El mundo sumergido
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A comienzos de la década de los 60, James Graham Ballard escribió cuatro novelas sobre la muerte de la civilización por diferentes catástrofes basadas en los cuatro elementos:
El huracán cósmico–aire, El mundo sumergido–agua, La sequía–fuego y
El mundo de cristal–tierra. Centrándose en una temática típica en la CF inglesa de mediados de este siglo (no hay más que acordarse de novelas como
El día de los trífidos, Kraken acecha, Las crisálidas o
Los cuclillos de Midwich
de John Wyndham o La muerte de la hierba de John Christopher), Ballard decidió darle un nuevo tratamiento y centrar la descripción de los cambios no tanto en el planeta
que rodea a los protagonistas y las relaciones entre ellos sino en el interior
de los seres humanos. Intentar explorar la crisis en la psique del individuo en su proceso de adaptación al medio. Y es en esta novela en la que mejores resultados obtuvo. Debido a fluctuaciones de las radiaciones solares los casquetes polares se han fundido, los mares han aumentado de nivel, la temperatura media del planeta se ha elevado y la civilización se ha visto constreñida a los dos círculos polares. Robert Kerans es un científico que participa en una expedición que estudia los cambios producidos en la flora y fauna por un clima semejante al del mesozoico. En un Londres imposible, de calles inundadas y plantas creciendo por doquier, Kerans, al igual que alguno de sus compañeros, empieza a tener sueños extraños que muestran una especie de vuelta al pasado primitivo del ser humano, ese pasado que se encuentra almacenado en nuestro código genético y que no se manifiesta. Cuando llega el momento de volver a la civilización y retornar a lo que ya no podrá ser, Kerans decide quedarse y afrontar su futuro en ese hinóspito y ascendente nuevo mundo. Nos encontramos anta una novela que no se parece en nada a cualquier historia de catástrofes que pueda conocer el lector ocasional de CF. Aquí no hay una sociedad que haya sobrevivido a los embates del ambiente y esté empezando una lenta reconstrucción, ni Kerans es un héroe que vaya desfaciendo entuertos sobre una lancha a motor a golpe de ametralladora por las calles de ese Londres antidiluviano (de hecho, cuando tiene que enfrentarse físicamente a algún contratiempo es vencido sin problemas). No. Ballard elige su camino, mostrándonos a Kerans como una persona perfectamente cuerda, explorando lo que le está pasando y asumiendo ese cambio que se produce en su interior. Al final de la novela Kerans se adentra en la jungla que está cubriendo de nuevo el planeta, en paz consigo mismo a pesar que su muerte se da por segura. Seguramente estamos ante la mejor novela de Ballard que, cuando está lejos del experimentalismo de ciertos relatos y de los excesos de alguna de sus novelas posteriores (tengo en mente Crash), es un escritor inteligente, de prosa envolvente y onírica, capaz de hacernos ver un descenso a la locura como algo completamente necesario.Y como toda su literatura, engancha. Una vez que te ha pillado, ya no podrás parar. Para terminar, alabar la brillante edición de Minotauro, con una buena traducción, el formato típico de la casa en tapa dura y una preciosa ilustración de Chichoni bastante adecuada para el contenido del libro. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2000
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