Los jugadores de Titán
Philip K. Dick
Edhasa
Septiembre de 1989
The game-players of Titan
Traducción Elena Rius
270 páginas
Ilsutración Richard Powers

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Se suele decir, a grosso modo, que toda la narrativa Dickiniana gira entorno a dos grandes ejes: responder a la pregunta ¿Qué es humano y qué no es humano?, y el sentido de la realidad. Aunque generalmente estos dos temas están presentes en la mayoría de sus historias, para el lector poco avezado en el género podría decir que la novela paradigmática del primero sería ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (ya se sabe, la novela en la que se basó Blade Runner), y del segundo Tiempo desarticulado (o Los tres estigmas de Palmer Eldritch, o Fluyan mis lagrimas, dijo el policia, o ...). Los jugadores de Titán pertenece a este segundo grupo.

Después de una guerra con la China comunista en la que, además de ser diezmada, gran parte de la población quedó esteril, los Vugs, habitantes de Titán (una de las lunas de Saturno) gobiernan la Tierra. Con el fin de incrementar la natalidad los Vugs han introducido un juego parecido al Monopoly donde se juega en pequeños grupos con las propiedades de cada uno, ya sean condados enteros (con habitantes y todo) o su propia mujer.

En este ambiente nos encontramos a Peter Garden, perteneciente al grupo Pretty Blue Fox, con sede en Carmel, California, después de haber perdido toda la zona de Berkeley en una mala noche. Como le tiene mucho apego a ese lugar decide contactar con el ganador para intentar recomprarlo y descubre que éste ha vendido la propiedad a Jerome Luckman (el hombre suerte), que reside en Nueva York. Éste tiene la intención de entrar en el grupo de Garden y, utilizando su proverbial buena suerte, hacerse con todas las posesiones de los miembros del grupo. Pero al poco de viajar a California para participar en las partidas muere asesinado en extrañas circunstancias, siendo Peter Garden uno de los sospechosos.

Los jugadores de Titán cuenta con muchas de las características propias de las narraciones de Dick: abundan los personajes con facultades mentales de diferentes tipos (desde telépatas a precognitores, pasando por algún que otro telequinético), el personaje principal toma algún tipo de droga que le ayuda a enfrentarse con sus problemas de todos los días, no todo es lo que parece en un principio, los giros sorprendentes en la trama,...

Y a pesar de la tenacidad y poder de convicción que se perciben en cada pasaje, y de todos los conceptos que aparecen (destaca muy especialmente esa Tierra prácticamente vacía que después retomaría en ¿Sueñan los androides...), no tiene nada en especial que le haga destacar de otras de sus obras. Asimismo, en su defecto, lo que llamo el momento Dick (esa parte de la trama en la cual tanto el protagonista como el lector sufren una brutal confusión cuando se va descubriendo, poco a poco, la verdad detrás de lo aparente de la historia) es muy poco potente y está lejos de sus mejores momentos.

Un Dick menor recomendable sólo para los que sean fanáticos totales del autor y les apetezca reencontrarse con un viejo camarada.

© Ignacio Illarregui Gárate 2000
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