La soledad de la máquina

Domingo Santos
2004

Territorio de pesadumbre

Rodolfo Martínez
1998

Ediciones Robel
Abril de 2004
284 páginas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Esta colección de Ediciones Robel (El doble de ciencia ficción) se está mostrando como un excelente lugar para situar narraciones que, por su extensión, no tienen cabida en el actual mercado editorial, donde sólo se publican o relatos no excesivamente largos o novelas de más de 250 páginas. Después de un volumen de presentación que todavía no he tenido oportunidad de leer, acaban de publicar esta entrega que da la voz a sendos autores españoles, representantes de lo mejor de la antigua generación (Domingo Santos) y la nueva (Rodolfo Martínez). El resultado sólo está un poco por debajo de las expectativas.

El encargado de abrir el libro es Domingo Santos, al que hacía mucho tiempo no leía nada nuevo. La soledad de la máquina es una historia clásica, sin grandes alardes, pero que atesora sus acostumbrados pulso y oficio. En ella presenta un ordenador al cargo de una nave destinada a viajar, sin más compañía que ella misma, durante centenares de años hacia un planeta en otro sistema. Utilizando la primera persona para meternos en su cerebro, narra su rutina y los dilemas que se le plantean a medida que van ocurriendo distintas averías que la sacan de su "letargo" habitual. Estas van in crescendo hasta que se produce un accidente mortal en el área donde la tripulación viaja dormida, perdiendo a dos de ellos. Un desastre mayúsculo que unido al estado "anímico" en el que acaba la nave, sola, sola, sola, produce una reacción sorprendente que traerá consigo una serie extrañas consecuencias.

Santos transmite el suficiente ritmo a la historia como para que se lea de una sentada, pasando con facilidad por los diferentes momentos clave y buscando una serie de clímax que desembocan en un trillado aunque coherente final. Asimismo construye unos personajes, demasiado "límites", pero con el relieve suficiente como para dar el pego. Ahora bien, en ellos ya entrevemos el clasicismo inherente a la historia, al estar fundados en unos esquemas archivistos que los convierten en arquetipos más que evidentes. Un síntoma primo hermano de la gran limitación de La soledad de la máquina: su máquina no es una máquina, sino un ser humano dentro de una máquina, que piensa y siente como un ser humano, experimenta sus mismas necesidades y reacciona tal y como cualquiera de nosotros haría. Algo que hace 50 años sería entendible, pero ahora, después de que el género haya explorado otros caminos en busca de una inteligencia artificial diferente, suena algo más que antropocéntrico. Sin olvidar que las reflexiones que nos va mostrando pecan de suma trivialidad. Lo que no es óbice para disfrutar, con esta reserva, de su lectura.

La segunda novela corta se puede considerar prácticamente una primera edición. Cuando se publicó en 1998 de la mano de La Semana Negra, tuvo una tirada ínfima. Escrita por Rodolfo Martínez en uno de sus años "fecundos", Territorio de pesadumbre es un claro fruto de estos tiempos en los que todo está inventado. Estamos ante una narración trillada, surgida de un cúmulo de ideas e influencias muy diversas, puestas todas al servicio de una historia que, si se lee con mente abierta, llega a funcionar.

Se inicia como un pastiche a mitad de camino de Dune, las historias apocalípticas más clásicas, "El último castillo" de Jack Vance o la recreación de Krypton realizada por John Byrne en sus tebeos de Superman de mediados de los 80. Así seguimos el aprendizaje de un joven heredero de la mano de su padre y un duro instructor; se nos describe un entorno pseudomedieval enclavado en un mundo agonizante después de una violenta catástrofe ecológica; tenemos una sociedad estratificada donde no seguir las normas implica la muerte; existe una extraña amenaza externa que puede arrasar con todo; hay un nido de víboras deseando aprovechar cualquier tropiezo del protagonista para sacarle del cuadro; se hace un curioso y razonable uso de los clones;... Todo tópico pero bien cocinado, lo suficiente como para que el cliché resulte soportable.

Y de pronto pega un requiebro brutal, de esos que te rompe el manillar, la horquilla y el cuadro entero, para dejarte estupefacto, apuntando en una dirección de la que no se puede hablar mucho para no destrozar su impacto, pero que si se afronta con un mínimo de complicidad y aceptando el envite, siguiendo el camino que el autor recorre, funciona. Fundamentalmente porque aporta al cliché del que hablaba un ingrediente inesperado y, por qué no reconocerlo, valiente. Rodolfo Martínez demuestra que las convenciones de los géneros son sólo eso, convenciones, que están muy bien para saber qué vamos a leer, pero que se pueden (y se deben) forzar; siempre que el autor sea lo suficientemente hábil como para jugar con ellas, como es el caso. Ojo, durante el recorrido se produce algún chirrido y no todos los cabos están convenientemente atados. Pero la textura es luminosa y consistente.

En resumen, un volumen que no es la repanocha pero se lee con agrado.

© Ignacio Illarregui Gárate 2004
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