Leyendas negras I
Selección de Robert Silverberg
DeBolsillo
Legends
1998
Septiembre de 2000
Traducción de Jofre Homedes

487 páginas
Ilustración de Enrique Mestre Jaime

Relatos que contiene:

  • El mar y los pececitos - Terry Pratchett

  • El séptimo sepulcro - Robert Silverberg

  • Libélula y dragón - Ursula K. Le Guin

  • El hombre en llamas - Tad Williams

  • El caballero errante. Un relato de los Siete Reinos - George R. R. Martin

  • El chico de la leña. Un cuento de la Guerra de la Brecha - Raymond E. Feist

A veces es bueno reflexionar sobre la labor editorial y el como ciertos editores buscando unas cifras de ventas un poco más saneadas son capaces de etiquetar cierto tipo de libros como lo que no son e inducir, primero, a la confusión y, después, al cabreo a los compradores. Porque tiene delito que a esta antología de novelas cortas se le describa tanto en la portada como en la contraportada como perteneciente al género de Terror cuando lo único que comparte con este género es la aparición de Stephen King como uno de los escritores que participan en ella. Te venden gato por liebre.

Leyendas (publicada aquí en dos libros de bolsillo) es una antología de fantasía heroica en la que autores de un cierto prestigio vuelven a sus universos más populares para contar una nueva historia enmarcada en ellos. De esa forma el lector puede recuperar ciertos personajes o parajes que le hicieron disfrutar hace un cierto tiempo, el editor un nuevo éxito de ventas y a los autores una forma "fácil" de conseguir algo de pasta. El resultado es bastante variado, pudiendo encontrar desde obras de alta escuela escritas con atención y esmero hasta otras "paridas" en poco más de 3 cuartos de hora y hechas con el único fin de cubrir el expediente, coger el dinero y correr.

Dentro de este segundo apartado se puede contar El mar y los pececitos, con la que quizás no sea demasiado justo ya que nunca disfruté del humor de Terry Pratchett. Y eso a la hora de valorar un autor inequívocamente humorístico como él hace mella. Pero en este caso creo que mi opinión sobre el relato está más que justificada ya que es una auténtica tontería y un verdadero monumento a la caradura sin la más mínima gracia.

Más o menos lo mismo me ocurre con El chico de la leña y El hombre en llamas, aunque curiosamente los dos son un poco contradictorios. Se ve a leguas que el primero es únicamente obra del compromiso; había que escribir algo para pagar el coche. Y sin embargo resulta entretenido, agradeciéndose su falta de pretensiones y su brevedad. Harina de otro costal resulta el relato de Tad Williams, enclavado en su trilogía Añoranzas y pesares, y que es un tostón inaguantable. A su favor hay que decir que aquí sí que ha habido un poco de vergüenza torera y se ha querido hacer un buen trabajo (soy un monstruo haciendo juicios de intenciones), pero se muestra como un escritor bastante limitado a la hora de narrar una historia en un espacio tan limitado y, a pesar de un arranque prometedor, se siluye como un azucarillo cayendo en el más absoluto de los tedios.

Otra sensación producen las narraciones de los escritores más conocidos por estos lares y que retoman dos ciclos supuestamente cerrados. Robert Silverberg vuelve al mundo de Majipur, su intento de introducirse en la fantasía pajera para adolescentes y en la que, a pesar de todos sus defectos, daba 1000 vueltas a los supuestos herederos de Tolkien. El séptimo sepulcro es un poco más de lo mismo. Valentine el pontífice (supremo gobernante del planeta) se ve obligado a viajar hasta unas lejanas excavaciones arqueológicas para desvelar un misterioso asesinato ritual. 

¿Estamos ante una obra del mejor Silverberg? No. Recuperar a estas alturas al Silverberg de finales de los 60 o principios de los 70 resulta una utopía. Pero sigue teniendo parte del gancho y el oficio que lo hizo grande, contando una historia amena y bien construida, aunque uno se hace la pregunta de si resultaría creíble ver al presidente de los EEUU yendo a lo más recóndito de sus dominios a desfacer entuertos.

Y decir Terramar no sólo es decir Ursula K. Le Guin. Es decir la mejor Ursula K. Le Guin. En los últimos años la veterana escritora de Berkley había perdido definitivamente el rumbo, escribiendo una y otra vez relatos que no es que fuesen malos pero que palidecían con la calidad que tenían los anteriores. Con Libélula y dragón vuelve por sus fueros, recuperando el espíritu de Tehanu su cuarto y último libro de Terramar.

Libélula es una joven soñadora que vive atrapada por su condición de mujer. En Terramar la magia no está vedada a las mujeres pero se ven limitadas a realizar sólo pequeños encantamientos, útiles para la vida diarias pero bastante alejados del verdadero poder. Mármol, un mago que ha sido expulsado de Roke (donde se forman los magos) alimenta las ambiciones de Libélula con dos motivos: poder acostarse con ella y, de paso, vengarse de aquellos a los que desprecia. Así consigue llevar a Libélula hasta Roke e introducirla en la escuela, donde la presencia de mujeres está prohibida por La Regla. Esto desata una serie de acontecimientos que pueden acabar con la propia escuela y, por extensión, con la paz que impera en Terramar.

Su único defecto reside en que después del ritmo sosegado y tranquilo que va llevando Le Guin, extendiendo la madeja poco a poco sin pegar ningún acelerón ni frenazo, los acontecimientos se disparan hacia el final, como si la propia escritora viese que se ha excedido de la extensión pactada y tuviese necesidad de precipitar el desenlace.

Por último, he dejado para el final la joya de la selección, el cuento que justifica por sí solo la compra del libro: El caballero errante, que introduce al lector español en el ciclo de Canción de hielo y fuego, de próxima publicación por Gigamesh, y que si resulta la mitad de apasionante que esta breve muestra dará mucho que hablar. A semejanza de Ivanhoe, George R. R. Martin recupera el espíritu de Sir Walter Scott y vuelve a hacer de las justas lo que siempre fueron, pequeñas y apasionantes batallas donde dos caballeros luchaban hasta la extenuación por el simple hecho de ver quien era el mejor. 

Dunk es el escudero de un viejo caballero sin señor que acaba de morir. Considerando que ha llegado el momento de convertirse en uno, se encamina con sus escasas pertenencias hacia Assford con vistas a participar en la justa que allí se celebra y realizar un buen papel, impresionar a algún señor y entrar a trabajar a su servicio.

El relato es una nueva muestra de la facilidad para imbuirse dentro de ciertos periodos históricos y hacerlos creíbles. Como ya hiciese en Sueño del Fevre con los EE.UU. previos a la guerra de secesión americana, aquí se ha empapado a fondo de la alta edad media y hace gala de ese conocimiento en cada una de sus páginas. Riqueza de vocabulario, personajes creíbles, un argumento interesante, facilidad expositiva, brillantes descripciones,... Una auténtica delicia.

Ya sólo por recuperar a Martin, al que hacía mucho tiempo que no se le podía leer por estos lares, merece la pena hacer el desembolso.

© Ignacio Illarregui Gárate 2000
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