Ronin

Idea, guión y dibujo Frank Miller
Color Lynn Varley
Norma editorial

Ronin
1983,1984

Diciembre de 2000
Traducción Robert Falcó
Rotulación Agut
324 páginas
Ilustración Frank Miller

Frank Miller a principios de la década de los 80 había pasado de ser un don nadie a ser considerado como la gran esperanza blanca del comic book. En sus 4 años de estancia en Daredevil había revolucionado el lenguaje gráfico de un medio que no hacía más que repetir clichés con ya casi 20 años de historia. Y aunque Daredevil era un personaje con el que se sentía a gusto (a pesar de su estridente traje, Matt Murdock es un tipo normal que carece de superpoderes), Miller tenía ya ganas de trabajar con algo salido de su propio tablero de dibujo. Por ello, después de cerrar una brillante etapa en Marvel, cogió sus bártulos y acudió a la otra grande del mercado americano dispuesto a realizar su primer proyecto como creador absoluto lejos de cualquier tipo de presión editorial. Tan dispuesta estaba DC a robarle uno de sus principales creadores a Marvel que le permitió retener los derechos de autor, cosa bastante poco frecuente en aquella época. El caso es que Miller, con la cuasi completa libertad que disfrutó, realizó uno de los ejercicios de estilo más recordados por los lectores, experimentando con todos y cada uno de los aspectos creativos que le tocaron en suerte.

Así, por ejemplo, en Ronin se puede apreciar por primera vez en un comic book americano influencias de otra forma de entender el tebeo. Lejos de la endogamia en la que siempre han estado inmersos los creadores de superhéroes americanos, Miller huye de los referentes habituales del cerrado mundo en el que se movía hasta entonces (los sempieternos Jack Kirby o Neal Adams) para dejar paso a nuevas fuentes de las que beber, como la BD francesa y el Manga japonés. De obligada mención es la evidente influencia de Moebius en toda la parte más futurista de la narración, sobre todo a la hora de los diseños de los trajes, armas y demas gadgets que se pueden apreciar. Además por primera vez el Manga se convierte en un referente cercano, no sólo en la localización de la parte ambientada en el Japón feudal, sino también en la creación del personaje central, las diferentes armas blancas que aparecen y la estética que adquieren las numeras peleas que Miller retrata, todo ello sacado en su mayor parte de Lone Wolf and Cub, un manga de culto altamente recomendable.

Otro aspecto que resulta destacable es la excelente puesta en escena de la que disfruta. No ya solo la página se convierte en unidad narrativa sino que ahora se puede decir que es el tebeo entero el que constituye la unidad fundamental. Y a pesar de resultar algunas veces confuso, podemos degustar el gran valor que atesora Miller como creador, su depurado storytelling. Esa brillante manera de contar la historia de forma gráfica, haciendo que tu cabeza en ocasiones vuele sobre la página, prescindiendo de los textos de apoyo que muchas veces entorpecen la lectura. A esto hay que sumar la excelente labor de Varley (mujer de Miller) que juega con diferentes tonos y colores según se quiera denotar un sentimiento o una sensación determinada.

El problema de Ronin es que a pesar de los intentos del autor se queda en un mero ejercicio de estilo, incapaz de implicar al lector en aquello que está contando. Carece del tono épico que obras como el citado Daredevil, El regreso del señor de la noche o Sin City atesoran. Y por eso salvo en las apasionantes escenas de peleas, Ronin se lee con el piloto automático puesto, llegando a resultar cansino y bastante aburrido. Quizás la excesiva ambición de Miller al situar la historia en un futuro cercano, le ha hecho perder parte de la frescura que el resto de sus obras indudablemente tiene.

Si lo que quieres es leer una obra realmente memorable mejor prescinde de su lectura y acude a otras obras del mismo autor mencionadas más arriba que resultan a todas luces mucho más satisfactorias. Pero si te gusta Miller y quieres degustar su savoir faire, Ronin es uno de esos referentes que resulta imperdonable perder. Porque los ejercicios de estilo algunas veces resultan reconfortantes.

© Ignacio Illarregui Gárate 2001
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