Tiempo de Marte
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Después de que el pasado mes de Diciembre el emporio Planeta adquiriese Minotauro, todos los lectores que amamos la pequeña editorial que Francisco Porrúa creó hace más de cuarenta y cinco años nos poníamos en el peor de los casos posibles; el pez grande se comía al chico para apoderarse de su más preciado tesoro (la edición de El Señor de los Anillos y todo lo que tiene que ver con Tolkien) y desprenderse del resto de su producción editorial. Sin embargo este agorero pesimismo del que era partícipe se ha tornado en un potente rayo de esperanza porque, después de unos meses sin nada que echarse al gaznate, se llevan publicados en apenas 3 meses más libros que en los últimos dos años. El cambio que ha sufrido la editorial ha sido total y no se mantiene ni el formato ni el aspecto externo, ganando los libros en tamaño, vistosidad y, desafortunadamente, precio. Pero resulta entendible si pensamos que ahora cada libro va a tener que mantenerse por sí mismo y no sobrevivir a expensas del éxito que pudiesen tener otros títulos y autores. Entre los proyectos que han retomado está la publicación de las obras completas de Philip K. Dick, eligiendo para la reanudación de las "hostilidades" una novela que es, junto Los tres estigmas de Palmer Eldritch, una de esas reediciones necesarias que alguien tenía que acometer de una vez, de manera que se hiciese justicia a uno de los autores sin los cuales no se puede entender la historia del género. Y es que Tiempo de Marte es la quintaesencia de las obras Dickinianas. Escrita a mediados de los años 60, en plena efervescencia creativa, cumple una por una con las características más importantes de sus novelas clave de esta época, como El hombre del castillo o Doctor Monedasangrienta. Reparto coral en el que la acción se va centrando a medida que pasan las páginas en dos o tres personajes, una sociedad de clase media donde la rutina devora los sueños de las personas, utilización de las drogas para escapar de la aburrida realidad cotidiana, presencia de un megalómano que pretende rehacer el mundo según sus intereses, la inquietante amenaza del tiempo y la entropía sobre el aparente orden vital que mantienen los personajes,... En Tiempo de Marte Dick construye un ambiente muy cercano a los típicos suburbios residenciales en los que pasó parte de su vida y lo rodea de un paisaje más próximo a la imaginación de Percival Lowell (el "descubridor" de los canales marcianos) que al real que hemos visto en las fotos de la NASA. Este aparente desinterés por su parte a la hora de crear un entorno realista es totalmente intencionado. Sitúa al lector en un ambiente muy próximo al que conoce y, de esa forma, gana en cercanía y agilidad, permitiéndole orientar todos los esfuerzos narrativos hacia la construcción de la metáfora que es la novela y el mensaje oculto que Stanislaw Lem resumió tan acertadamente en su conocido ensayo Philip K. Dick, un visionario entre charlatanes; en un mundo asolado por la locura, en el que hasta la cronología de los acontecimientos sufre convulsiones, sólo las personas conservan la normalidad. Eso sí, no se puede negar que la lectura del libro no es fácil, sobremanera cuando entronca con la filosofía de El hombre del castillo, donde no había una nítida explicación racional de lo que ocurría al final. Sin embargo esta vez la conclusión no es tan abierta y, por tanto, no produce un desconcierto tan brutal. Por ello es un plato únicamente reservado para todos aquellos que hayan leído algún otro libro de Dick. No por nada el paladar debe ser trabajado para degustar convenientemente ciertos platos. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2002
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