Escritos fantasma |
Un terrorista a punto de poner una bomba en el metro de Tokio; un joven japonés prendado por el jazz y cautivado por una chica a la que sólo ha visto una vez; un abogado inglés de Hong Kong con un ataque de ansiedad que amenaza con mandar al carajo el negocio del año; una anciana china que vive al pie de la montaña de Songshan, cuna del budismo zen; un ente que puede viajar de persona a persona y que busca en Mongolia el origen de una extraña leyenda; una vigilante del Hermitage a punto de dar el golpe de su vida; un chico londinense con problemas financieros y con miedo a madurar; una investigadora puntera en Inteligencia Artificial escapando de una agencia de seguridad estadounidense; un locutor de un programa nocturno pasado de vueltas. Nueve protagonistas antagónicos para nueve historias sin relación aparente que, por obra y gracia de David Mitchell, componen un reflejo sui generis de la era globalizada que nos ha tocado vivir. Para que se hagan una idea, Escritos fantasma tiene la chispa, intensidad y fuerza de las mejores primeras novelas, pero con la mayoría de sus defectos (la irregularidad en el pulso, la pérdida de control de la narración, la tendencia a la confusión en determinados momentos o multitud de excesos) tan atenuados que apenas se notan. De hecho, aunque Mitchell se muestra formalmente ambicioso hasta el punto de rayar en lo pretencioso, consigue un acabado tan contundente como desconcertante. Cada narración se aborda en primera persona desde una voz y estilo únicos reconocibles per se, lo que redunda no sólo en una perfecta definición y desarrollo de cada individuo sino también en una descripción adecuada y unívoca de los diferentes escenarios en los que están situados. Las nueve piezas ilustran un trayecto de oriente a occidente que se inicia en Japón y concluye en Nueva York, y que atraviesa culturas muy dispares. Culturas que a pesar del fuerte contacto e hibridación a las que se van viendo sometidas mantienen unos rasgos acusados. Quizás las más atractivas sean las que tienen lugar en China y en Mongolia, por aquello de ser los ambientes más exóticos para el lector occidental. Especialmente la primera, que narra la vida de una anciana que ha padecido en sus carnes los setenta últimos años de la historia del país. Las convulsiones que ha atravesado el gigante asiático no son algo nuevo, pero leerlas en un espacio tan condensado y experimentadas por esta mujer convierten su relato en un ejercicio de necesario recuerdo, tan frustante como emocionante. En cada narración hallamos ecos de las anteriores y de las posteriores que las van ligando entre sí. No importa lo alejado que estén dos puntos del mapa, ni la bajísima probabilidad de encontrar algún elemento del "pasado" de nuevo en acción. Una llamada de teléfono que un personaje le hace a otro, relaciones de parentesco, un encuentro casual en una cafetería, cierta música que suena de fondo, una noticia en un medio de comunicación, una presencia extraña, la aparición por unos instantes de un secundario en la vida de un protagonista,... constituyen manifestaciones de ese mundo interrelacionado en el que vivimos. Un mundo en el que cualquier conexión es posible, sea o no relevante para el desarrollo final de la historia. De hecho en múltiples ocasiones no pasan de ser simples coincidencias que van hilvanando las historias hasta el punto de convertirlas en un todo con un sentido determinado. Esquivo, huidizo, difícil de aprehender, múltiple,... Y, sin embargo, presente. Si se analiza desde un prisma fantástico, el contenido fluctúa entre lo nulo, lo tenue y lo manifiesto. Por ejemplo en el primer relato penetramos en la desequilibrada personalidad de un fanático al servicio de una secta que parece salido de una historieta pulp de mutantes de los años cuarenta, incluyendo un fuerte componente mesiánico. Tanto sus procesos mentales como el ideario que ha alterado su percepción de la realidad tienen ese aire de extrañeza tan propio de la ciencia ficción que cuenta con seres alienígenas. Aunque en cada instante sepamos que no hay ningún contenido fantástico en lo que se nos está contando y que existe gente así alrededor nuestro. En el siguiente relato, el día a día de un joven dependiente nipón en una tienda de música que no sabe qué hacer con su vida, no hay ni un sólo elemento que escape al más elemental realismo costumbrista. Pero en el tercer cuento nos encontramos con que, entre otros sucesos, la vida de una pareja inglesa en Hong Kong se ve perturbada por la aparición de un fantasma en su hogar. Un fantasma que puede interpretarse tanto como una presencia que amenaza su frágil relación, es decir el fantasma sobrenatural de toda la vida, como una metáfora del problema que los puede terminar separando. Fantasmas, por cierto, que van a manifestarse de forma muy diferentes en cada una de las historias. Así podría seguir con el resto, que van variando su contenido imaginativo desde lo que es claramente ciencia ficción hasta lo que es nítidamente realista. Pero no quería olvidarme del último relato, el más divertido, cínico y alocado, que supone el acercamiento entre una mente asimoviana (se nota que Mitchell conoce la obra del buen doctor) con un locutor punki, hipócrita y desvergonzado. Un encuentro a través del cual se sigue la degradación del panorama internacional hasta un desenlace catártico digno de Vonnegut. Lo publicó a mediados de 2005 la editorial Tropismos (la misma que Jennifer Gobierno) y creo que cualquiera que guste de las historias con personalidad debiera darle una oportunidad. Aunque sólo sea para descubrir los niveles que es capaz de esbozar Mitchell en el conjunto. Un servidor queda a la espera de leer en breve El atlas de las nubes, de la que habló muy bien Arturo Villarrubia en su sección "Keep Watching the Skies" de la revista Gigamesh y que se quedó a las puertas del Booker. Algo que también le ocurrió con su anterior novela Number9dream. Nota: me hubiese gustado hablar de la relación entre Mitchell y Haruki Murakami, que todo el mundo cita como una de sus mayores influencias. Pero, para mi desgracia, ando muy corto de referentes. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2006
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