La partícula divina
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La partícula divina es, en principio, un viaje a través de la historia en busca de los á-tomos de Demócrito, los componentes fundamentales de la materia que carecen de una estructura interna. Durante el trayecto Leon Lederman (uno de los físicos experimentales más importantes de los últimos 50 años) va repasando las diferentes concepciones sobre la composición de la materia que se han tenido a lo largo de la historia, desde los antiguos pensadores griegos pasando por los grandes filósofos naturales de los siglos XVI y XVII como Galileo o Newton, los átomos químicos de Dalton, el modelo atómico de Rutherford, el descubrimiento del protón, del neutrón o de su estructura interna, finalizando con el llamado modelo estándar, el aceptado hoy en día y que explica que toda la materia se encuentra formada por quarks y leptones, y que las interacciones entre ellos se realiza mediante el intercambio de ciertas partículas (una de las cuales son lo fotones). El recorrido por el cual nos lleva puede resultar interesante ya que introduce todos los conceptos e ideas de los diferentes científicos de una manera asequible y amena. Incluso a veces se detiene a analizar muchas ideas que no tocan ni tangencialmente el tema entorno a la cual vertebra el libro Lederman (como por ejemplo las páginas dedicadas a Galileo que, apesar de ser uno de los dos grandes científicos de la edad moderna no pinta mucho en el libro), lo que para el lector desconocedor del tema no está de más. Sin embargo para aquellos interesados por la historia de la ciencia y que ya conozcan levemente cómo ha ido evolucionando ésta a lo largo de la historia todo les sonará a tema ya trillado. El propio Lederman hace a comienzos del libro una broma sobre lo que va a desarrollar en esos capítulos, diciendo que se siente como el séptimo marido de Zsa Zsa Gabor en la noche de boda, bromeando con la dificultad de sonar novedoso con algo que se ha contado cienes y cienes de veces. Lederman intenta aportar algo de humor y muchas anécdotas irrelevantes para hacer de gancho, resintiéndose bastante los resultados. Para empezar muchas de las bromas que introduce en el texto son juegos de palabras que se pierden en la traducción, que sin ser desastrosa no es nada del otro jueves, pero se echan en falta notas a pie de página que aclaren donde estaba la gracia o quién es el personaje de quien Lederman se están riendo en ese momento. En lo referente a las anécdotas, las que podría etiquetar de históricas (anteriores a la mitad del siglo pasado) no aportan nada nuevo bajo el sol y son la repetición de las que conoce la mayoría de la gente. A pesar de esto, nunca está de más recordarlas de nuevo. Sin embargo las que se refieren científicos de 1950 en adelante son casi todas absolutamente intrascendentes. Lederman debe conocer a todos los científicos de los que habla y deja la sensación de que está escribiendo para sus amiguetes y conocidos, haciendo homenajes, referencias, descripciones y bromas que entre ellos seguramente hacen mucha gracia y tienen mucho sentido pero que para este españolito de a pie son vacías y prescindibles. Además tampoco siento un interés desaforado por saber cómo pasan los viernes por la tarde un grupo de científicos de la Universidad de Columbia y chorradas por el estilo. Esta forma de escribir sería perdonable si esto ocurriese esporádicamente pero hace uso de ella de una forma constante y parece que se está leyendo una especie de Hola dedicado exclusivamente a los físicos de altas energías más que un libro de divulgación. A esto hay que sumar un detalle que me da mal pálpito. El libro no ha sido escrito únicamente por Lederman sino que aparece también un tal Dick Teresi acompañándole y que me escama bastante. ¿Por qué? Está claro que la calidad de un libro no se juzga por el nombre de aquel que lo escribe. Pero esta forma de presentarnos a los autores me ha recordado a una práctica que se hacen en otros géneros en las cuales un pobre "negro" hace el trabajo duro de escribir la parte central a partir de unas notas del "señorito" de turno y éste se dedica sólo a hacer trabajos puntuales. La sensación que me ha dejado el libro es que la parte fundamental de la primera mitad del libro está escrita por una persona completamente diferente a la segunda, y que Lederman se ha dedicado sólo a adornar levemente el texto de Teresi en esa parte mientras que en la segunda, la que versa sobre los descubrimientos hechos en la segunda mitad del siglo pasado, sí que ha participado activamente. Y es que el estilo expositivo que al principio era bastante claro, preciso y estructurado se torna a partir del capítulo llamado Los aceleradores en algo más lioso y sin un rumbo claro. Lo que sí que es cierto es que el título del libro debería haber sido otro (¿Viaje a la estructura del universo?) y no el de La partícula divina porque realmente de esta (el anhelado bosón de Higgs, presunto culpable de que las partículas tengan la masa que tienen y la partícula más buscada por los físicos en estos momentos) apenas se habla un capítulo que podía haber pasado como un artículo de dos páginas en la sección de ciencia de un diario o una revista cualquiera. Y eso es lo que me ha decepcionado más. Descubrir que el libro no es lo que te venden sino uno más del montón. Curiosamente me sigo quedando con un libro como De los átomos a los quarks de James S. Trefil, que tiene el problema de ser ya un poco vetusto y de no partir de un nivel básico pero que, por contra, es mucho más sincero, directo, completo y barato. Además a Lederman, como buen americano de pro, sólo le falta entonar el barras y estrellas porque continuamente está alabando la ciencia que se hace en su país y lo avanzada que es respecto a la que se hace en otros sitios como en Europa. Cierto que en parte tiene razón, pero es una pena que el libro haya sido escrito un par de años antes de que su gran proyecto, el supercolisionador que se iba a construir en Tejas y al que alude doscientas mil catorce veces, fuese "aniquilado" por el recorte de fondos por parte del Senado. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2001
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