The Twilight Zone: Los mejores relatos volumen 2
Rod Serling
Celeste
2002
Traducción de
Juan José Pulido
280 páginas
Diseño de portada
Teresa Compairé

Relatos que contiene:

  • Parada en Willoughby

  • La odisea del vuelo 33

  • Polvo

  • Toda la verdad

  • El refugio

  • El último duelo de Rance McGrew

  • La noche de los mansos

  • El Sol de medianoche

  • El robo de Rip Van Winkle

Todo género literario debe rendir tributo a aquellos visionarios que en sus comienzos ayudaron a darle la forma que hoy tiene. Este necesario reconocimiento debe estar siempre cimentado con la presencia en las librerías de sus obras capitales, de forma que los nuevos lectores puedan acceder a ellas sin problema y sumergirse en historias más o menos originales, mejor o peor escritas, pero fundamentales para entender qué es lo que hoy leemos. Y, dentro de lo que cabe, en el género fantástico estamos razonablemente bien servidos. Sin ir más lejos ahí tenemos la recientita publicación del space opera pulp por excelencia, Los hombres lente de Doc Smith.

Sin embargo hay un cierto tipo de creadores que no reciben este debido reconocimiento y sin duda lo merecen, por haber primero cautivado y después fomentado la lectura en amplios sectores de sus seguidores. Me refiero a algunos guionistas de series de televisión que, durante los últimos cuarenta años, se han convertido en eficaces propagadores del gusto por la ciencia ficción gracias a un sordo trabajo detrás de las cámaras. Rod Serling fue, junto a Richard Matheson o Harlan Ellison, uno de sus más reputados representantes y es especialmente recordado por su labor en la serie The Twilight Zone (En los límites de la realidad), donde dignificó la narrativa fantástica en un mundo tan duro y simplificador como el televisivo. La editorial Celeste, a través de la colección Metaluna, ha publicado recientemente dos libros que contienen la práctica totalidad de los cuentos que sirvieron de partida para determinados capítulos de dicha serie y que constituyen una aceptable muestra de cómo se pueden contar historias con moraleja ciertamente entretenidas.

Antes de pasar a valorar los relatos es necesario reconocer que estos parten desde el mismo momento de su concepción con una limitación muy clara. Están pensados para ser adaptados a la pequeña pantalla en episodios de 30 minutos, por lo que han  de tener todos una extensión acorde, que en este edición ocupa entorno a 30 páginas. La consecuencia más evidente de este hecho radica en que la historia debe ser maleable, dilatándose o comprimiéndose no en función de lo que dicte en cada momento (como sería deseable) sino según el espacio que quede por llenar. Por suerte, Serling conoce su oficio y, en la mayoría de las piezas, oculta esta necesidad detrás de alguna situación venial o jugando con el tempo de los diálogos, manteniendo siempre firme el timón hacia la "sorpresa" con la que suele concluir cada uno de ellos.

Curiosamente, el cuento más satisfactorio es uno que carece de elementos fantásticos y que parte del miedo al previsible holocausto nuclear, tan recurrente en la sociedad estadounidense de finales de los 50. Así, El refugio narra la cruenta tensión que se establece entre varias familias de un suburbio residencial cuando, después de que se haya dado una alerta de posible ataque, intentan apoderarse del refugio que ha construido uno de ellos en el sótano de su casa. El miedo que sienten los protagonistas ante su incierto destino y la necesidad de salvarse tanto ellos como sus familias está perfectamente captado por unos diálogos muy efectivos y naturales, que dejan entrever dos de las preocupaciones máximas de Serling: el ya mencionado temor al fin de nuestra especie por una conflagración nuclear, presente en guiones posteriores como el de Siete días de Mayo, y la fragilidad de nuestro comportamiento civilizado cuando una situación pone en riesgo nuestra supervivencia.

Otro relato en clave ciencia ficcionera, aunque mucho menos sobrecogedor, es Sol de medianoche que, a pesar de tener como semilla una aberración científica de calibre mayúsculo (la caída en picado de la Tierra hacia el Sol), se lee con interés gracias a una densa y pegajosa atmósfera, culminando con una agradable sorpresa, inesperada y bastante conseguida (quizás el mejor final del libro, aunque de nuevo peque de irreal)

Después, hay dos cuentos muy influenciados por el tono poético de Ray Bradbury e intentan, a su manera, adaptar su evocadora literatura al mundo televisivo. En el primero de ellos, Parada en Willoughby, el personaje principal se encuentra oprimido por un entorno hostil donde no encuentra ninguna satisfacción, abrumado por un trabajo que le repele y una esposa que no le comprende. Su única posibilidad de escape se encuentra en una parada de tren imaginaria que puede transportarle a un lugar muy agradable, alejado de las preocupaciones de su vida cotidiana. Y en el segundo, Polvo, nos da una visión del racismo imperante en muchas partes de su país a través de una historia que se desarrolla en el viejo oeste, donde un mejicano intenta salvar por todos los medios a su hijo, condenado a muerte por cometer una imprudencia.

El resto de los cuentos son, aunque siempre entretenidos, de perfil más bajo, dependiendo toda su capacidad de sorpresa de la ingenuidad e inocencia del lector. Seguro que hace cuarenta años La odisea del vuelo 33 hubiese impactado un poco a los lectores de aquella época. Sin embargo, a poco que se haya leído o visto, se sabe desde la página 2 lo que va a ocurrir. Y lo mismo con La noche de los mansos, un previsible guión para un episodio navideño calcadito a Miracle in 34th street (De ilusión también se vive) o Toda la verdad, el mentiroso compulsivo obligado por un azar del destino a decir siempre la verdad.

Serling narra cada una de estas historias utilizando una prosa funcional y directa, con unos diálogos creíbles que crean ambiente y comunican con facilidad los sentimientos de los personajes. Además cada una de ellas contiene una pequeña enseñanza que en ningún momento llega a enervar. Por contra, beben demasiado de fuentes pulp y, desafortunadamente, no han envejecido tan bien como muchas otras escritas en aquella época.

Siendo el primer libro de la editorial Celeste al que me "enfrento", me deja un agradable sabor de boca a pesar de sus errores (que los tiene), especialmente porque en un mercado tan hostil hacia las antologías ha dado un paso al frente y nos ha proporcionado dos volúmenes repletos de pequeñas historias, sinceras y directas, que ofrecen todo tipo de sabores. Merecen una oportunidad.

© Ignacio Illarregui Gárate 2002
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