Wild Bill ha muerto
Autor Hermann |
El mundo del tebeo en Europa se mueve por parámetros completamente diferentes al que se hace en EE.UU. y, desde luego, abismalmente opuestos al del manga japonés, no sólo desde una perspectiva meramente cultural (en el viejo continente el cómic no se concibe únicamente como un mero divertimento de las "masas" sino que tiene un cierto prestigio cultural, cosa que en España no ocurre) sino también, fundamentalmente, a la hora de considerar el tiempo que se toma un autor para realizar cualquiera de sus obras. Tanto en Japón como al otro lado del charco se exige a los autores un ritmo de trabajo más o menos infernal con el fin de abastecer a los lectores de su ración mensual (o semanal en el caso del manga) de sus personajes favoritos. Aquí en Europa el ritmo de producción es muchísimo más tranquilo, y un autor puede tardar de 6 a 8 meses en producir un álbum de 48 páginas. De esa forma puede meditar mucho más la narración, trabajar de una forma más sosegada, dedicar a cada panel el tiempo necesario y conseguir unas páginas realmente impresionantes. Hermann ha depurado al máximo esta forma de trabajo y, realizando la mayoría de los álbumes en solitario, ha conseguido mantener una cadencia envidiable entre obras de sólo 6 meses. Y observando los resultados no hay más que felicitar a este genio belga por los álbums que está realizando, sobre todo debido al brillante acabado formal que está consiguiendo.
Hermann, como la mayoría de los grandes creadores, huye de contar historias grandilocuentes en las que se narran grandes hazañas y prefiere centrarse en argumentos sobre perdedores que tienen que enfrentarse a las injusticias que otros cometen. Su serie más conocida, Las torres de Bois Maury, son 10 álbumes (bueno 11) en los que da innumerables giros de tuerca a este motor argumental y en la que un caballero sin señor, con un estricto código de honor y extremadamente fiel al ideal de la caballería andante, busca conseguir un señorío que le fue arrebatado a su padre cuando el no era más que un niño. Ahora ha decidido volver a un género en el que se mueve con soltura, el western (y en el que se siente tremendamente cómodo como así lo demuestran los ramalazos de este género que se pueden encontrar en otras obras del autor como Jeremiah, Caatinga o el propio Bois Maury), para retomar otra historia del tipo que le gusta y construir un relato bastante contenido e intimista en el que, aunque está lejos de ser su mejor obra, demuestra una vez más su calidad como creador de historias.
El título puede llevar a confusión ya que pudiera parecer que el protagonista central es Wild Bill, cuando no aparece en ningún lugar. Y es que Wild Bill ha muerto arranca el mismo día en que este célebre personaje fue asesinado por la espalda. En una mina próxima a un pequeño poblado, una banda de forajidos asesina a sangre fría a una familia de mineros. El único superviviente es Melvin, un joven apenas entrado en la adolescencia que jura venganza y promete ajusticiar el mismo a los asesinos. Desde ese momento la narración nos conduce por las vivencias del joven hasta que se convierte en un hombre, todos los sitios por los que pasa, trabajos que realiza y personas que conoce hasta que, bastantes años después, lleva a cabo su venganza.
Wild Bill ha muerto toma la forma de un viaje iniciático por un ambiente que ha pasado a formar parte de nuestro acervo cultural, el salvaje oeste, esta vez por unos paisajes montañosos que se alejan bastante de los westerns típicos que hemos podido ver generalmente (presididos por paisajes semidesérticos y poblados polvorientos). La evolución de Melvin desde la adolescencia hasta el inicio de su madured es dura y tiene lugar a través de diferentes pasajes todos ellos muy bien narrados y llevados, aunque en los nexos entre ellos parecen un poco deslavazados. En apenas 56 páginas se condensan gran cantidad de hechos que tienen lugar en un amplio espacio de tiempo y la narración, en esos momentos puntuales, en vez de avanzar suavemente lo hace un poco a saltos, cosa que de ninguna manera mengua el disfrute pero que sí que deja notar una cierta falta de cadencia. Pero este defecto es un pecadillo menor en comparación con el aspecto general de la obra, realmente impresionante; Hermann está alcanzando cotas de calidad imponentes, sobre todo desde que el mismo colorea sus dibujos. Y es que a su ya depurada narrativa y al perfecto conocimiento del medio ahora une un uso del pincel impactante, convirtiendo cada viñeta en una pequeña obra de arte en las que el lector puede recrearse buscando detalles o simplemente contemplándolas por el mero hecho de disfrutar.
El trabajo realizado por la gente de Imágica Cómics es muy buena, no sólo en el aspecto general de la edición sino, sobremanera, en lo que se refiere a la excelente traducción llevada a cabo por uno de los grandes de este campo en nuestro país, Lorenzo Díaz. La verdad es que el precio es bastante elevado y espantará a más de uno, pero la obra lo merece. Para amantes del buen cómic y todos aquellos que quieran descubrir por qué me apasiona este medio de transmitir historias.
© Ignacio Illarregui Gárate 2001
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