Teranesia
Greg Egan
Grupo editorial AJEC
Teranesia
1999

Octubre de 2003

Traducción María Luisa Castellano
279 páginas
Ilustración Juan
Antonio Gonzálvez del Aguila

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Éste era un libro muy esperado por un determinado sector de lectores de ciencia ficción en castellano. Tras una dilatada travesía por el desierto sin encontrar una nueva novela de Greg Egan, por fin una editorial daba el paso al frente y se atrevía con uno de sus últimos títulos, presuntamente más complicados que cualquiera de los tres aparecidos hasta el momento (Cuarentena, Ciudad permutación y El instante aleph). A lo que se unía su condición como presentación de un ambicioso proyecto por parte del Grupo editorial AJEC, que después de varios años dedicados a la edición amateur del fanzine Valis (antes conocido como Melocotón mecánico) y una colección de libritos bastante resultones (la colección Albemuth), se lanzaba a la profesionalidad con un catálogo cuanto menos estimulante. Pero no hay nada como crearse expectativas para que éstas se vayan el traste. Mayormente porque la edición que ha padecido Teranesia, más allá de la llamativa portada que le han puesto, tiene muy poco de profesional.

Hacía muchos años que no se publicaba un libro tan mal presentado y que nos retrotrae más allá de los primeros desastres de La Factoría, hasta aquellas barrabasadas que a finales de los 70 nos llegaban de la mano de Edaf. Basta con leer por encima las solapas para descubrir los primeros indicios de lo que que se confirma en el interior. Centenares de errores tipográficos, decenas de espacios de más entre las palabras, algunas de las cuales han desaparecido en combate, y una traducción pésima bombardean con contumacia la concentración del lector desde tantos frentes que resulta casi imposible no capitular ante ellos, llegando a poner a prueba la mera comprensión de la historia, algo que sólo debería estar supeditado a la habilidad del autor para transmitir sus ideas.

Y es una pena, porque no sé hasta qué punto el juicio sobre lo que Egan desarrolla en Teranesia está tan condicionado por el continente donde ha tenido a mal caer; una novela en apariencia más sencilla, que despliega complejas especulaciones menos ligadas a la naturaleza de la realidad en que vivimos, y con un sustrato competente que se aleja de la trama negra filocyberpunk para bordear el retrato costumbrista de un lugar muy poco frecuentado en la ciencia ficción: las islas a caballo entre Asia y Oceanía.

Así, Prabir Suresh y su hermana Madhusree viven en una isla perdida del archipiélago indonesio junto a sus padres, dos biólogos que investigan unas exóticas mariposas endémicas del lugar, fruto de un rompecabezas evolutivo de difícil explicación. Por lo inestable de la zona la expedición fracasa y los niños acaban consiguiendo refugio en Canadá. Con el paso de los años Madhusree se convierte en estudiante de biología y retorna allí con unos compañeros para estudiar una extraña surgencia en la flora y fauna; un cúmulo de nuevas especies que no tienen nada que ver con las que uno esperaría encontrar. Tras ella sale su hermano, poco seguro de que ella sepa valerse por sí misma en un lugar tan inestable, siempre al borde de la guerra.

Prabir constituye el típico personaje Egan, un erudito potencial con una inteligencia abrumadora capaz de desentrañar todos los insondables misterios a los que se enfrenta. En él sitúa comportamientos que no terminan de casar, como que, por muy precoz y adelantado que sea, pueda realizar todo lo que hace con apenas una docena de años, o cómo sin ser un entendido en la materia vaya conduciendo con sus preguntas e ideas (nada sutiles, por cierto) la investigación que conducirá a la comprensión del misterio. Pero también es el más consistente que ha creado nunca, con una evolución fraguada en un sentimiento de culpabilidad que explica todas las decisiones que toma.

Junto a su desarrollo, los mejores momentos de Teranesia llegan mientras se describe la situación sociopolítica de la zona o el exuberante ecosistema alterado, plagado de especies que no se comportan como debieran, todo un festival de pura descripción en la que se abordan una serie de vibrantes adaptaciones al medio cuanto menos inquietantes. O cuando esporádicamente libera su sentido del humor, caso del demencial análisis ultrafeminista de la informática, una ciencia creada por varones para sojuzgar a la mujer.

Por contra hay otros lugares en los que esta efervescencia se pierde en caminos más aburridos, fruto de explicaciones demasiado alambicadas y tiempos muertos que no benefician la cadencia que parece ir ganando la novela. El inicio del viaje con la bióloga, el encuentro con la expedición de la hermana o la cruzada "moluqueña" adocenan un ritmo que parecía disparado hacia la revelación. Algo que está en franca contradicción con la manera en que se cierra la historia, un desenlace peliagudo desatado en poco más de dos páginas con una argumentación mínima, que pasará a los anales de la ciencia ficción como uno uno de los finales más cinéticos y potencialmente confusos escritos nunca. Después de haber leído en diversos puntos de la novela, durante 5 o 6 páginas, teorías que podían ser o no ciertas, se hacía necesario una conclusión más cristalina y convenientemente explicada.

Sin olvidar que el asunto central elegido por Egan carece del alcance de sus novelas anteriores. Aunque no pierde ni un ápice de su virtuosismo, después de haber comprobado cómo realizaba interesantes elucubraciones sobre la naturaleza de la realidad y extraía de ellas auténtica dinamita, los interrogantes biológicos aquí desplegados no atraviesan la frontera de lo circustancial, quedando como un simple, aunque sonoro, petardo. Lo que unido al desbarajuste que comentada al comienzo hacen de Teranesia un simple libro más en nuestras librerías, no apto para los que se atraganten con las malas ediciones, y que promete mucho más de lo que da.

© Ignacio Illarregui Gárate 2003
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