Snow Crash
Neal Stephenson
Ed Gigamesh
Abril de 2000
Snow Crash
Traducción Juanma Barranquero
432 páginas
Ilustración Juan Miguel & Paco

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     Poco a poco van apareciendo en España las obras capitales surgidas dentro del movimiento conocido como cyberpunk. Si hace un año podíamos poner nuestras manos sobre Mirrorshades (la antología de relatos cyberpunk por antonomasia) ahora mismito podemos deleitarnos con una novela escrita ya en los últimos estertores del movimiento y que sin duda alguna fue su canto del cisne.

      Para empezar cuenta con todos y cada uno de los ingredientes que construyen un cyberpunk en toda regla: se desarrolla en un futuro cercano (ese near future que dicen los anglos), la sociedad está controlada por corparaciones empresariales (en este caso franquicias de mil y un tipos), los protagonistas son outsiders (un hacker/ronin y una mensajera), hay mucha tecnología y nos encontramos la siempre omnipresente red (aquí llamada metaverso).

     Intentar plasmar la riqueza temática de la que hace gala la novela es un objetivo abocado al fracaso, aunque se puede decir lo siguiente. En unos Estados Unidos divididos en millares de barclaves (barrio/enclave), donde poco o nada queda del gobierno central, Hiroaki Protagonist es un hacker que se gana la vida buscando y vendiendo intel (información de todo tipo). Al igual que muchas otras personas Hiro lleva una segunda vida en el Metaverso, donde es un guerrero samurai. Un día se cruza en su camino Snow Crash, un virus del que al principio poco se sabe pero que poco a poco se nos muestra como el arma de control definitiva, capaz de provocar el infocalipsis.  

     Durante las 432 páginas que tiene la novela asistimos no solo a la revelación del secreto que se encuentra detrás de Snow Crash, sino a la aparición de un gran escritor. Y es que Stephenson lo borda en todas las facetas que tiene la novela.

     Por un lado están los brillantes gadgets que aparecen durante la historia. De entre todos los cachivaches que se muestran por las páginas de Snow Crash el premio gordo se lo lleva Razones, una cañón EM portatil que sirve para construir uno de los juegos de palabras más previsible y divertido que he tenido el placer de encontrar. Después de haber destrozado con el aparatito de marras un barco en medio del océano un personaje dice lo siguiente:

"-¿Veis? -dice Ojo de Pez, desactivando el arma-.
Ya os dije que atenderían a Razones.

     Quizás un poquito por debajo se encuentran los personajes, donde también podemos encontrar ciertos elementos memorables. Brilla con luz propia Cuervo, un aleutiano resentido con los EEUU después de que su padre quedase ciego en la explosión de la bomba de Nagashaki y muriese, años después, durante unas pruebas nucleares realizadas por el mismo país. Este "sujeto" además de ser una auténtica máquina de amatar tiene la mejor inmunidad diplomática que se puede encontrar: acoplado a su moto lleva un pequeño sidecar con un ingenio nuclear dispuesto a explotar en el momento de perder la vida.

     Pero donde realmente te deja alucinado la novela es en su alto contenido especulativo, centrado primordialmente en dos aspectos. Por un lado tenemos el Metaverso, una de esas construcciones que se dan tanto en la Ciencia Ficción y que muchas veces hacen agua por todos los lados. En este caso estamos ante la plasmación más sólida y veraz de lo que puede ser un mundo virtual, con sus leyes y su funcionamiento tan bien montados que no me extrañaría nada que estas ideas se tomasen para un futuro experimento en los próximos años. Y después tenemos toda la brillante disquisición sobre el virus del lenguaje, la glososalia (también conocido como don de lenguas) y el síndrome de Babel (esa tendencia que tienen todas las lenguas a divergir por naturaleza), que convierten a la novela en un hito de la Ciencia Ficción lingüística a la altura de Empotrados de Ian Watson.

     En resumidas cuentas una de esas novelas que se lee de un tirón, escrita con desparpajo y brillantez, con interesantes razonamientos y que deja un buen sabor de boca, con ganas de más Stephenson y más Snow Crash. Lástima que su siguiente novela, La edad del diamante, se le derrumbase a la mitad.

© Ignacio Illarregui Gárate 2000
Este texto no puede reproducirse sin permiso.