Jennifer Gobierno |
Hack Nike, Encargado de Distribución de Mercancías Publicitarias de la división australiana de Nike, firma con sus superiores John y John Nike un contrato de ejecución de servicio para promocionar las Nike Mercury, modelo de zapatilla deportiva que lleva seis meses en el mercado y apenas ha vendido 200 pares. Estas cifras tan desastrosas se explican por la nueva forma de marketing ideada por uno de los Johns: te niegas a vender el producto para volver locos a los consumidores y cuando se ha creado la expectación necesaria se pone a la venta a un precio exorbitado (2500 dolares). Lejos de terminar ahí el plan culmina con un currito, Hack, matando a diez compradores cuando están saliendo de las tiendas con sus Mercurys bajo el brazo, para así crear la sensación de que la gente mata por ellas. Resultado: unas ventas millonarias. Hack, un atolondrado de tomo y lomo, firma el leonino contrato que le obliga a realizar su función en la dramática campaña. Incapaz de llevarla a cabo, acude a Pearson Policía, un inspector que le expone la imposibilidad de a) denunciar a sus patrones sin violar la cláusula de confidencialidad que convertirá su vida en un infierno, y b) matar a diez consumidores e irse de rositas (el éxito de la policía está por encima del 85%). Pero, en un giro alucinante, le expone la posibilidad de subcontratar unos asesinos a través suyo por una módica cantidad que le va a tener varios años pagando la cuenta. Hack se decide por esta opción y se encuentra con que al poco de ponerse las Mercury a la venta catorce personas mueren en las puertas de las tiendas mientras otras tantas resultan heridas. Tal desbarajuste se debe a que la policía ha subcontratado el servicio a la ANR (Asociación Nacional del Rifle) que, como todos sabemos, tienen el gatillo muy fácil. Aquí entra en acción Jennifer Gobierno, agente del Estado encargada de controlar que no sucediese nada durante la venta de las Mercury y que resultó herida durante la agresiva refriega publicitaria. Decidida a descubrir quién está detrás de todo, utiliza los fondos que le facilita la familia de una de las víctimas (al Estado sólo le compensa prevenir crímenes, no investigarlos) para tirar del hilo y cazar al responsable último del maquiavélico plan. Durante sus pesquisas se cruza con toda una serie de personajes caídos en desgracia (Billy Bechtel, un mecánico a punto de quedarse en paro; Buy Mitsui, un broker en apuros; Violeta, una programadora en paro;...), que componen un exagerado retrato de nuestra sociedad de consumo, tan disparatado como certero. Hacía mucho tiempo (pero mucho) que no leía una macarrada de este calibre. Una parodia frenética, desmesurada y divertida, con mucho sentido del humor y cantidades desaforadas de mala leche. Un Mercaderes del espacio adaptado al mundo y las formas de comienzos de siglo XXI, que no creo que, como la novela de Pohl y Kornbluth, alcance el rango de Clásico pero que supone una historia ejemplar para carcajearse y acojonarse con ese mundo empresarial de macrocorporaciones, campañas de marketting, beneficio a cualquier precio, reducción del Estado a su mínima expresión, globalización,... en el que vivimos. No se puede negar que es una obra voluble, un poco insustancial y demasiado agitada, que abusa del diálogo como herramienta narrativa y con unos personajes icónicos que tienen en su mayor parte la misma profundidad que un hoyo de un campo de golf. Pero da un poco igual porque descongestiona las neuronas y alegra la mente; se devora en dos sentadas y produce un regocijo a mitad de camino entre lo lúcido y lo absurdo. Como sólo las buenas parodias llenas de mala hostia producen. Lo ha publicado una editorial semidesconocida (Tropismos) que no se ha lucido, ni mucho menos, con la edición. Padece errores de bulto, con bastantes diálogos que no se abren o cierran con el preceptivo guión, y algunos montados entre sí. Pero si gustan las narraciones disparatadas con un cierto aire a Snow Crash, con menos carga gafapasta o especulativa, téngala en cuenta para la próxima compra. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2006
Este texto no puede reproducirse sin permiso.