¿Juega Dios a los dados?
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El caos es una de las ideas más interesantes y polémicas que han surgido en la ciencia de los últimos 50 años. Y digo bien ciencia ya que, aun siendo una idea eminentemente matemática, ha aparecido por igual en innumerables campos que abarcan desde la ecología y el estudio de poblaciones hasta la fabricación de muelles, pasando por la meteorología (el omnipresente efecto mariposa), mecánica clásica, astronomía e, incluso, la mecánica cuántica. ¿Juega Dios a los dados? pretende ser un completo paseo por la historia del caos desde su génesis a comienzos de siglo hasta hoy, analizando tanto su participación en los campos antes señalados como el grado de acercamiento a la realidad que ha supuesto su uso. La controvertida idea del caos aparece inicialmente en el mundo de la física debido a las limitaciones propias del método de trabajo que los científicos se imponen a la hora de elaborar los modelos físicos, esa displicencia con la que se eliminan efectos aparentemente despreciables y todas las simplificaciones que se realizan al construir las ecuaciones matemáticas necesarias para explicar un suceso. Eso lleva a que globalmente los resultados obtenidos sean satisfactorios pero acarrea una imposibilidad de explicar determinados fenómenos porque, en el fondo, la realidad puede llegar a ser mucho más complicada de lo inicialmente modelado. Así, ínfimas diferencias en las condiciones iniciales del sistema que se quiere estudiar puede llevar a un gigantesco cambio en la solución final obtenida. El paradigma de esto que acabo de exponer es el conocido efecto mariposa; basta un ligero batir de alas de una mariposa para que en cierto lugar del mundo en vez de hacer sol se forme un huracán. Expuesto así puede parecer una boutade, pero es una imagen bastante aproximada de lo que puede ocurrir en realidad. El movimiento de las alas de la mariposa cambia ínfimamente los valores locales de la presión que los instrumentos de medida no pueden captar. Esa pequeña perturbación en el sistema se va propagando con el tiempo y acaba generando una situación final completamente opuesta a la prevista. Pero reducir el caos a su ejemplo más popular es simplificar el tema en exceso. El asunto es mucho más rico y tiene matices que tal ejemplo de pizarrón es incapaz de comunicar. Ian Stewart también se centra en los aspectos más abstractos del caos, bordando en especial el capítulo centrado en los fractales, esas extrañas y estimulantes figuras geométricas que aparecen asociadas al fenómeno eminentemente matemático. Aplicaciones matemáticas sencillas son capaces de generar cuando se representan gráficamente con la ayuda de un ordenador una serie de dibujos altamente sugerentes que respetan a la perfección las leyes de escala. Si ampliamos las diferentes zonas que se pueden apreciar en las figuras observamos recursividad y autosimilitud: una y otra vez obtenemos los mismos diseños en una especie de juego de cajas chinas bellamente decoradas. Escribía John Keats en una de sus odas más recordadas que La belleza es verdad, la verdad belleza. Los conjuntos de Julia o el conjunto de Mandelbrot tienen una belleza inherente que sólo puede ir asociada a la verdad que el caos representa. Nadie con dos dedos de frente puede dudar que el caos está asociado a la realidad, al comportamiento de casi todos los fenómenos que podemos observar. Sin embargo hasta ahora su aplicación era su caballo de batalla. Se decía: Vale. Existe. Está ahí. No se puede predecir el comportamiento de un sistema más allá de un cierto tiempo. ¿Pero qué utilidad tiene el estudio de dicho fenómeno si no me permite estimar cómo va a evolucionar algo, determinar sus futuras características? Afortunadamente en los últimos años sí que se la han encontrado aplicaciones a dicho fenómeno. Por ejemplo hoy en día no se puede concebir la informática sin los fractales, que se han convertido en la herramienta fundamental a la hora de comprimir y codificar archivos. Y entre otros ejemplos, Stewart cita una de las experiencias en la que está participando, el cómo el caos se ha convertido en una herramienta muy útil a la hora de realizar el control de calidad en la fabricación de muelles. Sólo hay que ser ligeramente ocurrente para poder llevar el caos a la aplicación técnica. Stewart resulta un divulgador ameno y controlado capaz de introducir simplicidad donde no la hay, explicando convenientemente la mayoría de los conceptos de los que parte el caos. Para ayudar a los legos en la materia utiliza hábiles imágenes y analogías a la hora de explicar el fenómeno. Sin embargo el nivel necesario para comprender todo lo que comunica no es tan básico como pretende y se necesitan unos conocimientos matemáticos por encima de los que tiene cualquier lector medio. Además se pierde muchas veces en inútiles disquisiciones sobre lo cortos de miras que resultan ciertos científicos a la hora de admitir la existencia y utilidad del caos, y sobre todo en las consecuencias más filosóficas de la teoría, perdiendo el rumbo del estructurado discurso que llevaba hasta el momento. En resumen. Un buen libro para introducirse en la teoría del caos y que satisfará a todos aquellos deseosos de conocer sus más recónditos entresijos. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2001
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