Asimov ciencia ficción nº9
Ediciones Robel
Junio de 2004
194 páginas
Ilustración de Fred Gambino

Relatos que contiene:

  • Las niñas salvajes - Ursula K. Le Guin

  • El problema son los hombres - James Patrick Kelly

  • ¡Maldito ADN! -  Luis Vigil

  • Las últimas palabras de Graylord Man - Gene Wolfe

  • Lo que cantan las sirenas - Mary Rosenblum

  • Hamelin - Jesús Cañadas

  • Los robots no lloran - Mike Resnick

  • Máquinas mortales - Michael Bateman

Si por algo merece la pena leer esta entrega de Asimov ciencia ficción es por el relato de Ursula K. Le Guin que lo abre. No porque sea nada especialmente novedoso; "Las niñas salvajes" vuelve a contarnos otra de mujeres dominadas por hombres, algo que ha monopolizado su atención casi por completo desde que a mediados de los 90 escribiese los relatos de Cuatro caminos hacia el perdón. Sino porque probablemente es la historia más intensa que ha escrito en la última década, y de las menos autocomplacientes.

En ella nos pone de cabeza en un mundo donde los seres  humanos viven escindidos en dos tribus separadas: una "civilizada", que habita en urbes con una fuerte estratificación social, y otra "salvaje", que vive en el exterior en un entorno más "primitivo". La primera abomina de la segunda, más numerosa, aunque la necesita para conseguir hembras fértiles que les aporten la capacidad reproductora necesaria para mantener su posición. La historia comienza en plena incursión de un grupo de caza para hacerse con unas cuantas niñas. Después de capturarlas las llevan hasta su ciudad, donde tendrán destinos antagónicos. Allí se verán obligadas a adaptarse a un sistema donde su opinión importa bien poco, pueden ser vejadas sin posibilidad de respuesta y se limitan a ser meros objetos con un fin, que puede ser intercambiado como una mercancía más.

Lo interesante, a parte de la mezcla de crudeza y contención, está en que, a pesar de que los hechos van tomando un cariz emocionante, se huye de la sensiblería barata; ocurren cosas duras, que atenazan el corazón, pero sin sobredimensionar nunca la tragedia ni regodearse excesivamente. De ahí que el lazo empático presente entre los personajes, su situación y el lector fluya con naturalidad. Asimismo destaca el entorno creado para la ocasión, un escenario extrañamente cercano, con unas costumbres que hablan por sí solas de su talento como antropóloga.

El otro punto fuerte de esta entrega de la revista está en el relato corto de Gene Wolfe, aparentemente una chorrada trivial, que ilustra sin adoctrinar sobre ese "amor" que siente el hombre por la herencia que supone el pasado, y los valores inmediatos que le gusta cultivar.

Cambiando de tercio hacia los contenidos menos notables, es necesario detenerse en el segundo relato largo, que no novela corta (se debería establecer bien la diferencia entre novella y novellete; como dijo Alejandro Sanz, no es lo mismo), obra del interesante James Patrick Kelly. "El problema son los hombres" ofrece una perspectiva curiosa de un mundo poblado únicamente por mujeres donde los hombres han desaparecido por obra y gracia de unos seres con apariencia de diablillos. Desde entonces controlan la reproducción, permitiendo únicamente el desarrollo de embriones femeninos. En este contexto una investigadora privada está tras la pista de una desaparecida, y pronto descubre que en su ausencia hay mucho más de lo que parece. Sin deslumbrar, Kelly hace un trabajo solvente y con pulso que se separa del resto de libros en los que las mujeres se ven obligadas a vivir con la ausencia del otro sexo. Después de todo parte de sus personajes nos echarían mucho de menos y nuestra sociedad sigue aquejada de los mismos problemas (xenofobia, diferencias sociales,...).

Y en el resto, el nivel es más ramplón. Al novato Jesús Cañadas se le publica una variante de "El flautista de Hammelin", donde toda la carga está puesta en un ejercicio de estilo EMHO excesivamente críptico y fallido; a Resnick un divertimento resultón sobre robots que acaban desarrollando sentimientos, escasamente original y condenadamente frío (me da que el hacedor no le ha llamado por el camino de la lírica); a Bateman algo más cálido, sobre la empatía y la comprensión del dolor ajeno; a Rosenblum una nadería ramplona y decepcionante; y a Vigil... mejor no hacer sangre. Intenta hacer humor ingeligente y, a parte de que se le ven los colores a kilómetros, es completamente inconsistente.

Para terminar, no podía faltar un breve comentario sobre la columna de Barceló (la de Sarto sobre cómic hace tiempo que dejó de interesarme; el editor debería plantearse buscar a alguien interesado en promocionar los cómics hablando sobre lo que se puede encontrar en ellos y no por lo que ha leído en la portada). Dudo mucho que algún día mis palabras lleguen a sus ojos, pero por intentarlo no pierdo nada. Por favor, trate de la misma manera a los libros de todas las editoriales, y no ponga los suyos como narraciones perfectas que merecen la pena ser leídos por muchas razones y a los de otras, como este Espacio revelación de La Factoría, como un buen libro al que le fallan algunas cosillas. O todos tirios o todos troyanos.

© Ignacio Illarregui Gárate 2004
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