Horizontes lejanos Relatos que contiene:
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Hace poco comentaba por estos lares las virtudes y defectos que tenía Leyendas negras, la antología de relatos fantásticos seleccionada por Robert Silverberg, cuya premisa era recuperar a algunos de los más conocidos universos de los supuestos "mejores" escritores de fantasía de la actualidad. Y, en resumen, a pesar de la evidente irregularidad, había una novela corta de George R. R. Martin que justificaba sobradamente su compra. 4 meses después ha aparecido el mismo invento pero centrado en la ciencia ficción y, lamentablemente, hace aguas por los 4 costados. Sin embargo esta vez nada justifica el desembolso. Primer torpedo por debajo de la línea de flotación. Se supone que el seleccionador debería haber escogido a los mejores escritores del género para que retomasen antiguos personajes e historias para aportar nuevas visiones de sus particulares mundos ficticios. Sin embargo Silverberg hace un ejercicio de prestidigitación y transforma el concepto seminal de mejores escritores por el más peregrino de escritores más populares (y vendedores).Y, como todo el mundo sabe, ser un productor de bestsellers no implica se un buen escritor. Para acentuar un poco más el hastío que esto provoca, resulta bastante triste observar cómo Silverberg se ha vendido imitando las feniciadas más celebradas del buen doctor Asimov (aunque es reconfortante el que haya podido sacar más que un plato de lentejas). ¿Realmente algo como Horizontes lejanos necesita editor? Hasta el chico que saca las fotocopias en la editorial podía haber pergueñado este despropósito. Coges la lista de bestsellers, los respectivos números de teléfono, llamas, dejas transcurrir 6 meses, recoges los relatos, publicas y a esperar el éxito. Me imagino cómo debe haber sufrido el pobrecito, sudado y adelgazado algunos kilos en el proceso. Segundo torpedo. La corteza de miras de la selección. En principio resulta bastante revelador la procedencia de los escritores participantes. Todos y cada uno de ellos son norteamericanos. Está claro que en una antología parida en los EEUU no van a aparecer obras de escritores húngaros o polacos (Lem no existe, es un invento de sus ¿escasos? lectores), pero en el Reino Unido y Canadá también son anglosajones. ¿Por qué no incluir un relato de Stephen Baxter y su ciclo de los Xeelee? ¿Tanto costaba haber contactado con Iain Banks para que escribiese un nuevo relato de su refrescante serie de la Cultura? O haberse arriesgado un pelín y haber introducido algo diferente. ¿Una historia del Archipiélago de Sueño de Cristopher Priest? Como decía el Popi, el celebrado camarada de Makinavaja, nasty de plastic. Bienvenidos al nuevo provincianismo. Para acentuar aun más esta visión reduccionista del género, se opta casi exclusivamente por escritores de un tipo de ciencia ficción: los más allegados a la llamada ciencia ficción de ideas. Viendo los nombres seleccionados parece que Robert Silverberg es un pseudónimo de Miquel Barceló. Que no falten ni Brin, ni Benford ni Bear. Se echa en falta un poco de arrojo y valentía, y haber apostado también en parte por la ciencia ficción más literaria, haber reconocido que también existe otra forma de concebir el género. No voy a decir que se hubiese contactado con Ballard, que carece de universos recurrentes en los que situe sus historias. Pero ahí estaba Gene Wolfe para escribir algo relacionado con El libro del sol nuevo o William Gibson para recuperar ambientes o personajes de su trilogía cyberpunk. O Brian Aldiss. O Octavia Butler, ganadora del último premio Nebula. Incluso se podía haber acudido (de nuevo) a George R. R. Martin para que escribiese un cuento también aquí (al igual que los otros que repiten) sobre Haviland Tuf. Sorprende la falta de miras y de riesgo. Tercer torpedo. La baja calidad de los relatos seleccionados que van desde lo infecto, el relato escrito por Frederik Pohl en el que retoma a los Heechee se lleva la palma, hasta lo ñoño, el de Le Guin, que nos devuelve a Cuatro caminos hacia el perdón sólo que infinitamente peor (al nivel de Un pescador del mar interior); pasando por lo intrascendente (el resto). Es más, los relatos de Benford, Bear, Brin, Simmons (e incluso Card) resultarán ininteligibles para el lector ocasional, no aportando nada nuevo excepto la certeza de que andan bastante cortos de ideas. Otros como Nancy Kress o el propio Silverberg hacen por lo menos un intento por introducir a los nuevos lectores en su historia. Gracias sean dadas al Hacedor, no todo son paladas de arena y siempre hay algo de cal. Es de justicia reconocer el oficio puesto por Simmons y Haldeman en sus historias que, si bien no son lo mejor que ha salido de sus plumas, sí se dejan leer con agrado e interés. Simmons recupera el universo de Los cantos de Hyperion para contar una historia sobre unos viajeros que buscan un nuevo planeta en el que establecerse y que traban contacto con otra civilización galáctica, amenazada por un objeto que no pueden controlar. Y Haldeman vuelve a La guerra interminable para contar una historia paralela a la última parte de su célebre novela. Nada nuevo bajo el sol pero bastante potable. La sorpresa de la selección la constituye el propio seleccionador y el relato Conocer al Dragón. Para empezar la premisa es interesante. Se desarrolla en una tierra paralela en la que el Imperio romano sobrevivió a su periodo de crisis y resurgió con gran fuerza, llegando a dominar gran parte del mundo. Situado en la época de la ilustración, cuenta la historia de Tiberio Ulpio Draco, un consejero de un nuevo emperador bastante decadente, que está muy interesado en la figura de Trajano VII, un emperador antepasado suyo que fue la primera persona en circunvalar el globo terrestre. Mientras participa en un faraónico proyecto para su señor, llega a sus manos un diario de ese viaje y nosotros participamos de ese relato. Destaca la inteligencia y la habilidad de Silverberg para fabricar un pasado a partir del nuestro. Ha traducido los acontecimientos más importantes de la historia europea, elaborando una brillante ucronía a partir de ellos. Hay un renacimiento, una ilustración, la caída de los regímenes absolutistas,... Obviamente Trajano VII es un amalgama de Trajano con Juan Sebastián Elcano. Asimismo encontramos el saber hacer de Silverberg y su meritoria mano izquierda. Lo único que se le puede reprochar es su forma de culminar el relato, que finaliza de forma abrupta y bastante poco meditada, como si todo lo que hubiese planteado no fuese satisfactorio y hubiese optado por terminarlo tajantemente. Un pecadillo menor, en todo caso. ¡Ah! Se me olvidaba el cuarto torpedo (al fin y al cabo si son cuatro esquinas las que hacen aguas deben ser cuatro los boquetes). Creo que si miran la editorial que lo ha publicado en nuestro idioma adivinarán rápidamente a lo que me refiero. Sólo hay que leer la portada y ver lo de Ursula K. Leguin, to juntito para dar cohesión y que no se caiga parte del apellido. Y es que los duendes de imprenta en La Factoría de Ideas son más traviesos que los del resto de editoriales (o sus correctores más ineptos). La traducción vuelve a estar bastante pasada de moda (suena muy años 60) y, en ciertos momentos, resulta enervante el orden elegido para poner ciertos nombres con sus correspondientes adjetivos, respetando el del original sin reordenarlos como dicta el sentido común. Además Domingo Santos no ha hecho los deberes y no respeta la nomenclatura utilizada en las traducciones de las novelas seminales. Para muestra un botón. Parte de la novela corta de Haldeman se desarrolla en Heaven, traducido en el pasado como Paraíso y aquí como Cielo. Está claro que el vocablo puede tener las dos acepciones. Pero si tenemos en cuenta que el planeta es un paraíso y que no se llama Sky, pues se debería haber mantenido el nombre de Paraíso, mucho más fiel al original. Y como esta incontables (tiene delito cambiar lo de Vacío que vincula por el literal Vacío que ata) Una vez terminada me siento un poco como si hubiese tirado miserablemente el dinero y dilapidado mi escaso tiempo en este libro. Le pongo dos estrellas porque a ratos se deja leer. Para incondicionales fanáticos. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2001
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