Puente mental |
Llevaba unos cuantos meses leyendo únicamente novedades y ahora que me he liberado de esa necesidad me he vuelto hacia la estantería donde descansa la pila de libros más añejos para extraer de ella alguna lectura. Entre todos ellos, aprovechando que Joe Haldeman va a visitar Gijón, he elegido éste; su única novela traducida que me faltaba por leer. Y eso que tiene un significado especial: la escribió después de La guerra interminable (con todo lo que ello supone). El resultado, con muchos matices, es aceptable. ¿Cómo afrontó Haldeman esa complicada tarea? Con una ambición formal mayor. Lejos de plantear una narración convencional eligió para su construcción la técnica del collage: mezcló fragmentos en primera y tercera persona con hipotéticas entradas extraídas de enciclopedias, informes de campo, grabaciones de conversaciones, artículos de revistas,... aunque, todo hay que decirlo, sin llegar al virtuosismo y complejidad que John Brunner dejó patentes en Todos sobre Zanzíbar y El rebaño ciego (obras construidas bajo el mismo esquema). Sin embargo no puso esta audacia al servicio de una nueva historia. Haldeman, supongo que todavía estigmatizado por la experiencia de Vietnam y las manipulaciones de su gobierno (algo visible en su siguiente obra, el fix up Recuerdo todos mis pecados), optó por utilizar parte del esqueleto de La guerra interminable para desarrollarlo bajo este nuevo patrón, cayendo en la mera repetición: el protagonista es una especie de soldado que no es dueño de su destino, durante la historia establece una relación "monógama" con una pareja que conoce en el "ejército", aparece un enemigo alienígena que recuerda a los taurinos, las misiones bélicas tienen lugar utilizando las habituales armaduras hademanianas, el sexo está libre de tabús y aparece perfectamente diferenciado del amor,... Con el agravante de que una de las características fundamentales de La guerra interminable se encuentra demasiado atenuada. En su opera prima, además de reflejar la experiencia que para la juventud de su época supuso Vietnam, estableció una sintonía perfecta entre trama y personajes. Aquí Haldeman intenta algo parecido pero le resulta imposible conseguir un tratamiento semejante; la estructura juega en su contra y apenas dispone de pasajes y extensión para ello. Entre el conjunto de retazos que componen Puente mental los centrados en los protagonistas son escasos, se hacen cortos, apenas destacan y, aunque intenta crear una implicación emocional, ni acierta a establecer el lazo empático/simpático con el lector ni asienta una evolución de su personalidad. Como se puede leer, caigo en el temible pecado de comparar una segunda obra con la primera, pero esta vez el autor nos lo puso a huevo. Lo que no quita para que Puente mental, por sí misma, tenga cualidades positivas, como la mencionada audacia formal, bien consumada, el fehaciente pulso narrativo que Haldeman imprime a todo lo que escribe o una extensión muy ajustada. Eso sí la edición de Edhasa deja demasiado que desear. En todos sus aspectos. Nota: para los curiosos, no es estrictamente su segunda novela. Un año después de La guerra interminable Haldeman publicó bajo seudónimo un par de novelillas de aventuras superheroicas. Quien sabe si escritas anteriormente. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2006
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