El último deseo
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Al igual que está pasando con otras formas de comunicación, como el cine o la televisión, estamos siendo colonizados por una cultura que no es la nuestra. El todopoderoso imperio del otro lado del charco lanza sus hordas de "cultura" enlatada, casi siempre homogéneas y poco dadas a la variación, en un perpetuo intento por inundar el mercado e impedir que las formas autóctonas sean consumidas y conocidas como realmente merecen. Desde luego estoy exagerando; nadie puede poner en duda que también nos llegan obras positivas, bien compuestas, algunas sobresalientes,... Pero, como siempre, son la excepción, nunca la regla. En el campo de la fantasía y su versión más pedestre, la heroica, el resultado es si cabe todavía más desolador. Hay todavía un porcentaje menor de oasis en los que solazarse. Los grandes clásicos están todos publicados y, salvo excepciones demasiado puntuales que introducen un hálito de aire fresco, como el muy reciente Juego de tronos, el resto es basura cuya única función consiste en desperdiciar espacio en las estanterías de las tiendas, mientras otros libros como éste no consiguen la más mínima oportunidad. Por eso es de agradecer que Luis G. Prado, alma máter de la recién iniciada colección de Bibliópolis, se haya lanzado con valentía al ruedo publicando un título de viabilidad comercial (a priori) complicada y que aporta mucho a un terreno tan poco abonado a las sorpresas. Porque hay que reconocer que hasta ahora nos han llegado pocos autores de la Europa del Este eminentemente fantásticos. Básicamente Lem y los hermanos Strugatski. Esta carestía tiene su origen tanto en el desconocimiento de los editores de lo que se publica en aquellos países como en el primario e inexplicable recelo que anida dentro de los lectores, que nos impide abrirnos a algo que se salga de la norma. Si la tradición manda que la literatura fantástica ha de venir de anglosajonia sólo leeré lo que de allí provenga, cuando las obras de los autores citados debieran ser suficiente prueba de confianza para abrir levemente nuestras cerradas seseras a lo diferentemente novedoso. ¿Y qué hay de novedoso en El último deseo que nos sea complicado encontrar en otras obras? Frescura, unas influencias diferentes, un estilo peculiar, un personaje carismático, un mundo ciertamente realista, sentido del humor, rapidez, concisión, diversión, talento a raudales, saber hacer, variedad, cambio,... Unos ingredientes muy difíciles de encontrar condensados en una sola obra. El libro en sí mismo tiene una estructura poco sorprendente. Es un “fix-up” de 6 relatos a la manera de Howard, Leiber o Moorcock que cuentan diversas aventuras de Geralt de Rivia, un escéptico Brujo especializado en la caza de monstruos y al que los pueblos con problemas contratan para deshacerse de ellos. Sin embargo los pasajes narrativos utilizados para unir cada una de las piezas es una clara muestra de que estamos ante algo diferente. Lejos de limitarse a utilizarlas como una simple transición, construye otra historia diferente a las anteriores, a las que alguna vez está ligada, y juega a cambiar el tempo y el tono narrativo, abundando en la variedad que se acaba convirtiendo en la clave del libro. Esta variedad de la que hablo, está también fundamentada en los diferentes retazos de la condición humana que aparecen en cada situación y personaje. Codicia, avaricia, venganza, amor, envidia,... son sentimientos que se esconden detrás de ellos y que son retratados de forma grotesca, sin tapujos, a flor de piel, y juzgados bajo la lupa de un delicioso sentido del humor, burlón y despiadado. Y para tratarlos Sapkowski maneja con soltura un amplio vocabulario con una precisión digna de un Leiber en sus mejores horas, alternando diferentes tonos y registros según tenga que contar conversaciones en las que estén implicados un simple campesino o alguien con una formación mucho más culta, elaborando unos diálogos plenos de vigor, inteligencia y sarcasmo. Tampoco puedo olvidarme de una faceta poco comentada. Sapkowski no crea un mundo fantástico autocontenido separado de éste sino que, con valentía, sitúa su creación en una realidad que perfectamente podría ser la nuestro donde, a parte de la consabida magia, todo funciona con las mismas reglas, casi hasta un nivel cotidiano. Otro ingrediente que lo hace si cabe más interesante son los continuos guiños al lector que aparecen escondidos en la reescritura del cuento centroeuropeo de turno (genial su doble versión del cuento de Blancanieves) y en el uso de elementos procedentes de las tradiciones eslavas u orientales, o, incluso, de la Tierra Media (¡esos elfos!). Pero lo que deslumbra con una mayor intensidad es el tremendo saber hacer narrativo de Sapkowski, que lejos de anclarse en una única receta juega continuamente con la construcción de cada situación y la manera de contar los hechos que acontecen, impidiendo que el lector se adocene y manteniéndole en tensión. Eso sí, parte con un serio handicap que si bien no mengua el difrute sí que merma su potencialidad. Es un mero libro de presentación tanto del escenario como de personajes, mecánica interna y para lo que ha de venir a partir de la tercera entrega, que se publicará dios mediante en Noviembre del año que viene. Donde la historia lejos de quedar coartada por la limitada extensión con la que contó para narrar estos primeros escarceos se libera hasta una extensión más natural para desarrollar historias más ambiciosas. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2002
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