Los sicarios del
cielo |
Pequeña ha sido la decepción que me he llevado con la lectura del segundo premio Minotauro, debido a razones bastante subjetivas (más que en otras ocasiones). No tanto sobre la novela en sí, donde Rodolfo Martínez vuelve a dejar constancia de su condición como contador de historias algo más que sólido, sino porque esperaba encontrarme (así la habían vendido) con una fantasía urbana con carácter. Y tal y como entiendo esta temática, apadrinada por escritores nombrados en los agradecimientos como Alan Moore, Neil Gaiman o Clive Barker, Los sicarios del cielo se sitúa en el lado pobre de esta etiqueta. Cierto que se sitúa en el presente en un entorno cotidiano muy próximo al nuestro, tiene por protagonista (uno de ellos) a alguien a quien se le abren las puertas de un mundo fantástico, ocurren y se narran hechos sobrenaturales,... Pero carece de esa ambientación potente que se le debe exigir a una obra de este estilo. Y como narración resulta escasamente genuina. Los sicarios del cielo se desarrolla en una ciudad española que podría ser el Gijón donde vive el autor. Digo podría porque a pesar de haber pistas de ello no se concreta el nombre. Allí una policía, Paula, se siente extrañamente atraída por el dueño de un bar, Remiel, que ha participado en un ajuste de cuentas en el que nadie quiere implicarle y al que, al poco tiempo, unos japoneses intentan asesinar sin mucho éxito. La investigadora descubre que Remiel no sólo es mucho más de lo que parece y que comparten un intenso lazo, sino que detrás suyo andan el Vaticano, una extraña sociedad secreta japonesa o el Mossad. Las primeras 150 páginas, que plantean este panorama, dejan en el aire una chocante sensación de indefinición que se perpetúa con contumacia hasta la conclusión. Los escenarios apenas quedan bosquejados, las acciones que ocurren se ajustan demasiado a un esquema nada sorprendente y el estilo de Martínez se hace anodino. Asimismo el componente fantástico tarda en arrancar, quizás de forma voluntaria para crear una atmósfera cotidiana y enganchar a los lectores ajenos al fantástico. Pero cuando llegado el momento y despega... no se puede decir que llegue muy alto. Sobre todo porque, de nuevo, todo suena a "visto" cienes y cienes de veces (particularmente si se han leído otras obras Martínez) y el partido que se le saca es manifiestamente venial. En el fondo estamos ante una típica y vulgar historia de tiros con un decepcionante clímax que no hace más que confirmar esta apreciación, donde se fía todo a una interacción entre personajes que carecen de atractivo y a un drama de escaso octanaje. Mientras, el apartado que EMHO podía haber sacado a flote el barco, la ya mencionada ambientación fantástica, se ve devorada por los recursos típicos del thriller convencional de acción sin que transmita una atmósfera que vaya más allá de este punto. Eso sí, no es una novela con el que el lector sienta perder el tiempo (al menos en mi caso). Ya he comentado otras veces que Martínez es un escritor con talento y conoce los entresijos de la narración hasta el punto de que las páginas vuelan a velocidad de crucero. Tampoco está exenta de pasajes brillantes, como los que relatan el pasado de los personajes más importantes de la trama o la revisión de la caída de Lucifer desde el otro punto de vista. Pero es una circunstancia puntual que, una vez transitada, nos devuelve a la senda por la que discurría hasta entonces. Una senda veloz y bien asentada que facilita la aproximación del caminante a la meta, aunque, todo sea dicho, ni el paisaje ni el paisanaje cautiven su atención. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2005
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