Marcianos Go Home! |
Las obras de autores clásicos de la ciencia ficción de los cuarenta y los cincuenta soportan bastante mal el paso del tiempo. Ahora mismo no recuerdo ni un sólo libro de Arthur C. Clarke o Isaac Asimov de esa época que no sienta de forma alarmante el peso de los años, mientras que determinados títulos de otros nombres como Clifford D. Simak o Ray Bradbury no han sufrido un destino mucho mejor. Son pocos los elegidos con unas novelas y relatos que siguen vigentes hoy en día de forma encomiable (Alfred Bester es quizás el nombre más señalado). De ahí que tuviese una cierta prevención a la hora de releer esta nueva edición del gran clásico de la ciencia ficción humorística. Por fortuna, ese sentimiento se vino abajo a las pocas páginas: aunque el estilo de Fredric Brown es levemente descuidado, pocos libros hay tan frescos como éste. Situando a Brown en su contexto, hay que decir que se curtió en las revistas pulp de comienzos de los años 40, donde primaba el entretenimiento y la capacidad de sorpresa. Allí demostró un especial talento para la novela policíaca, de suspense y la ciencia ficción. Dueño de una prosa ingeniosa y concisa, cultivó con singular fortuna el género corto y escribió varias novelas que son muestra suficiente de su talento, entre las que se encuentran La trampa fabulosa, Universo de locos, El ser mente y este Marcianos Go Home! que ahora comento. Marcianos nació a mediado de la década de los 50 como una despiadada parodia de los libros de invasiones extraterrestres que tanto predicamento tenían aquellos años. No sólo los más evidentes y aparatosos (todos los "hijos" de La guerra de los mundos) sino también esas invasiones sutiles como Los humanoides de Jack Williamson, que planteaban batallas más racionales que la mera confrontación física. Así, frente a los millares de robots de Williamson que velaban por la seguridad de todos y cada uno de los hombres, aquí tenemos millares de marcianos encargados de hacerles la vida imposible y conducirles al borde de la locura. Su protagonista es Luke Devereaux, el prototípico personaje de Brown, un escritor de ciencia ficción con acuciantes problemas creativos, una intensa relación con el alcohol y varios fracasos sentimentales a sus espaldas. Justo cuando está a punto de empezar una historia sobre una invasión marciana, aparece ante su puerta un hombrecillo verde, de orejas puntiagudas, un verbo afilado y la capacidad de teletransportarse a cualquier lugar. El marciano, que no hace más que llamarle Mack, es sólo la avanzadilla de mil millones de compatriotas que llegan a la Tierra poco después dispuestos a no dar ni un respiro a los pobres humanos que se crucen en su camino. Mientras retrata el colapso de Deveraux y del resto de la humanidad ante estos seres de los que nadie puede esconderse, Brown se ríe con salero de la sociedad americana de la época; capitalismo, estalinismo, el mundo de la psiquiatría, la política o los medios de comunicación son algunos de los tótems sobre los que deja caer su satírica hacha. Incluso la caza de brujas iniciada por el senador McCarthy a comienzos de la década de los 50, caído en desgracia poco antes de la aparición del libro, recibe su correspondiente medicina en uno de los pasajes más chispeantes. A parte del humor, a través de las preguntas ¿son los marcianos producto de la mente de Luke Deveraux? ¿o ha perdido Deveraux la cordura y los marcianos son invasores reales provenientes del planeta rojo?, el libro profundiza en el solipsismo con el que Borwn llevaba jugando varios años, tal y como se puede comprobar en Universo de locos o en relatos como El solipsista. Y, como debe ser, queda en el aire una sana ambigüedad que ni siquiera al final queda desecha. La versión que presenta Bibliópolis no se queda en un mero lavado de cara centrado en el título o la espectacular y vistosa portada de Freas. La nueva traducción huye de la corrección política de las versiones previas de Nebulae o Super ficción y es completamente fiel al espíritu trasgresor de los marcianos, que ahora sí se expresan sin tapujos y no dudan en decir más de un taco. Asimismo se respetan ciertos juegos que se habían perdido anteriormente como, por ejemplo, la sucesión de epítetos para calificar a los Marcianos de la página 66, que ahora sigue el orden alfabético del original. Y aunque el acabado de alguna que otra frases deja un tanto que desear, sí que se puede decir que estamos ante su edición definitiva. Como colofón, encontramos un ensayo escrito por Lorenzo Luengo sobre el autor y su obra que, salvo la comparación que realiza entre este libro y otros relatos de invasiones aparecidos ese mismo año, como La invasión de los ladrones de cuerpos o Soy leyenda, y un par de apuntes sobre la vida de Brown, resulta superfluo y escaso de contenido. Estoy convencido que hay decenas de libros muy superiores a Marcianos Go Home!, más sesudos, introspectivos, profundos y mejor escritos. Pero ninguno garantiza la perpetua sonrisa con la que se lee es este eterno clásico, irreverente y juguetón, que lleva casi 50 años divirtiendo a varias generaciones de lectores. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2003
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