La invención de
Morel
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La invención de Morel es la mejor novela de ciencia ficción escrita en español, una de las mejores de la historia del género y, curiosamente, resulta bastante desconocida por los lectores habituales que habitúan a moverse poco por fuera de las fronteras del ghetto. Servidor, que había oído hablar de ella hace una década, se sentía un poco reticente a afrontar su lectura. Hace bastante que dejé atrás mi época de realismo mágico (ese eufónico oximorón pergueñado por algún crítico establecido cuando descubrió que lo que hacían sus idolatrados escritores latinoamericanos era puro fantástico); y la cuadra de Borges, a la que Bioy Casares pertenecía, nunca me llenó demasiado. Me resulta imposible negar que es un monstruo de la literatura, sus cuentos son inteligentes artefactos espléndidamente realizados, están escritos con la precisión que sólo un maestro de las letras podría conseguir, pero carecen de calidez, cercanía y, muchas veces, emoción; cualidades que me gusta encontrar en la literatura. Pero aquí Bioy, del que no había leído nada, parte de una premisa inteligente y hermosa para tejer una historia que es algo más que una joya engarzada con precisión. Un naufrago de la vida se retira del mundo para vivir en una misteriosa isla , donde las mareas siguen un extraño curso. Allí descubre una residencia desocupada que llama su atención. Mientras explora su territorio arriban unos veraneantes para establecerse en la construcción. Reticente a revelar su presencia, los observa desde la distancia, creando una curiosa sinergia de la que no puede escapar. Muy especialmente con una mujer que acude todos los días a contemplar la puesta de sol, de la que se enamora irremediablemente, aunque cualquier intento de establecer contacto con ella fracasa al obviar su existencia... Contada a través de los diarios del protagonista, Bioy plantea La invención de Morel como un enigma al que se acerca de una forma inquietante. En su comienzo no hay un hilo racional nítido porque el protagonista es zarandeado por las dificultades de su situación en la isla, para enfrentarse posteriormente a sucesos que no puede explicar. Tampoco se utilizan conversaciones reveladoras porque no puede hablar con nadie. Sólo existe una continua aproximación a la verdad siguiendo un camino azaroso, lleno de agobiantes giros que transmiten con certeza una atmósfera opresiva y angustiosa. Unido a este misterio vienen las emociones del protagonista y su relación con los personajes de la casa, con los que apenas interacciona más allá de su condición de mudo testigo a sus conversaciones, enfados, desvelos y maquinaciones. No obstante, a pesar de su aislamiento, se verá implicado emocionalmente en sus vidas en un vibrante trasunto de los espectadores que se comprometen al máximo con la obra que están observando. Buscando romper el "muro" de incomunicación que les separa irá elaborando y descartando hipótesis sobre la extraña situación que vive, hasta llegar a la respuesta que nos aguarda cerca de su conclusión. Quizás en mi caso ha sido fácil sintonizar con la creación de Bioy Casares porque me encantan este tipo de historias donde se utilizan las metáforas que sólo la ciencia ficción puede crear para explorar, mucho antes de que Dick hiciese de este tema su religión, la veracidad de nuestras percepciones y el sentido de la realidad, mientras se habla de nuestros sentimientos más profundos y vívidos, de la sensación de soledad, la búsqueda de los sueños y la inmortalidad, o se navega por los esquivos caminos de la memoria. A lo que viene unido una emotiva historia de amor imposible, triste y muy cercana a los espontáneos enamoramientos que surgen donde menos esperas, sin necesidad de comunicación verbal, y que termina con una ligera esperanza. No puedo concluir este breve comentario sin alabar el artefacto narrativo planeado por Casares. Tal y como Borges califica en el prólogo, estamos ante una trama perfecta que culmina este libro, hecho para el disfrute del cerebro y, muy especialmente, del corazón. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2004
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