Amor
y sueño |
Cuando una novela se publica fraccionada y se quiere hablar sobre ella surge un dilema: esperar a que esté todo publicado y leído o ir comentando libro a libro hasta llegar a la opinión final después de haber pasado por todos. Por un lado, no estás leyendo un elemento independiente sino un eslabón de una cadena que no estará completa hasta que llegues al último. Pero no es menos cierto que siempre se puede valorar cómo ha evolucionado la narración hasta el momento y estimar si el escritor se está ganando las lentejas o si, en caso extremo, te está tomando el pelo. ¿Cuál de las dos alternativas elegir? Depende, hay que conocer un poco cuál era la idea original del autor, si es una sola novela o una historia formada por varias novelas diferentes, el tiempo que haya pasado entre la edición de un libro y la aparición del siguiente,... En el caso de esta Historia secreta del mundo, del que Amor y sueño es el segundo volumen, el propio John Crowley nos proporciona la respuesta que mucho me temo está lejos de su propósito inicial. La estructura por él planteada se ha visto condicionada por los dilatados interludios de más de cinco años entre la aparición de cada uno de los volúmenes, y no vamos a tener lo que se esperaba en un principio: una misma novela fraccionada en cuatro volúmenes. Así, en Amor y sueño se ve obligado a dedicar una parte apreciable de su extensión a recuperar cosas que ya se contaban en Aegypto. Pero lejos de hacerlo de una manera clara y ordenada fracasa al presentar esa recapitulación de una forma inadecuada, a salto de mata, demorándose cuando la afronta en una serie de ideas redundantes que no avanzan en el conocimiento que se tiene de la historia. Por si esto fuera poco gana un defecto que no estaba para nada presente en aquella: pierde completamente el ritmo marcado cayendo en una sucesión de secuencias aparentemente ágiles que se transforman en lentas, espesas y aburridas. Quizás el momento más difícil esté en su arranque a lo largo de esas primeras doscientas páginas que nos cuentan la infancia de Pierre Moffet en las montañas de Kentucky, en un ambiente campestre donde se topa por casualidad con ese onírico país llamado Aegypto que va a suponer el motor de su vida más adelante. El tono costumbrista está muy conseguido y realmente logra trasladarte hasta aquella zona deprimida que parece evolucionar al margen del tiempo. Pero necesita de demasiadas páginas para hacerlo ahondando en la ausencia de un plan narrativo nítido que vaya guiando los diferentes planos que constituyen su historia. Bueno, sí lo hay. Siempre están presentes las doce casas del zodiaco que conducen los acontecimientos y a los personajes. Sin embargo Crowley no consigue hacer que este timón funcione con la efectividad de los latidos de un corazón. Más bien emula el comportamiento de una veleta caprichosa que lejos de apuntar hacia lo que sería más recomendable fluctúa entre varios puntos. Así, en vez de dosificar su infancia e intercalarla con el presente y las vivencias de Giordano Burno y John Dee durante el siglo XVI, nos lo pone en plan ahí tienes este mazacote, digiérelo como puedas. Y a veces ni con bicarbonato. Entonces, ¿ha superado la ambiciosa empresa en la que se había embarcado Crowley su propia capacidad de narrador? Para nada (aunque poco le ha faltado). Él sigue profundizando en su idea de la existencia de esa Historia secreta del mundo que podemos aprehender investigando en los escasos elementos que nos han llegado de ella, clarificando muchos de los aspectos que en Aegypto se sugerían levemente y aportando un mayor conocimiento de cómo funciona su universo. Otros puntos fuertes están en la presentación de un mundo donde lo esotérico tiñe la vida cotidiana de forma muy leve, la consistencia que van ganando sus personajes, cómo se profundiza en su mutua interacción,... Algunos de los momentos más interesantes vuelven a estar en la reconstrucción de ese pasado que existió pero que ha desaparecido, donde lo que hoy es sobrenatural era entonces habitual, y que se aproxima a esa encrucijada del tiempo en la que las reglas que rigen el universo cambian y pasan de ser de cómo fueron a cómo serán. También, reconforta al lector uniendo parte de los lazos que se establecen entre éste tiempo y el presente, permitiendo comprobar cómo el tejido narrativo forma un todo indisoluble con un sentido en apariencia ininteligible que se puede llegar a conocer. Un aspecto de capital importancia al estar Crowley elaborando un texto hermético que exige la máxima atención y que necesita ofrecer alguna recompensa para evaluar el progreso y no transformar su lectura en algo frustrante. Con todo, a pesar de lo extenuante que resulta, proporciona un reto estimulante. Eso sí, antes de leer el siguiente, Daemonomania, es recomendable desconectar un poco con un par de libros menos exigentes que repongan del esfuerzo realizado. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2003
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