Luz de otros días
Arthur C. Clarke y Stephen Baxter
La factoría de ideas
The light of other days
2000

Diciembre de 2000

Traducción Domingo Santos
330 páginas
Ilustración Alonso Esteban

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Existe en la ciencia ficción una costumbre bastante arraigada desde sus inicios en el segundo cuarto del siglo XX: escribir algunas novelas por parejas; dos escritores con gran afinidad se ponen de acuerdo para trabajar en equipo y dar a luz su "retoño", que como todo hijo tiene algo de ambos "progenitores". Esta forma de trabajo, que ha ofrecido resultados tan inteligentes como Mercaderes del espacio, se pervirtió cuando las editoriales creyeron encontrar en ella la gallina de los huevos de oro. Captarían a un escritor de reconocido prestigio para que pusiese su nombre en la portada, contratarían a un machaca para escribirla entera y, si tenía suerte, aparecer con su nombre mucho más pequeñito en el mismo sitio. Esta forma tan "brillante" de trabajo ha sido cuasi monopolizada en los últimos años por dos de los llamados tres grandes (el pobre Heinlein se murió antes de que pudiese ser felizmente explotado). Tanto Isaac Asimov como Arthur C. Clarke no se han distinguido por su honestidad y han engrosado sus ya de por sí excelentes cuentas a costa de rentabilizar la aparición de sus nombres en novelas escritas por el negro de turno, limitándose casi exclusivamente a poner el argumento en torno al que se desarrollaría la historia.

El negro acostumbra a ser un desconocido que intenta hacerse un nombre en el duro mundo editorial. Pero otras veces es un escritor con un cierto nombre que, por necesidades monetarias, vende un poco de su arte para poder llegar más fácilmente a fin de mes. Así, uno de los grandes escritores de finales de los 60 y principios de los 70, Robert Silverberg, se encargó de coger tres célebres relatos de Isaac Asimov (Anochecer, El niño feo y El hombre bicentenario) y estirarlos como si fuesen goma elástica hasta convertirlos en novelas. Y el buen doctor se limitó a poner su nombre bien grande junto al título.  La pregunta que uno se formula es si esta práctica es reprobable. Desde luego a mi me lo parece desde el momento en el que alguien que no ha hecho el trabajo deja que su nombre aparezca bien grande y encima se lleva el dinero que debería llevarse quien escribe la novela. Pero el mundo editorial anglosajón es así, siempre buscando nuevas formas de explotar a los despreocupados lectores, ansiosos por leer "nuevos" textos de sus escritores favoritos.

Luz de otros días, a primera vista, parece una novela realizada de esta manera. Y sin embargo, hasta cierto punto, no lo es. Supuestamente ha sido escrita al alimón por Arthur C. Clarke, uno de los más conocidos explotamachacas a la vez que uno de los clásicos del género, y Stephen Baxter, un escritor más que aceptable autor de Las naves del tiempo, un recomendable tour de force tanto por su amenidad como por su brillante contenido especulativo. Y, por lo que parece, Clarke, además de poner el nombre, ha realizado parte del trabajo. No tanto el escribir la novela, realizada en su mayor parte por Baxter, como el haber apechugado con gran parte del "trabajo de campo", preparando tanto la parte científica como tecnológica de la novela. Algo estimable si tenemos en cuenta que Luz de otros días es una (buena) muestra de ficción especulativa.

El núcleo en torno al que gravita todo en Luz de otros días es la llamada gusanocámara, un infernal aparatejo capaz de obtener imágenes de cualquier punto del mundo que se quiera en tiempo real. Utilizada en un principio para obtener imágenes de noticias en el mismo instante en que se estén produciendo, prevenir catástrofes naturales o impedir crímenes, poco a poco su uso cambia al que todos estamos pensando; poder meternos en la vida de los demás y descubrir lo que hacen de puertas hacia adentro. El Diez minutos definitivo. Posteriormente se le descubren nuevos usos, como la posibilidad de obtener imágenes del pasado, lo que conducirá a descubrir lo que sucedió en los momentos claves de la historia.

La novela se deja leer con agrado suponiendo una curiosa y brillante visión sobre cómo puede ser la sociedad en el futuro y la forma en que la tecnología puede alterar nuestras vidas. Aunque en sí la idea no es ni mucho menos novedosa. La gusanocámara es una versión ampliada del vidrio lento que Bob Shaw urdió en sus imaginativos relatos recopilados bajo el título Otros días, otros ojos, donde inventaba un vidrio que provocaba una brutal disminución de la velocidad de la luz, pudiendo ver a través suyo sucesos ocurridos hace un determinado tiempo. No obstante, Clarke y Baxter son mucho más ambiciosos y, por momentos, llegan a penetrar en el terreno de la ciencia ficción prospectiva a la manera de Stapledon, aunque no aciertan a igualar el agradable tono costumbrista que destilaban algunas de las escenas que Shaw planteaba en su propuesta.

Pero no puedo negar que la convicción con la que cuentan la historia hace que no se dude de que las cosas sucederían tal y como se narran. Además la parte científico-tecnológica está tan bien desarrollada que no se le atragantará a aquellos que al oír la palabra ciencia acostumbran a salir corriendo. En esto se nota la mano de Clarke, junto a Asimov o Sagan, uno de los más importantes divulgadores científicos de este siglo.

Aunque hay cosas que no puedo pasar sin comentar. Primero está la estructura elegida por los autores para desarrollar la historia, muy semejante a la que tenía El fin de la infancia, novela de Clarke que tiene ya casi 50 años. En la mejor tradición del autor residente en Sri Lanka y de su avezado heredero, el argumento es completamente lineal. No hay visones de lo que ocurre con su uso en el resto del mundo ni hay otros personajes que enriquezcan el argumento: todo les ocurre a los protagonistas (Me pregunto qué hubiese ocurrido si alguien como John Brunner hubiese cogido el dossier de partida de Clarke y Baxter y hubiese escrito la novela). Eso les convierte en meros intermediarios entre los avances tecnológicos que se quieren presentar y el lector. Resulta curioso observar cómo una y otra vez, en la tradición del mejor cine de espías (donde para que el espectador no se perdiese se paraba la acción y alguien recapitulaba lo que había ocurrido hasta ese momento) se dedican a explicarnos el nuevo uso que se le puede dar a tal instrumento y como éste ha afectado a una sociedad ya de por sí convulsionada por todo lo aparecido anteriormente.

En el aspecto ideológico hay un par de aspectos que resultan como mínimo tendenciosos. Cuando se ponen a contar barrabasadas cometidas por la humanidad a lo largo de la historia se recuerda lo cabrones que hemos sido los españoles en américa, los belgas en el congo, los cristianos en las cruzadas,... Y curiosamente los británicos se escapan de rositas cuando a hacer el hijo de puta eran bastante competitivos. También se detecta un cierto tufillo euro escéptico que repatea un poco. Baste decir que Gran Bretaña pasa a comienzos del S-XXI una crisis por su "inmersión en Europa" de la que se salva abandonando la decrépita Unión Europea y convirtiéndose en el estado número 52 de los EEUU. Supongo que tanto Clarke como Baxter les hará tilín el Star Spangled Banner y las "bondades" del sistema económico estadounidense.

Sobre la ya conocida falta de seriedad de La Factoría a la hora de editar sus productos, esta vez tampoco decepcionan a sus "seguidores". Cuando compras un libro caro (en este caso sobrepasa las 3000 calas) esperas cuanto menos una edición acorde con lo pagado. Y aquí la traducción está poco trabajada y suena a pasada de moda. Valgan un par de ejemplos. No se entiende cómo alguien puede poner tasas de interés cuando se sabe que se están refiriendo a los tipos de interés, o cómo en un libro con alto contenido tecnológico no se ha cuidado al máximo la nomenclatura, que se encuentra traducida de forma literal y no acude a las versiones estándar utilizadas en España. Al microscopio de efecto túnel se le cambia el nombre por microscopio de escáner de túnel. Y como estas unas cuantas.

Pero esta vez no ha sido suficiente para tapar el buen sabor de boca que me ha dejado al final Luz de otros días, con una brillante teoría sobre el origen de la vida en la tierra como gran fin de fiesta. Merece la pena el desembolso económico con tal de recuperar el mejor Clarke en mucho tiempo. Una buena novela de ciencia ficción escrita a la antigua usanza.

© Ignacio Illarregui Gárate 2001
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