Nunca me abandones
Kazuo Ishiguro
Anagrama
Never Let Me Go
2005

2005
Traducción de
Jesús Zulaika
351 páginas

Kathy H. es una mujer de treinta y un años que se dedica a cuidar donantes mientras recorre Gran Bretaña en coche. A través de sus recuerdos nos conduce por su vida desde su infancia en el internado de Hailsham, un colegio de presunta elite en el que, sin apenas contacto con el exterior y en compañía de otros chicos de diferentes edades, era preparada para un futuro opuesto al del resto de la humanidad. Un porvenir a priori desconocido que poco a poco va cobrando tenebrosa forma.

La aproximación de Ishiguro a la vida de Kathy es sugestiva. Lejos de caer en la linealidad más anodina, durante el primer tercio de la narración utiliza un efectivo movimiento en espiral. Los recuerdos que Kathy rememora se alejan de cualquier base cronológica y da pequeños saltos en el tiempo adelante y atrás según las situaciones acuden a su memoria, formándose una visión enigmática, desasosegante y sincera de sus días en Hailsham. Un lugar en el que, entre el comportamiento habitual de los adolescentes, se le imbuye en una percepción del mundo construida a base de eufemismos, medias verdades, mentiras completas y absolutamente alejada de la realidad. Una limitación que termina condicionando su relato.

En este proceso le acompañan sus amigos Ruth y Tommy, con los que vive la típica historia triangular en la que se cruzan amor, ternura, confianza, desencuentros, reconciliaciones,... y que proporcionan una aproximación complementaria a su continua búsqueda de un sentido existencial. Un sentido tergiversado por el lenguaje políticamente correcto, las limitaciones impuestas a la percepción, la ambivalencia o la falsedad más piadosa que se apropia de sus vidas.

El poder de Nunca me abandones está en el estilo utilizado por Ishiguro para abordar la narración: la voz de Kathy. No sólo es nítida, consistente y continua sino que posee una pléyade de matices cautivadores. Como transmitir un esmerado equilibrio entre una emoción que no terminan de estallar y una leve distancia que termina haciéndose extraña. Sobre todo si el lector mantiene la esperanza de que el libro termine virando hacia donde lo conducirían sus prejuicios o deseos. No hay ni arranques de genio ni atisbo de rebelión sobre lo que el futuro depara, y sí una obstinada búsqueda de una respuesta trascendente a su situación que, de forma ineludible, desemboca en una aceptación triste y, por qué no decirlo, despiadada. Una historia que funciona como un potente remolino: en cuanto empiezas a nadar en sus proximidades quedas atrapado por el maelstrom que te lleva a su centro... hasta que te arrastra al fondo.

© Ignacio Illarregui Gárate 2006
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