Muerto hasta el
anochecer |
La señora Charlaine Harris es una escritora de novelas de misterio con un fuerte componente rosa. Aunque hasta ahora no había tocado la temática fantástica, con Muerto hasta el anochecer inició a comienzos de esta década una serie que va por el cuarto libro y que tiene lugar en un mundo donde hay vampiros. Vampiros que no viven ni en criptas ni oscuros callejones sino que se han desecho de su condición de criaturas legendarias para convertirse en miembros de pleno derecho de nuestra sociedad. Sociedad que, en su mayor parte, siente fuertes recelos hacia su presencia y donde han surgido tanto legiones de acólitos que los ha convertido en ídolos y anhelan convertirse en uno de ellos, como algunos pirados deseosos de hacerse con su sangre (un pseudo elixir de la eterna juventud) Esta premisa, aun no siendo novedosa (hay decenas de narraciones que tratan acerca de la llegada a nuestro mundo de seres que pasan a formar parte de nuestra vida), está en apariencia bien fraguada. Resulta atractivo observar a estos iconos del terror campando a nuestro alrededor mientras mantienen una difícil convivencia. Destacan las descripciones de su vida cotidiana, los diversos caminos que han trazado para ello o cómo se ha adaptado la jurisprudencia para recoger delitos propiciados o sufridos por ellos. No obstante, no lo es tanto que la señora Harris, en vez de acudir a unas fuentes sólidas que le ayudasen a tejer su escenario o lanzarse directamente a la aventura de formar su propia visión del mito, haya acudido a las que ha acudido para construirlo. Su acercamiento, sobre todo cuando se aproxima a los pequeños detalles, hace pensar que su conocimiento global de la literatura fantástica es, cuanto menos, cuestionable. Sirva de ejemplo el hecho citado de que la sangre vampírica tenga propiedades rejuvenecedoras o, incluso, estéticas (que se lo digan a la protagonista, que después de unas cuantas sesiones de dicha hemoglobina calidad extra está más cañón que al principio de la historia; ay si lo supiesen los de Corporación dermoestética); o que tengan su sida particular, llamado sinoSIDA, una absurdez sólo comparable a la irrupción de uno de los cambiaformas más ridículos que se han observado nunca en un libro de género. Porque, lamentablemente, el vampiro referencia por el que se ha decantado la autora, y el tono que le ha dado, emana de la vulgarización propia de series de televisión como Buffy caza vampiros o Angel (la descripción de lo que ocurre con uno de estos seres cuando le clavan una estaca está escrito a la mayor gloria de las series de Joss Whedon). Que sí, tienen sus seguidores, pero muestran un respeto por los mitos del terror similar al que teleseries como Hércules y Xena tenían por los mitos griegos. Una asoladora simplificación creada para el puro consumo de masas similar al observable en las últimas macroproducciones cinematográficas basadas en obras más o menos clásicas. También toma como elemento inspirador el chupasangres enigmático, delicado y sensible de Entrevista con el vampiro sin sacarle partido. Lejos de aprender del George R. R. Martin de Sueño del Fevre, donde la influencia de Anne Rice era notoria (hasta el punto de que ésta ha sido acusada varias veces de imitar al vampiro de Martin, cuando fue éste quien escribió su novela años después) pero se iba más allá en el proceso de "humanización" del mito original, aquí estamos ante un reduccionismo galopante que, en mi humilde opinión, sólo puede llevar a la siguiente conclusión. El componente fantástico de Muerto hasta el anochecer es un mero aliciente colorista que está ahí porque situar como protagonistas a jóvenes góticos de la última hornada o miembros de una secta oscurantista, que podrían perfectamente tomar el papel de los vampiros, no hubiese sido tan "guay". Por contra, los elementos apegados al mundo real estén razonablemente bien tratados, caso de la América rural donde acontece, lugar donde Harris acostumbra a situar todas sus novelas; el contenido romático y de misterio; los personajes que son algo más que tópicos; una protagonista con cierto empaque; sus intereses y su nada pastelera relación con su amante; la adecuada intriga;... O, como curiosidad, el hecho de que la protagonista, Sookie Stackhouse, tenga poderes telepáticos que le permiten acceder a los pensamientos de aquéllos que le rodean. Una especie de maldición que le ha alejado de sus semejantes y que, por tanto, la ha convertido en candidata a resolver misterios sin ser Sherlock Holmes y, de paso, determina que se sienta atraída por los vampiros (sobre los que sus poderes no tienen ningún efecto). Tiene su gracia que, al comienzo de la novela, su mayor objetivo sea precisamente ése: "calzarse" un vampiro. El resto es una simple cuestión de pericia. Harris está acostumbrada al mundo real y es en él en el que debería situar las historias. Los elementos que más se alejan de éste para penetrar en los que no es pero debe ser creíble, los que dotan de aire maravilloso a la trama, los que asientan la atmósfera de este tipo de novelas, son tan irrisorios que dejan con la boca abierta (conceptos tan "evocadores" e "imaginativos" como que en la cama sean mejor amantes que el hombre normal son una confirmación más de la peregrina idea que tiene Harris sobre lo fantástico). Está claro que Muerto hasta el anochecer no está destinada a los habituales lectores de este tipo de colecciones sino que nació orientada hacia un público que puede tragarse sin problemas lo que el lector de terror (asiduo u ocasional) le chirría. Desde luego, quien quiera ver vampiros creíbles y modernos en contacto con el mundo real lo mejor que puede hacer es buscar El tapiz del vampiro, la comentada Sueño del Fevre, la seminal Entrevista con el vampiro, el clásico El misterio de Salem´s Lot o la más moderna El ansia. Novelas variadas con una parte humana importante y gotas de cotidianeidad y romance que han conseguido relevancia. Factor que aquí no se va a encontrar. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2005
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