Barceló deviene cada dos por tres, en su afán por dejar a la posteridad su brillante participación en la ciencia ficción española. Donde no cabe duda que es uno de los grandes nombres, pero manda huevos que sea él mismo el que se eche las flores, se de los besos... y malgaste tanto papel para contar historias que bien podría poner en su propio weblog, esos habitáculos ideales para ejercer la masturbación mental tan de moda hoy en día en internet (como yo mismo demuestro, no hace falta ser Linus Torvalds para hacerte algo parecido). Las batallitas personales contadas de esta manera sólo interesan a quien las cuenta y lo cuatro seguidores acérrimos del personaje. El común de los lectores puede vivir sin ellas y, de hecho, preferiría no pagarlas.

Por eso, como lector de Nova desde sus primeros números de la actual etapa, le pediría que se limite a glosar lo que nos vamos a encontrar y por qué merece la pena leerlo, y obvie cualquier anécdota personal que se extienda más allá de un párrafo. Guárdeselo para sus memorias, que serán sin duda más contundentes y golosas.

© Ignacio Illarregui Gárate 2004
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