Revuelta en Alfa
Centauro |
No se puede pedir a un autor con apenas 20 años, no muy bregado y deseando abrirse camino en un mercado que demandaba mayormente space operas simplísimas, algo distinto a esto. Así que no extraña que justo eso es lo que encontremos en Revuelta en Alfa Centauro, una de las primeras publicaciones de un Robert Silverberg que durante más de un lustro inundó las revistas yankis de mediados de los años 50 con decenas de relatos o novelillas de medio pelo, repletas de acción, conflictos, viajes y toneladas de aventura. De esta producción poco nos ha llegado. Un par de recopilaciones publicadas en la colección Galaxia de Vértice, con unas traducciones hoy en día ilegibles, dos novelas en Nebulae 1ª época y un puñado de cuentos desperdigados en alguna revista o antología. De ahí que esta sencilla narración tenga una importancia excepcional para los arqueólogos de la ciencia ficción que deseen descubrir, con una edición digna, cómo era la producción del Silverberg más novato. Pero, ¿qué aporta al lector general interesado en leer buenas historias, bien escritas y resueltas con solvencia? La verdad, muy poquito. La historia se sitúa mitad de camino entre el inicio de la guerra de independencia americana (los horribles terrícolas exprimen al máximo a su única colonia en Alfa Centauro), y un Cuando los dinosaurios dominaban la tierra futurista y sin Raquel Welch. Su protagonista es un imberbe tardoadolescente en pleno viaje de instrucción de la patrulla espacial, que deja entrever (muy) ligeramente la calidad de Silverberg como constructor de personajes. Lejos de ser el típico muchachito ocurrente, que sabe lo que debe hacer al instante, ni el sagaz lector de situaciones que acierta siempre con lo correcto, muestra a un ingenuo e inocente de cuidado, con una lealtad que nubla su capacidad de observación y con más dudas de las que se suelen encontrar en diez libros de estos; hasta el punto que llega a traicionar a los que considera sus mejores amigos. De ahí que su caracterización, dentro de su bisoñez, sea muy razonable. ¿Y el resto? Tópico tras tópico hasta el tópico final. Nadie explica cómo un cadete puede estar en medio de todos los saraos (se debieron dejar a la tripulación talludita en algún burdel de la Luna), en el viaje hay la avería seria de rigor, los dinos amenizan la estancia en el planeta, el capitán acaba saliéndose de sus casillas,... Lo usual. A destacar las ilustraciones de José Crimalt, Antonio Jesús Morata y, en menor medida, Jesús Parera que acompañan en todo momento la narración, y los artículos de Carlos Saiz Cidoncha, que introducen a la perfección tanto a Silverberg como la obra que se publica. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2004
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