La otra sombra de la Tierra
Robert Silverberg
Martínez Roca

Earth´s Other Shadow
1973

1981
Traducción de Amparo García Burgos

205 páginas
Ilustración
Luis Rey

Relatos que contiene:

  • Algo salvaje anda suelto

  • Ver al hombre invisible

  • Ismael enamorado

  • El día en que desapareció el pasado

  • Hacia la estrella oscura

  • Los colmillos de los árboles

  • El poder oculto

  • La canción que cantó el zombie

  • Moscas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El nivel de reconocimiento que atesora hoy en día Robert Silverberg es debido fundamentalmente a sus excelentes novelas escritas a finales de los años 60 y principios de los 70, donde analizaba de una manera exhaustiva temas como la telepatía, el contacto con otras inteligencias, la posible existencia de realidades alternativas, el problema de la superpoblación, el mesianismo, la experimentación con drogas, la muerte,... Debido a su elevado nivel tiende a olvidarse que también es un reputado escritor de relatos, habiendo conseguido con ellos la mayoría de los premios que tiene en su haber. La otra sombra de la Tierra es una de sus contadas antologías publicadas en nuestro idioma y en la que se encuentran un puñado de pequeñas joyas que descubren esta faceta tan escasamente conocida por estos lares.

Curiosamente el mejor relato no procede de su época de esplendor antes mencionada sino que fue escrito años antes, a comienzos de los 60, cuando se dedicaba sobre todo a pergueñar rutinarios space operas. Se trata de Ver al hombre invisible, que entronca con la filosofía de Muero por dentro, su célebre novela sobre la telepatía, donde si no fuese por un hecho central meramente fantástico podríamos estar leyendo una historia muy cercana a la literatura general. En él desarrolla cómo sería la vida de un hombre condenado durante un año a invisibilidad social. Se le marca en la frente con un sello y, aunque la gente a su alrededor puede seguir viéndole, es ignorado completamente; nadie puede interaccionar con él so pena de compartir su mismo castigo.

Al comienzo Silverberg despliega una por una todas las fantasías que se tienen cuando se habla de la invisibilidad, como entrar a cualquier sitio sin problema o robar dinero para poder comprar lo que se quiera. Sin embargo de forma racional va echando por tierra una por una todas las bondades aparentes y lo convierte en el infierno que realmente sería. Esto deja fácilmente a la vista una de sus principales virtudes como escritor: el ser capaz de analizar de forma exhaustiva una premisa y, de todas las posibilidades, extrapolar la más veraz y asequible.

El mismo ejercicio está presente en El día en que desapareció el pasado, proveniente ya de su época de esplendor, en el que disecciona una situación ciertamente poco deseable: que un día nos despertásemos habiendo olvidado nuestros recuerdos a corto o largo plazo debido a la ingesta de ciertas drogas liberadas en los circuitos de agua corriente. Para conseguirlo parte de la estructura típica de película de desastres: uso de un reparto coral muy heterogéneo y división de la trama en 3 partes claramente diferenciadas. Vida antes de la catástrofe, las vivencias durante la crisis y el desarrollo de las secuelas.

Así, después de una presentación en la que con apenas unos párrafos presenta a los participantes del drama, enésima demostración de que no son necesarios cien páginas para perfilar un personaje, los pone en medio del sarado y explora las diferentes respuestas a tal tragedia, que lejos de ser las típicas lacrimógenas tan al uso en este tipo de historias ofrecen una amplia gama de perspectivas: desde el desencanto y la depresión total hasta la esperanza y la oportunidad para partir de cero. Incluso toca, como no podía ser de otra manera dado su gusto por el mesianismo y los iconos religiosos, la posible creación de una Iglesia del Olvido, seguida por fieles que toman esas drogas para olvidar todo lo hecho en el pasado y vivir cada día como si fuese el primero.

Otra perla, quizás la más potente de la selección por su crudeza, es Moscas, donde unos entes de los que nunca se sabe la procedencia manipulan a un humano escasamente empático de forma que sea capaz de de detectar y transmitir las emociones de sus semejantes. Sin embargo esto acabará provocando que la "criatura" se vuelva en contra de los objetivos de su creador, a imagen y semejanza de la creación de Mary Shelley.

También es merecedor de una atención especial Ismael enamorado, que cuenta lo que ocurre cuando un Delfín se enamora de su cuidadora e intentará por todos los medios introducirse en los misterios del amor entre hombres con el fin de cautivar al objeto de su deseo. El motivo central del cuento, lejos de la zoofilia que las mentes más calenturientas tienen en su cabeza, se encuentra en la perspectiva externa que se da sobre los sinsentidos propios que visten tanto el amor como el deseo en nuestra especie, y en el divertido y vano intento que hace Ismael por comprender las extrañas costumbres que, obviamente, le resultan absolutamente ajenas.

El resto de los relatos son ya más normalitos y les falta un hervor para situarse el nivel de los cuatro que he destacado. Pero, independientemente del grado de consecución, todos ellos están escritos con una habilidad narrativa sin discusión y se leen con esa facilidad que sólo los grandes contadores de historias son capaces de imprimir a sus creaciones. A esto hay que añadir un tono subversivo ciertamente explícito en muchas de las piezas que, unido a un humor negro muy sútil, hacen de El otro lado de la Tierra una antología de obligada lectura para todos aquellos que quieran introducirse en la narrativa de uno de los escritores de ciencia ficción más capaces del siglo pasado.

© Ignacio Illarregui Gárate 2002
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