La espada de Welleran / La Reina del Aire y la Oscuridad
La espada de
Welleran Contiene los siguientes relatos:
La Reina del Aire y
la Oscuridad Pulp ediciones |
Parece que los volúmenes dobles están a la orden del día, y los que gustamos de las historias cortas no podemos más que felicitarnos. Se hace complicado encontrar en las tiendas libros de relatos o novelas que ocupen menos de 150 páginas, unas extensiones que nos han hecho vivir a los lectores de literatura fantástica algunos de los mejores momentos de nuestra vida lectora. Por este motivo, que en una colección como ésta tengan cabida este tipo de narraciones resulta un hallazgo formidable, que sólo merecería encendidos parabienes si no fuese por detalles que deslucen mucho el conjunto. Dejando para el final el asunto más grave, escama la nula información que se da al posible comprador de lo que se encuentra en su interior. Sin texto de contraportada o índice de contenidos, y observando la portada que se le ha puesto, se tiene la impresión que estamos ante historias de fantasía heroica de las de toda la vida. Pero a poco que se indague en el interior descubrimos algo muy diferente. La espada de Welleran es una colección de la primera etapa de Lord Dunsany donde, a parte de una vertiente épica, se pueden hallar evocadoras semblanzas de ciudades exóticas, ensoñaciones varias con fuertes raíces cristianas o ese aire anti industrial que una serie de escritores ingleses cultivaron a caballo entre los siglos XIX y XX, formando una extraña e interesante mezcla difícil de encontrar hoy en día. Se hace necesario recordar que Dunsany es uno de los grandes precursores de la fantasía moderna, tanto por su influencia sobre Tolkien como por el importante papel que jugó en la renovación de la literatura irlandesa basándose en los antiguos relatos orales y en las tradiciones célticas. A fin de cuentas, formó grupo literario con Yeats, todo un premio Nobel y uno de los grandes poetas del siglo pasado El cuento que da título a la selección es una buena muestra de ello. Con un tono claramente deudor de la tradición oral reconstruye la vida en Merimna, ciudad antaño defendida por un grupo de héroes que han caído en combate y que no podrán acudir a su defensa ante la amenaza de un ejército contra el que nada se puede hacer. Al comienzo la narración se recrea en el ambiente atemporal de esta bella urbe para, a continuación, explorar la tristeza asociada a la caída de los más grandes que no volverán o cómo la esperanza renace con aquellos destinados a recoger su manto. También encontramos este suculento tono legendario en "La fortaleza invencible, salvo que Sacnoth la ataque", más extensa pero mucho más simple. El fuerte de Dunsany reside en el tono evocador de sus descripciones y aquí el escenario está demasiado desdibujado, limitándose el curso narrativo a repetir un corto esquema sin variaciones, lo que deviene en una cargante reiteración de la que no nos liberamos ni siquiera al final. Por otros derroteros transcurre "La caída de Babbulkund", relato de un periplo hacia una ciudad onírica en la que un grupo de viajeros se encuentran con una serie de personajes que cantan sus bondades. No obstante tal paraíso se encuentra amenazado por una maldición que la terminará destruyendo algún día, lo que provoca que los viajeros (y el lector) sientan una mayor premura por llegar. Estamos ante un relato en el que la acción es nula y que basa todo su efecto en su mágica carga descriptiva, que construye de la nada una hermosa y delicada ciudad en la que se respira un aire melancólico típico de todo paisaje imposible, aquellos que ni pudieron haber sido ni fueron pero nos hubiese gustado que existiesen. Un giro cautivador, claramente heredero del romanticismo de William Morris, lo encontramos en "La parentela de los elfos", la historia de un ser feérico que, fascinado por el mundo de los humanos y su fervor religioso, quiere ganarse un alma para vivir entre ellos. Es curiosa la manera en la que Dunsany subvierte el conocido argumento en el que miembros del antiguo pueblo son encontrados por seres humanos para llegar a la misma conclusión: el orden natural está amenazado por la civilización, que nos ha alejado de él y dentro de la cual los espíritus libres no tienen lugar. Asimismo realiza una sana crítica, quizás un tanto simplista, del modo de vida que las clases trabajadoras llevaban a comienzos del siglo pasado y las agotadoras jornadas de trabajo a la que estaban sometidas. El resto de cuentos no pasan de ser un heterogéneo conjunto visiones con ingredientes cogidos de las historias que he resumido hasta ahora, a los que se añade un surrealismo como sólo puede proporcionar el mundo de los sueños y cuyo único interés reside en descubrir las curiosas imágenes que teje su autor. Quizás resultan parcialmente fallidas porque a veces no pasan de ser meras anécdotas que, a pesar de tener un afán de trascendencia, jamás dejan de ser eso, anécdotas. Pero también porque, por lo poco que le he leído en inglés, su estilo tiene una cadencia y una musicalidad que se pierde por completo en la traducción, que lo vuelve ligeramente farragoso y pesado. Dando la vuelta al libro nos encontramos con un clásico de Poul Anderson, La reina del Aire y la Oscuridad, con la que ganó el Premio Hugo a la mejor novela corta en 1972 y que nada tiene que ver con lo que he comentado hasta ahora; pasamos de la fantasía más sugerente a la ciencia ficción aventurera pura y dura. Aunque en ella se dan cita, de una manera más racional, varios mitos por los que Anderson sentía auténtica pasión y que alumbraron la que puede ser su mejor novela: La espada rota. Así, en un inhóspito y casi despoblado planeta, un detective privado y una madre parten a la búsqueda del hijo de ésta, desaparecido de un campamento. La clave está en averiguar si simplemente se ha perdido o fue raptado por unas criaturas que acechan desde el paisaje, escondidas tras un velo de superstición y leyenda que las hace pasar por una mera invención. La reina del Aire y la Oscuridad es una historia de descubrimiento sólidamente construida, con un misterio bien explicitado que se va revelando con un ritmo muy medido y que juega con una idea jungiana que uno no esperaría encontrar en este autor, encasillado en la vertiente más tecnofílica de la ciencia ficción. Eso sí, fiel a su estilo pone sus ideas en las manos de sendos personajes arquetípicos, especialmente el detective omnisciente que todo lo sabe y que incluso le resulta risible al propio autor, haciéndonos un guiño desde sus últimas palabras para que disculpemos su forma de actuar durante toda la trama. No puedo terminar este comentario sin citar un hecho muy grave que, estando M. Blanco detrás, parece que se va a convertir en costumbre. He podido comprobar que La espada de Welleran es casi palabra por palabra la traducción que para Adiax realizó hace veinte años Rubén Masera. Y con La Reina del Aire y la Oscuridad ocurre otro tanto de lo mismo, sólo que centrado en el trabajo que para Martínez Roca hizo José María Aroca (limitándose los cambios a los términos con los que se llama a las criaturas que aparecen). En este mundo del papel, ya sea en literatura o en los tebeos, no hay cosa que más nauseas me produzca que el apropiarse del trabajo de otros para publicarlo como si fuese tuyo, ganando un buen dinero por el camino. Algo se debiera hacer al respecto, porque el olor en Dinamarca comienza a ser insoportable (algo confirmado después de la publicación de este artículo de Alberto Cairo) |
© Ignacio Illarregui Gárate 2003
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