El beso de Milena |
España está abriendo de nuevo los ojos al mundo de la ciencia ficción. Desde mediados de la década de los 70 hasta principios de los años 90 las colecciones de género ofrecían una amplia perspectiva de los autores y las obras más representativos, no quedando casi ninguno sin tener su pequeña parcela en nuestro mundillo editorial. Sin embargo la casi completa desaparición de todas ellas y la posterior sequía, únicamente rota por el escasísimo aire fresco insuflado por Minotauro y una Nova cada vez más atrapada en su perpétua endogamia, hicieron que el retraso sobre las nuevas corrientes y nombres fuese en brutal aumento. Sólo ahora, con un resurgir de las colecciones tanto profesionales como amateurs, empezamos a recuperar el paso y a una serie de autores que hasta ahora apenas habían sido traducidos. Así, Mondadori parece decidida a que no quede un sólo libro de Banks por traducir y tiene prevista la publicación de sus novelas del ciclo de la Cultura, además de seguir ofreciéndonos el resbaladizo surrealismo de Jeff Noon, cuya próxima píldora, Neddle in the Groove, promete ser memorable. Ediciones B tiene preparado un primer semestre prometedor con Cryptonomicon de Stephenson y la continuación de Un fuego en el abismo del siempre estimulante Vernor Vinge. Gigamesh, con el eclecticismo como bandera, promete un 2002 lleno de buenas obras, con George R.R. Martin y Tim Powers como bandera, reeditando Lágrimas de Luz de Marín y traduciendo por primera vez a nuestra idioma al esperado Richard Calder. Y La Factoría nos ha dado unas Navidades ciertamente espectaculares con la reedición de uno de esos clásicos que no debe faltar en ninguna biblioteca personal, Muero por dentro de Silverberg, y la publicación de dos autores que han sido los líderes en ventas en el Reino Unido en el último año, Harry Potter aparte. China Mièville y su Estación de la Calle Perdido por un lado y Paul McAuley por otro, del que han publicado El beso de Milena y que ahora paso a comentar brevemente. Su argumento gira en torno a lo que se podría llamar la santísima trinidad de la ciencia ficción actual: nanotecnología, biotecnología y realidad virtual. Se desarrolla en una Europa en la primera mitad del presente siglo, donde los avances biotecnológicos han propiciado la creación de unos seres antropomorfos, llamados muñecas, que se utilizan para realizar todo tipo de trabajos físicos como si fuesen esclavos, además de servir como mecanismo de diversión, incluidas modernas peleas de gladiadores y todo tipo de perversiones sexuales. Alex Sharkey, un joven y orondo hacker genético, se gana la vida modificando el ADN de algunos retrovirus para que tengan el mismo efecto que ciertas drogas psicoactivas sin la molesta adicción de estas últimas. Para poder pagarse el equipo necesario y poder desenvolverse convenientemente en su profesión, acude a un capo de las tríadas hongkongnesas en Londres, Billy Rock. Éste tiene el oscuro propósito de conseguir que las muñecas, inicialmente con los aparatos sexuales completamente atrofiados, se puedan reproducir. Mientras trabaja en este asunto es contactado por Milena, una enigmática niña de la que Sharkey queda completamente prendado, que le plantea un objetivo todavía mayor. Hacer que las muñecas puedan independizarse y convertirse en seres vivos plenamente autónomos, lo que posteriormente se denomina hada. Y, como decía Mayra Gómez Kemp en el Un, Dos, Tres, hasta aquí puedo leer. Porque El beso de Milena es una obra mucho más compleja y que va bastante más allá de lo que aquí arriba he contado, tanto argumental como conceptualmente, pero es mejor zambullirse en ella uno mismo y no matar algunas de las sorpresas que se van dejando ver por sus 336 páginas de apretada letra. McAuley divide la historia en tres actos entre los que hay varios años de diferencia, aprovechando esta circunstancia para cambiar de escenario y así poder apreciar tanto el amplio cambio que se ha producido en el mundo como una evolución en el personaje principal. Éste pasa de ser un pobre erudito manipulado y vapuleado por aquellos que le rodean a una especie de trasunto de Haviland Tuf, el conocido personaje de George R. R. Martin, que parece tenerlo todo bajo control pero sin su diarrea verborreica. Como escritor con sólida base científica, hace uso de esos conocimientos para crear una trama repleta de curiosos utensilios de todo tipo y especulaciones geneticobiológicas con discurso ético incluido, para lo cual utiliza un lenguaje bastante sencillo no exento de matices que será apreciado tanto por los legos como por los iniciados en la materia. Entre todos los cachivaches y avances tecnológicos que presenta hay uno que clava sus garras en el lector, especialmente porque con vistas al futuro resulta impactante. Me refiero a lo que bautiza como fembots, máquinas nanotecnológicas que entran en nuestro organismo y producen cambios en él, tanto físicos como mentales. Así ciertas sectas hacen uso de ellos para adquirir nuevos fieles que se ven obligados a obedecer ciegamente las instrucciones que los fembots introducen en su memoria. Su prosa es imaginativa, ágil y envolvente, equilibrando bastante los momentos discursivos con otros en los que se desencadena la acción, que a veces toma un ritmo excesivamente endiablado. Y a pesar del carácter irreal de la nomenclatura que hace uso para aludir a parte meramente biotecnológica, El beso de Milena da la sensación de desarrollarse en un mundo muy parecido al actual y bastante lejano del acartonamiento que destilan muchas de las novelas de futuro cercano. Esta propiedad de la que McAuley sabe dotar a su obra surge del reconocido amor que siente por el género y su extensísimo conocimiento. Aprovecha indiscriminadamente toda una serie de avances y situaciones expuestos en obras claves y puntales del género para hilvanar un mundo plenamente auto consistente y que supone un acicate para los conocedores del género, ya que se disfruta bastante descubriendo estas referencias. En la mayoría de las ocasiones estos sentidos homenajes se reducen a utilizar términos ya conocidos para definir ciertos productos, como una droga que produce un gran bienestar a la que llama soma en homenaje a la célebre droga de Un mundo feliz. Pero también tira ampliamente de paisajes, situaciones y escenarios que han sido desarrollados convenientemente en otras obras como Ciudad Permutación, La era del diamante o Ciudad. Incluso todo el primer acto, en especial el que se desarrolla en los llamados campos de la muerte, parece sacado de la novela Ambiente de Womack, mientras que el paisaje albanés plagado de seres extraños donde transcurre la tercera parte, da la sensación de ser en parte una reescritura en clave actual de Tú, el inmortal de Zelazny. Esto, que en otras ocasiones no es más que un mero artificio utilizado para ganar la complicidad del lector, aquí está perfectamente llevado, sin chirriar ni molestar lo más mínimo. También es cierto que tiene algunos defectos ligeramente engorrosos. McAuley apuesta claramente por una narrativa frenética y a la vez densa, en la que exige la atención del lector para que éste no se pierda. Eso hace que en ocasiones se tenga que retomar varias veces la lectura de un mismo párrafo para asimilar toda la información o entender cómo ha transcurrido la acción. Es más. Su riqueza temática y de discurso hace que cuando llegas al final parte de él se haya perdido y no tengas la impresión de que la obra ha cerrado todos los cabos, quedando levemente la sensación de que para el viaje al que hemos asistido no se necesitaban todas esas alforjas, excesivamente sobrecargadas. Un poco de simplicidad bien entendida beneficia horrores una narración. La edición que nos ofrece La Factoría está mejor realizada que en ocasiones precedentes, dando la sensación de que paulatinamente van aprendiendo de los errores cometidos, aunque no entiendo por qué las notas del traductor se insertan en medio del texto de una forma completamente antinatural. La labor del traductor es aceptable, aunque tiende a ser excesivamente literal, traduciendo gran cantidad de términos científicos de manera defectuosa. Así la transcriptasa inversa, encima fundamental en el funcionamiento de los retrovirus, es convertida en transcriptasa reversa, mientras que el antialiasing, una técnica de proceso gráfico utilizada para mejora la apariencia de estos, es traducido por antialias. El beso de Milena es una de las lecturas muy estimulante especialmente recomendada para lectores que no le hagan ascos a las nuevas ideas ni a autores como Greg Egan. Lo pasarán bien. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2002
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