Los mejores relatos
de Fantasía I Relatos que contiene:
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Las antologías de relatos siempre han sido el hermano pobre dentro del género fantástico, en el que los bofetones comerciales abundan por doquier y cubrir los gastos con este tipo de libros un pequeño imposible. Eso ha hecho que a lo largo de todo este tiempo los editores hayan recurrido muchas veces a diversas tretas para mejorar en lo posible los números, como fraccionarlas en dos volúmenes para amortizar al máximo los derechos contratados, colocar una más que sugerente portada que nada tiene que ver con el interior o cambiar el título original por otro con más gancho que pudiese atraer al máximo la atención sobre él. Esta última maniobra se utilizó sin ningún tapujo a mediados de los 80 con esta antología temática que mutó "espontáneamente" su indicativo título original de Magia a la venta por un engañoso y poco justificado Los mejores relatos de fantasía, detrás del cual se esconde un puñado de curiosos relatos sobre tiendas mágicas que proceden de diferentes épocas que abarcan desde comienzos de siglo hasta finales de los 70, ofreciendo una ecléctica selección en la que caben tanto nombres consagrados como otros menos conocidos. Como no podía ser de otra manera el plato fuerte lo constituye Tellero Bo, procedente de la época de eclosión de Theodore Sturgeon y que, a pesar de carecer del acabado de muchos de sus otros cuentos de terror como Las manos de Bianca o El osito de felpa, resulta tan absorbente y atmosférico que sólo se puede alabar en su conjunto. Su comienzo no es demasiado original ya que parte de la premisa típica del resto de los cuentos de la selección: alguien entra en una tienda "mágica" y compra algo que altera su pacífica y aburrida vida; en este caso una poción que permite observar a los fantasmas que se encuentran a nuestro alrededor, habilidad que estará presente siempre que no sea utilizada para vengarse o burlarse de sus semejantes. A partir de este planteamiento Sturgeon construye con elegancia un relato de descubrimiento de un nuevo mundo, que convive con nosotros a pesar de no ser conscientes de ello, con un pulso narrativo inapelable y repleto de su proverbial habilidad para conectar con los sentimientos del lector, llegando en un suspiro hasta su poco sorpresivo y esperado final. De los otros grandes nombres que aparecen en el reparto mantienen un buen nivel los escritos por Silverberg, Bradbury y Bester, meros divertimentos que se leen con agrado y se olvidan con rapidez. Un poco más enjundioso es El héroe es único, de Harlan Ellison, que si bien no tiene el exceso de mala baba del que solía hacer gala sí que se reserva una miajina de ella para hacer una elegía del héroe tal y como él lo entiende, capaz de sacrificar el paraíso eterno por el simple hecho de desconfiar de toda recompensa que no se gane por sí mismo. Entre estas vacas sagradas se cuela inesperadamente Daniel Gilbert, sin duda el tapado de la selección, un completo desconocido que en las tres páginas de La mujer del vestido genético borda la virtud fundamental de todo corto: sorprender sin remisión alguna con un fino sentido del humor. Sin embargo, después de esto, no hay mucho más que destacar. Jane Yolen se desenvuelve con habilidad en una onírica aventura ligeramente aburrida; Terry Carr demuestra en Piedra de toque que lo suyo era la labor editorial y no la escritura; Robert Bloch ofrece su rutinaria ración de terror ñoño y cargante; y Avram Davidson, el seleccionador, publica un cuento que jamás debió terminar de escribir. Puede que sea demasiado irregular, pero aunque sólo sea por leer Tellero Bo merece la pena hacerse con ella. Y algunas de sus piezas son como mínimo gratificantes. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2002
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