Pícnic junto al camino 
Arkadi y Boris Strugatski
Nova
Piknik na obochinie
1972

Julio de 2001
Traducción de Miquel Barceló
239 páginas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Grata ha sido la sorpresa de descubrir cómo en una colección como Nova, de la que hacía casi dos años que no compraba ningún título, todavía hay sitio para la esperanza. De un tiempo a esta parte se podía decir que el editor que se encuentra detrás de la colección, el ínclito Miquel Barceló, había dejado la colección con el piloto automático y daba la impresión que nadie llevase sus riendas. Porque más que a editar, Barceló se limitaba únicamente a escribir los prescindibles prólogos de cada uno de los libros de la colección obviando, por así decirlo, la función más importante que debe llevar a cabo el editor. Sólo hay que fijarse un poco en la última veintena de títulos aparecidos en ella para descubrir por qué digo lo que digo.

A grosso modo se reducen a los grandes premios americanos, el UPC de novela corta y los nombres típicos de la colección Brin, Benford, Bear, Bujold y Card. Ni una sola sorpresa que pueda decirnos que hay hay alguien que lleve las riendas, una persona que se conozca al dedillo el mercado que le ha tocado en suerte controlar y que busque títulos de calidad entre ellos, sin limitarse exclusivamente a publicar una y otra vez los mismos autores de siempre. Por eso el que se haya atrevido a salirse del camino que parece haberse marcado es motivo de júbilo, sobre todo porque Pícnic junto al camino es una novela que engrandece una colección como Nova y la justifica plenamente.

Eso sí, causa un cierto sonrojo comprobar cómo a Barceló parece darle un poco de vergüenza romper la monotonía de su feudo. En su editorial (difícilmente se puede calificar de prólogos los textos con los que presenta cada volumen) viene a decir que para publicar el clásico que todos los años saca al mercado, debido a que estamos en el célebre año 2001, quería una obra europea en la que se hubiese basado una película de culto. Y como el texto de Clarke es bastante inferior al filme sólo le quedaban las dos películas que el cineasta ruso Adréi Tarkovski rodó en los años 70, Solaris y Stalker. La primera, basada en la celebérrima novela de Stanislaw Lem que lleva el mismo título la descartó porque el original ya era muy conocido en España. Así que se quedó con la segunda, basada en esta obra de los hermanos Strugtski.

No me extraña que Barceló reconozca en esas líneas que es retorcido porque hay que ver menudo razonamiento ha donado a la posteridad. ¿No podía decir que publicaba Pícnic junto al camino porque le parece que es un clásico con C mayúscula de la ciencia ficción? ¿Tiene miedo de que su reducido público habitual le eche en cara el no haber publicado esta obra y no una de, no sé, Heinlein, Anderson o Asimov? Básicamente me ha sonado a ponerse la venda antes de la herida. Pero bueno, tampoco conviene centrarme tanto en el continente que al fin y al cabo lo más importante siempre es el contenido.

Una vez dicho esto, he de confesar que Pícnic junto al camino no me parece una obra redonda, aunque poco le falta. Principalmente porque la última parte de las cuatro en las que se divide me parece que pierde un poco el ritmo que llevaba hasta entonces. Pero desde luego sí que es la novela más recomendable de las aparecidas en los últimos tiempos en nuestro mercado, sobre todo por ser una excepcional muestra de la grandeza que puede adquirir cualquier obra de este género cuando los autores son perfectamente conscientes no sólo del potencial que tiene sino que también saben cómo sacarle partido. 

Su temática es similar a la que ha practicado otro escritor de la Europa del Este, el polaco Stanislaw Lem, sobre todo a su  magnum opus, Solaris. Es curioso ver cómo dos escritores (considero a los Strugatski como un único creador) que escriben en dos países tan diferentes (a pesar de que entonces Polonia pertenecía al antiguo bloque soviético) pueden usar dos obras para enviar el mismo mensaje: la imposibilidad por parte del ser humano de comprender aquello que supera por completo nuestro antropocentrismo y la realidad que hemos creado a nuestro alrededor. Para ello Lem construyó una de esas metáforas que cuando se leen una vez jamás se pueden olvidar, su planeta viviente, y puso ante él a un grupo de científicos humanos que fracasan en su intento no ya de entender ese ser sino en la mera comunicación.

Los hermanos Strugatski juegan a algo muy parecido pero esta vez sin la presencia directa de un ser extraterrestre. La Tierra sufre la visita en diferentes Zonas de entes de fuera de este mundo y, aparte de dejarlas completamente cambiadas, abandonan en ellas unos misteriosos desperdicios que obviamente captan la atención de todos los gobiernos del planeta. Sin embargo las Zonas no son un sitios seguros. La propia naturaleza de la visita ha hecho que se conviertan en una especie de campo de minas ante el que no hay detector posible. Sólo los más avezados cazadores de objetos, llamados Stalkers, pueden aventurarse en ella y salir indemnes con gran cantidad de objetos que después serán analizados para descubrir sus posibles usos.

La novela, como ya dije antes, está estructurada en 4 partes perfectamente diferenciadas. La primera presenta cómo es una Zona cuando 3 individuos, dos científicos y un Stalker, penetran en ella para rescatar objetos. La exploración del lugar es ya de por si todo un propósito de intenciones de los autores sobre el tema central. La única manera de progresar por el territorio inhóspito no es gracias a ningún instrumento técnico que a modo de brújula indique el camino más seguro hacia el lugar deseado, sino al talento de un Stalker que con una intuición hiperdesarrollada y la experiencia de anteriores visitas puede esquivar los objetos mortales que pueblan la Zona; a imagen y semejanza de un zahorí completamente acientífico, utilizando sus percepciones y herramientas tan sencillas como tornillos, es capaz de trazar una ruta franca hasta donde quieren ir.

Nos damos cuenta que, a pesar de haber estudiado durante años los objetos que se extraen, son incapaces de descubrir tanto su funcionamiento como la razón para la que fueron creados, limitándose simplemente a usarlos como mejor pueden según las propiedades que observan a simple vista a la mayor gloria de un misticismo científico que parece haberse instalado entre las mentes pensantes del planeta. Mientras, la segunda parte nos introduce en la vida cotidiana de un Stalker que se dedica a penetrar clandestinamente en una Zona y a traficar con los objetos que de ella saca. Esto hace que sean continuamente perseguidos por el poder establecido que trata de evitar que los objetos sacados lleguen a las manos de agentes de otros países.

Además descubrimos que la codicia humana que conduce a estos personajes tiene su precio, no ya con la segura estancia en la cárcel que les espera cuando son descubiertos sino cómo les afecta a través de sus familias. Sus estancias prolongadas en las Zonas hacen que sus hijos no nazcan normales sino que presenten una serie de deformidades que los alejan bastante de la humanidad de sus padres. 

Tanto la primera como la segunda parte sirven como presentación a este desquiciado mundo donde todo gira alrededor de la Zona. El ritmo con la que están contadas es firme y sin altibajos, presentando a una serie de personajes que volverán a aparecer continuamente en breves apariciones. Sin embargo, a pesar del reparto coral y que el Stalker Redrick Shuhart se va a convertir en algo así como el cicerone a través del cuál vamos a ver todas las facetas de dicho mundo, la principal protagonista es la omnipresente y cruel Zona, motivación de todas las ansias y bajas pasiones de las personas que viven de ella.

La cuarta parte presenta la incursión de dos Stalkers en la Zona buscando un objeto mítico del que todo el mundo ha oído hablar pero nadie ha visto, La Bola Dorada, una esfera de considerables dimensiones perfectamente reflectante y que concede a todo aquel que entre en su interior sus anhelos más profundos. Como únicamente cuenta con dos protagonistas y ambos se ven sometidos a la presión de enfrentarse a una parte de la Zona completamente desconocida, prácticamente los diálogos desaparecen y la historia se convierte en una descripción de los peligros a los que deben enfrentarse y los pensamientos de Shuhart, perdiendo parte de la frescura e interés que hasta ese momento tenía la historia. No es que se vuelva una lectura excesivamente densa, pero en comparación con lo anterior resulta de un nivel narrativo ligeramente inferior y perjudica en exceso el supuesto final climático con el que los autores pretendían cerrar Pícnic junto al camino.

Y he dejado para el final la tercera parte, núcleo central de la tesis que defienden los autores y uno de los pasajes más racionales que se ha podido leer nunca en un libro de ciencia ficción, un apasionante dialogo que deja al descubierto las limitaciones del ser humano a la hora de enfrentarse a aquello que no pertenece a su ámbito de realidad y la dificultad de comprender con nuestros esquemas mentales lo que no es humano. Para ello los Strugatski ponen en boca de un científico de los que estudian objetos de la Zona la metáfora potente que da nombre al libro.

La visita se asemeja a un Pícnic junta a un camino hecho en un claro de un bosque cualquiera. Una vez que ha tenido lugar los animales que han observado aterrorizados el espectáculo penetran en el claro y se encuentran todo tipo de desechos que les resultan completamente incomprensibles. Gasolina y aceite, pilas usadas, plásticos, peladuras de fruta, bolsas de plástico, pañuelos, navajas,... Como mucho, después de elucubrar sobre cada objeto y de cometer miles de errores mientras los manipulan, podrán limitarse a encontrar usos a algunos de dichos objetos para cubrir alguna necesidad, pero les resultará absolutamente imposible tanto desentrañar su funcionamiento como averiguar a través de ellos algo sobre sus constructores. Y desde luego, no hay contacto posible con los visitantes porque qué son para nosotros las hormigas o los ratones de campo que se esconden cuando salimos a invadir su limitada parcela del universo. Nada.

Lo único que se echa de menos en esta edición de Pícnic junto al camino es el haber realizado una nueva traducción directa del ruso en vez de haber tomado como base la traducción al inglés y antiguas traducciones a nuestro idioma y al catalán. Como todo el mundo sabe tantos procesos de traducción pueden llegar a desvirtuar en parte lo que los autores han querido decir y esto es algo que devalúa ligeramente su lectura. Pero es un error perdonable si se tiene en cuenta la inmejorable impresión que deja su lectura. Una novela de ideas bien escrita y que da que pensar.

© Ignacio Illarregui Gárate 2001
Este texto no puede reproducirse sin permiso.