Lágrimas de luz
Rafael Marín
Gigamesh
1984
Junio
de 2002
431 páginas
Ilustración Juan Miguel Aguilera

Además contiene 2 relatos:

  • A tumba abierta

  • Ébano y acero

Orbis
1987

Algunos estudiosos del género han defendido siempre que nuestros autores de literatura fantástica, para llegar a un público mayor, tenía que encontrar sus propias señas de identidad. Si se me permite una gracieta (leída el algún lugar que no recuerdo), que los protagonistas de sus historias no se llamasen Joe y no hubiesen nacido en Los Ángeles. Vamos, que se acercasen a los temas propios de estas corrientes desde una óptica más cercana a los lectores que en teoría van a leerlo. Curiosamente, esta característica, hasta épocas muy reciente, en muy pocas ocasiones era satisfecha. La influencia del mercado norteamericano ha sido brutal entre los autores amateurs españoles, que han seguido siempre las pautas marcadas desde el otro lado del charco. Sin embargo, esporádicamente, surgió algún caso extraño que intentó buscar su propio camino.

Cojamos por ejemplo los space operas. Durante muuuucho tiempo gran parte de ellos no han sido más que aventuras alegres completamente despreocupadas en las que los protagonistas se enfrentan a continuos desafíos más grandes que la vida donde cualquier resultado que no fuese su victoria era una entelequia. Y aquí, especialmente en las novelas de a duro que inundaban nuestros quioscos años ha, se reprodujo casi miméticamente el mismo camino. Eso sí, con una calidad muy inferior, que no por nada nunca se dedicó el tiempo necesario a pulir sus obras (ya fuese porque era necesario mantener una elevada producción para subsistir o porque la carencia de una estructura editorial consistente impide la existencia de escritores de literatura fantástica profesionales)

Sin embargo, a comienzos de los 80, un escritor gaditano que se estaba haciendo un nombre a base de publicar estupendos relatos y artículos en las revistas/fanzines de la época, decidió pegar un volantazo y plasmar sobre el papel su propia manera de hacer space operas. Lejos de intentar vendernos el enésimo canto a la inteligencia y bondad humana optó por mostrarnos un camino duro, lleno de desesperanza y malos momentos, que a pesar de su pesimismo no deja de ofrecer una tenue luz al final del túnel. Afortunadamente encontró editor y hoy, casi 20 años después de aquella primera aparición, lo tenemos de vuelta a las librerías en una cuidada edición que recoge también dos relatos cortos ambientados en el mismo universo.

Lágrimas de Luz cuenta en un gigantesco flashback la vida de Hamlet Evans, educado por La Corporación que rige los destinos de la humanidad para ser un bardo que cante las gestas de sus soldados, en su perpetua campaña por expandir las ya de por si extensas fronteras del imperio terrano. Su formación tiene lugar primero en Monasterio, un asteroide apartado donde se le instruye en el arte de contar historias, y, posteriormente, en una nave de batalla, en la que toma contacto con la realidad de su trabajo y descubre la desgracia que lleva consigo. No va a contar fielmente lo que ve. Su misión consiste en narrar lo épico que haya en las batallas que presencie y, si estas no tienen nada que pueda calificarse como tal, él será el encargado de tergiversar los hechos para que lo parezca. Al fin y al cabo La Corporación, como buen gobierno opresor, ha puesto en práctica el antiguo dicho para mantener contento a la plebe inculta: Pan y Circo.

En sus páginas Marín se confirma como un narrador consistente, fiel a sí mismo, con una fuerza arrolladora ante la que es muy difícil no capitular. Y lo que es más importante. Busca una nueva perspectiva que no intenta construir un futuro plenamente creíble, algo ya hecho otras veces por manos más hábiles. Opta por centrar todo sus recursos en trasladar a la literatura de ciencia ficción el tono y las formas narrativas de fuentes tan diversos como los westerns de Ford, las novela autobiográficas, nuestras historias picarescas o, incluso, los cantares de gesta, utilizando siempre como vehículo la mordaz e incisiva lengua del poeta Hamlet Evans, un moderno juglar con una reconfortante tendencia a la disgresión. Así, armado con el estilete de su ágil verbo y con el tremendo arsenal que suponen sus ingentes lecturas de juventud, convierte Lágrimas de luz en un lúcido, ingenuo y amargo viaje por algunos de los recovecos más oscuros del ser humano.

No obstante hay ciertas características que pueden llegar a molestar, como el tono a canción protesta parabólica que ha elegido para expresarse, unido a esa pretenciosidad en la que suelen caer muchos autores noveles deseosos de romper el tarro de las esencias. Además no marca la debida distancia con lo que está escribiendo y se toma unas licencias a la hora de construir muchas escenas que beben demasiado de su vida y restan credibilidad a lo que está contando. Por citar un sólo ejemplo, Monasterio es por momentos un colegio de curas al que se le ha dejado todo excepto los crucifijos; a lo que hay que añadir los nombres provenientes de su amor por el cómic, el cine o las múltiples referencias a sus lecturas favoritas, caso de La Odisea o Moby Dick.

Por otro lado, es necesario referirse a los dos cuentos que culminan el pastel, escritos varios años después que la novela y que retoman un par de personajes secundarios que convivieron con Hamlet durante su aprendizaje en Monasterio. El primero, A tumba abierta, cuenta lo que les ocurre a un grupo de desertores que huye a un planeta deshabitado y descubre que no hay escapatoria posible de las maquinaciones de La Corporación, librándose entre ellos una competencia brutal de la que sólo uno podrá escapar con vida.

El relato ganó un merecido Ignotus en el año de su publicación, y cuando se lee es fácil comprender por qué. Marín decide obviar gran parte del discurso moralista que entorpecía Lágrimas de luz para centrarse en lo que realmente le interesa aparte de la narración: la lucha por la supervivencia. Así, en breves secuencias de dos o tres párrafos, va pasando el ojo del narrador entre los cinco protagonistas mientras luchan entre sí por alcanzar su objetivo, en una orgía de violencia primaria que mantiene hasta su anticlimático final una tensión acongojante.

El otro, Ébano y acero, es en comparación más tranquilo y sosegado, aunque no por ello carente de fuerza, centrándose en el retrato de un perdedor que le cuenta a un poeta el motivo que le llevó a su actual situación en el arroyo después de haber participado en una revuelta por la mejora de las condiciones vitales de un grupo de mineros.

La calidad de la edición es tan buena como resulta habitual en la editorial Gigamesh, lo que redondea un poco más su valor intrínseco y lo postula como un obligado lugar de paso para todos aquellos que quieran descubrir una obra sincera y de una intensidad arrebatadora. No por nada es uno de los pináculos fundamentales de nuestra moderna literatura fantástica.

© Ignacio Illarregui Gárate 2002
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