Criptonomicón
1. El código enigma 2. El código Pontifex Mayo de 2002 3. El código Aretusa Junio de 2002 |
Muchos autores que llegan por méritos propios a los puestos más altos del escalafón del género parecen perder las energías que hasta entonces habían mostrado y se estancan completamente, dedicándose a explotar sin ningún pudor su merecida fama y publicando obras que son meros reflejos de las que les pusieron allí. Neal Stephenson se había ganado una gran reputación con sus dos anteriores novelas, Snowcrash y La era del diamante, que llevaban hasta sus últimas consecuencias la fenecida corriente cyberpunk. Afortunadamente no parece dispuesto a vivir de las rentas y huye del conformismo en el que suelen caer muchos de sus colegas con este novelón de más de mil páginas, atractivo y estimulante como pocos, que resulta todo un alarde de ambición y desmesura. Criptonomicón (que es el sugerente título elegido para su maniobra) es desde el momento de su concepción una obra compleja y plagada de retos para el lector. Se vertebra en torno a dos líneas argumentales separadas por 60 años de historia que, en principio, parecen prácticamente independientes. Sin embargo, a medida que se profundiza en su interior, comienzan a surgir finos hilos que las van uniendo, convirtiendo su lectura en uno de esos divertidos puzzles en los que el autor va proporcionando lentamente piezas que, cuando encajan, contribuyen a formar un cuadro más amplio que el que se podía intuir al principio. La primera de estas líneas se centra en los inicios como ciencia de la criptografía durante la Segunda Guerra Mundial, y lo hace a través de una serie de personajes ficticios que se van a ir encontrando a lo largo de todo el conflicto. Entre ellos hay dos que capitalizan la acción en la mayoría de las ocasiones; Lawrence Pritchard Waterhouse, un brillante y sui generis ingeniero norteamericano que entra a formar parte del destacamento 2702, organización ultrasecreta encargada de descifrar y controlar toda la información interceptada del enemigo; Y Bobby Shaftoe, un marine que pertenece al grupo de choque de dicha unidad y que va a servir como guía de campo a través de los distintos teatros de operaciones de la Segunda Guerra Mundial que se nos van a mostrar. La segunda línea argumental está situada en el presente y juega en el terreno del thriller empresarial. En este caso toma las riendas el nieto de Waterhouse, un verdadero gurú de la red que, junto a sus compañeros de Epiphyte Corp, está interesado en crear en un minúsculo sultanato del sudeste asiático un santuario de datos bajo el nombre de "La Cripta", y que pretende ser el máximo exponente de la libertad en Internet. En su lucha por organizarlo debe enfrentarse a la voracidad de un individuo que anhela el control de su empresa y a la amenaza de diversos grupos preocupados por la potenciales posibilidades de dicha estructura. Con el fin de hacer provechoso este doble viaje, Stephenson exprime al máximo la ingente documentación que ha reunido y convierte a Criptonomicón en una obra con diferentes lecturas que suponen una recompensa para la curiosidad del lector. Para empezar plantea una interesante historia a dos bandas entre el pasado y el presente de la informática, además de ofrecer una introducción ideal a la crudeza de los negocios en la red y la salvaje competencia entre las diferentes empresas que buscan la manera de explotarla en su propio beneficio. También es un excelente trabajo de divulgación científica en lo que a criptografía se refiere, brillando especialmente la claridad expositiva de Stephenson a la hora de explicar sus aspectos más importantes, como el funcionamiento de una máquina encriptadora o cómo se puede realizar un cifrando a todas luces irrompible. Esto hace que se cree el gusanillo por leer In the beginning was the command line, su ensayo sobre la cultura generada alrededor de los sistemas operativos, escrito casi a la par que la novela y que todavía no ha sido traducido a nuestro idioma. A su vez es una estupenda lección de historia acerca de la Segunda Guerra Mundial y un excepcional recorrido por algunos de sus escenarios más importantes, como el bombardeo de Pearl Harbor, la sangrienta lucha de Guadalcanal, la asediada isla de Malta, las duras selvas de Nueva Guinea o la navegación por un Atlántico Norte plagado de submarinos. Todos estos entornos se ven aderezados con la esporádica aparición de personajes históricos que interaccionan con los ficticios, dando más verosimilitud y vidilla a la narración. Así podemos conocer a un genio de la informática como Alan Mathison Turing, o reírnos a mandíbula batiente con las cortas apariciones de ese "grandísimo" actor que era Ronald Reagan o el almirante Yamamoto, cuya escena de muerte será de las más recordadas durante mucho tiempo, especialmente por la forma en que está contada. Incluso plantea diversos dilemas, algunos tan actuales como la necesidad que tienen los estados de controlar internet con el fin de no perder sus fuente de financiación amenazadas por la existencia del comercio electrónico (cómo se puede grabar con impuestos transacciones que no se sabe si ocurren o con quien ocurren); otros ya más del pasado, como el que sufrieron los encargados de descifrar las comunicaciones alemanas vivieron después de romper el código Enigma: si se tiene una información y con ella se pueden salvar vidas ¿se debe utilizar cuando existe el riesgo de que obrando así se pierda esa fuente para el futuro? Todos estos temas se ven salpicados con disgresiones de mil y un tipo, meros divertimentos literarios que confirman las aptitudes que ya había desplegado en sus dos anteriores novelas. Y es que Stephenson es un escritor con una erudición fuera de toda duda, condenadamente hábil a la hora de trasmitir lo que cuenta, y que posee un tono mordaz y socarrón capaz de convertir en un caramelo muy goloso cualquier pasaje a todas luces intrascendente. Sin embargo esta "paja" amenaza en ciertos pasajes con comerse al resto de la historia, no aportando casi nada a la historia y enlentenciendo el ritmo que crea en muchos de los pasajes. Por ejemplo, sin venir a cuento, se utilizan dos páginas para desglosar la importancia de la barba en nuestra sociedad, tratando todo tipo de aspectos como su afeitado, la publicidad de productos para ello, distribución racial de personas con barba,... O durante 6 páginas se transcriben, en un ejercicio de puro vouyerismo, las obsesiones sexuales de un programador informático. Este hecho se ve agravado por la velocidad inusitada con la cual se cierra la trama, que se acelera como un tren bala cuando apenas quedan cien páginas para terminar la novela. Pero es algo que se disculpa cuando se tiene en cuenta el calibre que alcanza a tener Criptonomicón, una novela que capítulo a capítulo, anécdota a anécdota, disgresión a disgresión, va ganando en solidez y concreción, terminando por convertirse en un reto embriagador que ningún lector inteligente debe dejar de visitar. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2002
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