El origen de El
Señor de los Anillos
|
En los últimos meses no he dispuesto de demasiado tiempo para comentar alguno de los libros de ensayo que he leído (sobre cómics ya ni me lo planteo), pero aprovechando que estas vacaciones de Navidad todo se encuentra más despejado sí que voy a poder hablar al menos de éste, que he devorado en un par de sentadas. El origen de El Señor de los Anillos es un título con un cierto nombre. Probablemente es el primer texto profesional que aportó algo de luz sobre la obra maestra de J. R. R. Tolkien, acercó al lector de base su vida y situó la tradición milenaria de la que formaba parte. En este terreno resulta un ensayo cumplidor porque ofrece justo lo que promete. Sin embargo, para alguien con unas miras más amplias que busque profundizar en el tema central del libro, se le puede quedar corto. Posteriormente han salido otros libros que trabajan terrenos próximos y, a parte de ser más extensos, son más exhaustivos. En las primeras 50 páginas Carter realiza una certera presentación del hombre detrás del libro, su vida, inquietudes y forma de trabajo, para pasar a la escasa repercusión que tuvo su primera edición y las encontradas reacciones que encontró entre los críticos del momento (y que después se han seguido reproduciendo con el paso de los años). Curiosamente, para ser publicado en 1969, nada se dice de los problemas que aparecieron con la edición pirata de 1966 (génesis de su popularidad) o muy poco de cómo marcó a los lectores de la época. En todo caso, un comienzo aceptable. A continuación emplea la misma extensión para contar el argumento del Hobbit y de ESDLA, maniobra harto inútil porque el libro produce siempre la impresión de estar orientado específicamente para todos aquellos lectores de Tolkien que quieren descubrir sus raíces. Suena estúpido resumir una historia a alguien que ya la sabe, sobre todo si no se profundiza lo más mínimo en ella. Y después llega el meollo del libro, la parte más satisfactoria para los legos en la materia. Partiendo de una breve explicación del posicionamiento que tenía Tolkien frente a los cuentos de hadas y su interpretación, se enumeran los grandes escritos épico/fantásticos de la historia de la literatura, comenzando por los más antiguos como el mito de Gigamesh o los cantos homéricos. Carter desgrana una a una las obras que forman esa tradición, con un nivel de síntesis envidiable, para comentar de pasada sus puntos en común, aunque peca de superficialidad y de no atar en corto ciertas reflexiones. Conocida la aversión que sentía el autor de ESDLA por la alegoría, resulta un tanto extraño que no se indique en algún lugar que muchos de los textos que se citan, a pesar de todas las deformaciones que llevaban detrás, tenían un fuerte sustrato real en el que se podían encontrar sucesos históricos, lo que los pondría ligeramente en las antípodas de su obra. Asimismo se centra en los cantares de gesta o todas las novelas de caballerías que se escribían y leían durante los siglos XV y XVI, para pasar posteriormente a toda la tradición tardoromántica anglosajona, nacida a partir de William Morris y secundada por escritores como Lord Dunsany o E. R. Eddison. En ellas se constata la transición entre una fantasía real, aquella en que el lector contemporáneo daba por veraces todos los componentes fantásticos que aparecían en esas historias, a una fantasía evocadora donde, a parte del puro relato y la épica, se encontraban un deseo por encontrar las raíces de las que el hombre se fue separando con la llegada de la ilustración y la revolución industrial. Es en esta segunda parte donde Carter demuestra ser algo más que un iniciado y analiza (con justa brevedad) los temas que se escondían detrás de esos autores que tanto amaba y que como editor recuperó para su sello Adult Fantasy (que junto a ESDLA relanzó el género de la fantasía a finales de los 60) Más adelante, retrocede en el tiempo para recuperar la segunda gran familia de la que forma parte ESDLA: la tradición oral escandinava. Aunque esta vez, además de citarse los textos más importantes se entra a indagar en los puntos comunes, exponiendo el origen de muchos de los nombres utilizados por Tolkien en sus obras o las similitudes entre la historia del Anillo Único y el Anillo del Nibelungo, del que se relata la larga evolución entre la primera leyenda surgida en el siglo XIII y la versión definitiva atada por Wagner en el siglo XIX. De nuevo la parte expositiva es agradable y difícilmente refutable. Pero en las valoraciones Carter vuelve a cojear. En un momento alude a que Tolkien tenía todas estas lecturas presentes como si hubiese ido directamente a esos libros mientras escribía, cuando realmente lo que hay detrás es un amplísimo bagaje cultural que de forma no consciente fue apareciendo a lo largo de la historia. Todos estos "agujeros" no son más que pequeños defectos que he podido encontrar porque he tenido la suerte de haber leído El Silmarillion y toda una serie de libros o artículos escritos por críticos como Humphrey Carpenter, T.A. Shippey o Joseph Pearce, que han desnudado sistemáticamente el mundo de Tolkien y mostrado todas las capas de los que estaba formado. Algo que Carter no hizo ya que escribió su obra antes de que todo esto se publicase. Sin embargo hay una fuente que apenas aparece y cuya omisión sí resulta recriminable. La honda fe católica que sentía Tolkien está omnipresente en toda su obra, saliendo a través del tono general de muchos de sus escritos, el comportamiento de sus personajes y la cosmovisión de la Tierra Media. Se merecía al menos un par de capítulos como los dedicados al resto. El origen de El Señor de los Anillos es un libro recomendable para aquellos que quieran iniciarse en el estudio teórico de Tolkien y no hayan leído ninguno de los libros de los autores antes comentados. El resto, aunque encuentren una lectura agradable y, a ratos, información complementaria a la que ya tenían, puede que se lleven una desilusión. Cosas de que el libro se haya publicado en Espala con más de 30 años de retraso. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2004
Este texto no puede reproducirse sin permiso.