Provocación |
Aprovechando un cuádruple desplazamiento en tren (salida didáctica a Solvay con los nenes de 3º de ESO) he estado releyendo, una semana después de terminarlo, Provocación, de Stanislaw Lem. No, no es que no me haya enterado de papa. Como otras obras de Lem que recopilaban prólogos sobre libros imaginarios, caso de Vacío perfecto y Un valor imaginario, este tipo de creaciones permitían (es triste tener que hablar en pasado) a su autor verter un torrente de ideas incisivas en una extensión quizás inapropiada para ello. La compresión y la consiguiente acumulación resultan de tal calibre que siempre me he sentido un tanto sobrepasado; necesito que las nociones maduren para retomarlas un poco más adelante y poder afianzarlas en la medida de mis posibilidades (para que, todo sea dicho, duren apenas unas semanas; no trabajé mi memoria demasiado durante la juventud y ahora padezco las consecuencias) Con estos ensayos condensados, Lem no analizaba tanto un "objeto" sino que se lanzaba a degüello sobre él. Esbozaba con mano rápida y afilada una serie de conceptos buscando despertar la conciencia crítica del lector y trasladarle a un terreno diferente, ligeramente alejado de sus cauces habituales. Para ello utilizaba tácticas como el cinismo más corrosivo, un discurso tajante y directo, una violencia intelectual de alto octanaje, el sarcasmo más hiriente, ... Todo valía con tal de romper la modorra y volar parte del discurso cultural dominante (otros que se jactan de ello son en comparación vulgares paridores de bolsilibros) Pasando al libro en cuestión, el primer prólogo, "El genocidio", el más extenso (unas 90 páginas de las 160 que tiene Provocación), sintetiza el pensamiento de Lem sobre la génesis del horror del holocausto judío para, como dice David Torres en el prólogo, abordar una inmisericorde antropología del mal. Un diabólico y frenético recorrido por el fango en el que puede caer el alma humana y las oscuras pasiones que llevaron a crear una industria de muerte oculta bajo una serie de nociones, ceremonias, vestidos,... macabras. No contento con esto, indaga en las raíces culturales del genocidio y traza una arriesgada comparativa con los grupos terroristas de extrema izquierda que surgieron en Europa durante los años 70. Y llega a una dramática conclusión, compartida con el segundo prólogo del que hablaré ahora: el mal es multiforme y en su eterna lucha con el bien no sólo juega con las cartas marcadas sino que, además, cuenta con múltiples estrategias, varios compañeros de fechorías y utiliza cualquier equivocación de éste para volverla en su contra. Una batalla de lo más desequilibrada, como indica en la conclusión del libro:
Quizás lo peor que se puede decir es que la mencionada compresión a la que está sometido su pensamiento ocasiona un discurso tan ardoroso como fugaz en el que apenas hay desarrollo y múltiples ideas quedan en el tintero, dejando al margen asuntos que bien se podrían haber tocado, como la naturaleza de parte de sus compatriotas polacos que colaboraron en el exterminio o la participación de las culturas no mediterráneas como la eslava en conductas como las que plantea. Pero esa también es la gracia del asunto. Mientras, en "Un minuto humano" introduce un hipotético almanaque que, a través de incontables estadísticas, gráficas y tablas, resume lo que ocurre en el planeta en un sólo minuto. Un exhaustivo repaso a todo lo medible del día a día del ser humano que traduce en cifras nuestros quehaceres, comportamientos, psicosis, hábitos,... Frente a la mortal seriedad de "El genocidio", aquí nos hayamos ante un texto más mordaz y suelto, en el que el característico humor de su autor campa a sus anchas y nos regala momentos antológicos como el siguiente
Estoy pensando que, como tantas otras veces, cualquier cosa que pueda escribir está de más. Lean este libro y, si pueden, cómprenlo. Aunque su precio es elevado depara una lectura de calidad. Además su apoyo garantiza que El Funambulista siga publicando obras de Lem diferentes a las que se pueden encontrar en otras colecciones de bolsillo. Esperemos que por mucho tiempo. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2006
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