Metrófago 
Richard Kadrey
Júcar
Metrophage
1988

Marzo de 1992
Traducción de Domingo Santos
246 páginas
Ilustración Antoni Garcés

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A mediados de los años 80 el ciberpunk sacudió los cimientos de la ciencia ficción. Una serie de escritores del pelo de William Gibson, Rudy Rucker o Bruce Sterling, impregnados por la estética de filmes como Blade Runner, la incipiente tecnología de la información, toneladas de doctrina anarquista, la música punk, las novelas de Raymond Chandler y la narrativa de Alfred Bester, iniciaron un movimiento que se extendió como la pólvora entre los jóvenes escritores deseosos de hacerse con un hueco en el género. El foco central de esta algarabía se puede situar en 1984 con la aparición de Neuromante, novela mayúscula y apabullante, con abundantes virtudes, varios defectos y una innegable capacidad acumulativa.

En los años que siguieron a su publicación florecieron como setas las historias etiquetables como ciberpunks, la llamada segunda generación, en la que se encuadraron títulos tan estimables como Islas en la red o Ambiente, que partiendo de los elementos aparecidos en la seminal obra de Gibson los desarrollaban de una forma más satisfactoria, yendo bastante más lejos. Metrófago fue la aportación más relevante de Richard Kadrey a dicha corriente y, si bien no llega ni de lejos a ninguna de las novelas que he nombrado, contenía suficientes indicios como para haber esperado de él grandes cosas que, lamentablemente, nunca vieron la luz al retirarse casi por completo de la escritura profesional. 

Lo más meritorio que se puede decir de Metrófago es que rinde homenaje a la propia Neuromante, con la que comparte no pocos ingredientes: futuro cercano a unos treinta años vista, planeta superpoblado y cercano al colapso ecológico, un sistema social perfectamente controlado por el gobierno/corporación de turno, presencia de un antihéroe perdedor ligeramente inadaptado y colgado de alguna droga, un grupo de anarcorevolucionarios luchando contra el sistema, armas ultradestructoras,... A esto hay que sumarle una estructura de novela negra hard boiled, completamente lineal, que sigue la trayectoria de su único protagonista principal por un paisaje urbano.

Desgraciadamente, estas concomitancias, a pesar de estar muy bien llevadas, terminan siendo el gran talón de Aquiles: no se innova ninguno de los elementos mencionados. De hecho hay pasajes en los que parece que estás leyendo Neuromante. Esta sensación se ve acentuada por el estilo casi mimético utilizado por Kadrey, que incide con contumacia en la mayoría de los defectos endémicos de Gibson, como esa confusión general que preside los momentos en los que la acción se precipita, además de proporcionarle uno de su propia cosecha. Cae en la monotonía al repetir una y otra vez, como si fuese una cenefa, un mismo motivo en la trama: el protagonista va de lado a lado preso de los conspiradores que lo utilizan como un vulgar peón en sus continuos juegos de poder.

A pesar de estas lagunas, Kadrey apunta una serie de características que entonces debieron ser esperanzadoras. Como narrador resulta convincente en la creación del escenario y, a pesar del perfil reiterado de la trama, entretenido. A esto hay que añadirle una más que hábil construcción de diálogos, donde abundan las expresiones lúcidas e inteligentes. También refleja convenientemente gran parte del ideario anarquista más militante, en su versión lucha contra el poderoso que manipula nuestras vidas. Y las drogas, lejos de ser un elemento accesorio presente para mostrar que el mundo ha cambiado, están embebidas de manera muy natural dentro de la acción, haciendo que sean parte orgánica de la historia.

Por esto, Metrófago se convierte en una curiosa e imperfecta piedra en el camino de una corriente abandonada por la mayoría de sus practicantes hace más de una década.

© Ignacio Illarregui Gárate 2002
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