Juego de tronos
George R.R. Martin
Gigamesh
A Game of Thrones
1996

Octubre de 2002
798 páginas
Canción de hielo y fuego 1
Ilustración Corominas

Después de mucho esperar y escuchar palabras elogiosas de todos aquellos que lo habían leído en su edición original, Gigamesh ha publicado Juego de tronos, primera novela de Martin en solitario en más de diez años e inicio de Canción de hielo y fuego, una serie de fantasía heroica de entorno medieval que está llamada a ocupar una posición preeminente dentro de dicho género. Por su accesibilidad, adictividad, virtuosismo y acabado formal.

Desde el momento de su concepción, Martin nos sitúa en un territorio ficticio, el de los Siete Reinos, bastante accesible al desarrollar toda una serie de situaciones familiares para cualquier lector avezado, entresacadas de conflictos tan conocidos como la Guerra de las Dos Rosas entre las casas de Lancaster y la de York o la Guerra de los 100 años. Y las envuelve en un aire de fantasía que al principio se encuentra muy difuminado pero que, a medida que trascurren los acontecimientos, va ganando en importancia y consistencia.

La pregunta que abordará a más de uno es por qué acudir a un mundo imaginario, que suele interesar a un número menor de lectores, cuando básicamente se usan elementos que hubiesen dado para construir una gran novela histórica. Sencillo. Como el propio autor ha razonado en más de una entrevista, los hechos históricos son conocidos y no hay sorpresa posible si hay que ceñirse a ellos, estando todo atado y bien atado desde el mismo momento de comenzar a escribir la novela. Utilizando un entorno virgen el autor puede modelar los mimbres a su entera voluntad y no limitarse únicamente a la faceta de reconstrucción, sino ir más allá, convirtiendo su lectura en un continuo descubrimiento, haciendo de cada personaje y cada suceso algo novedoso.

De hecho, al principio, gran parte de lo que cuenta suena a ya leído/escuchado/visto, y la mayoría de los protagonistas son meras variaciones de los estereotipos más clásicos en este tipo de historias medievales: el rey amante de la buena vida que es buena gente a pesar de su temperamento; el caballero justo que pone el honor por delante de todo; la joven dama que está satisfecha con su condición y su hermana, rebelde y un poco díscola; el principito heredero engreído, orgulloso y vengativo; su madre, envidiosa, rencorosa y manipulando todo desde la sombra;...

 Sin embargo, los eventos siguen un sorprendente curso natural, lo que no tiene nada de contradictorio, mientras los personajes evolucionan en función de lo que sienten o padecen. Y cuando llegamos a la página 300 pocos son como eran al comienzo, habiendo sufrido transformaciones más violentas o progresivas, pero nunca forzadas. Además no sólo cambian sino que también se alteran nuestras percepciones sobre ellos, manipulando las preferencias o animadversiones que puedas llegar a sentir, convirtiendo la narración en un montaña rusa de emociones cambiantes.

El más claro ejemplo se aprecia en Daenerys Targaryem y la evolución que sufre a lo largo de la historia, que en sí misma forma un relato independiente imbuido en la estructura de Juego de tronos, que ganó el premio Hugo a la mejor novela corta en el año 1997. Princesa exiliada, vendida por su hermano para desposarse con un violento caudillo guerrero a cambio de su futurible ayuda para recuperar el trono que le fue arrebatado a su padre, comienza siendo una pobre adolescente sometida, sensible y deseosa de una paz que se le niega, a la que el devenir de los acontecimientos transforma completamente. Hasta llegar al final del libro, donde nada queda de lo que mostraba al principio y firma una secuencia de alto impacto muy difícil de olvidar.

Otra característica interesante en la estructuración de la trama es el uso tan natural que se hace de una técnica tan aparentemente artificial como es el cliffhanger, esos sorpresones mayúsculos que dejan sin respiración mientras durante unos cuantos capítulos se cambia de escenario para volver a ellos posteriormente y descubrir qué ha pasado. O el uso del diálogo como principal elemento narrativo, con unas descripciones concisas y certeras que sitúan rápidamente en el ambiente. O cómo la historia pasada de los reinos se integra dentro de la trama, enriqueciendo todavía más el presente gracias a la información que aporta para entender los hechos que ahora ocurren.

Todos estos elementos convierten Juego de tronos en un claro heredero de los folletines decimonónicos de Dumas, aunque sin la connotación negativa que suele tener este término. Porque estamos hablando de una novela que mueve con virtuosismo a más de un centenar de personajes perfectamente definidos, cruzándolos y separándolos para formar un tapiz rico, variado y, lo que es mejor, tan bien trazado que hasta al lector más temeroso y olvidadizo le resulta imposible perderse.

Y ahora, hasta la aparición del siguiente volumen, nos aguarda un periodo de tensa intranquilidad mientras elucubramos por dónde tira Martin y cómo situará las fichas en ese inmenso tablero de ajedrez que son los Siete Reinos, esperando a que sus Señores realizan sus siguientes jugadas del Juego de Tronos. Por fin comprendo qué sintieron aquellos lectores británicos que en 1954 adquirieron La Compañía del Anillo y debieron esperar tres meses para poder degustar el siguiente volumen. Auténtica necesidad.

© Ignacio Illarregui Gárate 2002
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