Darwinia |
No hay nada como crearse expectativas con un libro para que después no se cumplan. Más o menos esto es lo que me ha ocurrido con esta novela que tenía muchas ganas de leer y que, después de haber navegado por sus páginas azarosamenteme, me ha dejado muy frío y un pelín cabreado. La historia en principio promete. En el año 1912, por un motivo desconocido, Europa es reemplazada por un nuevo continente poblado por una flora y fauna completamente diferentes a las conocidas en el planeta (en una sola palabra, bizarras). Dicho suceso se le conoce desde entonces como El Milagro y el continente recibe el sugestivo nombre de Darwinia. Obviamente los hechos históricos que todos conocemos cambian y empiezan a desarrollarse de otra forma. Así, a nadie le extrañará que aparezca un inminente conflicto entre los emergentes EE.UU. y las colonias europeas de ultramar por la propiedad de las nuevas tierras vírgenes. En este contexto se desarrolla una expedición americana al nuevo mundo y en ella participa Guilford Law, un joven fotógrafo a través del cual se nos presenta Darwinia en toda su brillante extrañeza. Esta primera parte de la novela resulta desde luego la más atractiva, siendo el típico relato de descubrimiento de un nuevo mundo por parte de alguien ajeno a él. Wilson consigue transmitir con eficacia la ilusión inherente a tal hecho además de llevar con amenidad la batuta de la narración, marcando un ritmo muy adecuado y uniforme. No obstante, esto dura justo hasta el momento en el que entra en el campo de la ciencia ficción e intenta urdir una explicación sobre algo que en principio parece inexplicable. Lo peor que se puede decir de una novela de este género es que no te crees ni un ápice de lo que en ella ocurre. No se trata de que sea científicamente posible. Las mejores novelas de Philip K. Dick no tienen muchas veces ni pies ni cabeza pero la convicción con las que están contadas es suficiente para que no te importe si es o no posible. O se pueden mezclar teorías científicas actuales con especulaciones de tu propia cosecha y hacerlo de forma tan brillante y contundente que no se vean dudas que puedan empañar la exposición (ejemplos: Egan en Ciudad Permutación o Stephenson en Snow Crash). Pero Wilson carece de la convicción narrativa del primero y de la habilidad expositiva de los segundos y, desde el momento en el que desvela el secreto detrás de la cortina, se nota demasiado que no se cree de la misa la media. Otro punto negativo que causa estupor es el uso que se hace de las elipsis. Está claro que es preferible optar por obviar ciertos pasajes que no aportan nada en pro de la narración, pero aquí se utilizan de manera torticera. Después de 150 páginas bastante bien hilvanadas, Wilson corta por lo sano, hace de la elipsis su religión y destroza completamente el ritmo que había marcado. Personajes que desaparecen y vuelven a aparecer cuando menos te lo esperas, abundantes muertes fuera de escena, peligrosos viajes por el continente que suceden en 2 páginas (si son contados),... Si al menos los personajes tuviesen cierta enjundia la novela podría mantener a buen nivel el interés, pero llega un momento en el que te importa una higa lo que les pueda ocurrir. Después de leer todo esto se podrá pensar que la novela es insufrible y tampoco es eso. Era una cuestión de expectativas: presentación del autor en España, buena prensa, comentarios encendidos,... Situé el listón un poco alto y Wilson lo ha derribado estruendosamente. Sin embargo se lee con facilidad, lo que indica que por lo menos es amena. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2000
Este texto no puede reproducirse sin permiso.