Otros días, otros
ojos
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Bob Shaw es uno de los eternos secundarios de la ciencia ficción. Injustamente olvidado por los lectores y editoriales de hoy en día, tuvo su pequeño momento de gloria a finales de los 60 y durante toda la década de los 70, cuando escribió sus mejores obras, la mayoría publicadas en nuestro idioma (salvo la notable excepción de Orbitsville) Uno de sus recursos favoritos era el de utilizar la trama de sus historias para indagar en cómo un hecho tecnológico importante cambia la vida del ser humano en múltiples aspectos. Por ejemplo, en la serie de Los astronautas harapientos nos situaba en un mundo donde la carencia de metales provocaba que se tuviese que trabajar con madera para lanzar sus naves al espacio. Otros días, otros ojos, uno de sus primeros trabajos, recoge una serie de relatos unidos por un mismo artefacto, el vidrio lento. Este es el nombre con el que se conoce a unos cristales transparentes que disminuyen de forma brutal la velocidad de la luz en su interior, lo que permite observar cuando se mira a través suyo lo que ha ocurrido en su presencia hace un determinado tiempo. Dependiendo del grosor que tenga se puede jugar con la duración del efecto, que puede ir de unos pocos segundos en el caso de los más finos a varios años en el de los más gruesos. Puestos a pensar qué usos podrían tener no parece haber muchos, pero ahí entra la creatividad de Shaw que nos conduce por las alteraciones que padecería la sociedad de su época (finales de los 60) bajo la visión del vidrio lento. El libro está formado por tres relatos intercalados a lo largo de una novela corta, utilizada como eje para vertebrar el conjunto. Shaw enseña con habilidad sus galones como reputado escritor de ciencia ficción hard y recorre sin estridencias las diversas etapas por las que atraviesa el gadget: su descubrimiento por azar, la manera en que se van investigando sus posibilidades, cómo la sociedad civil acepta (o no) los diferentes usos que se le van dando, la versatilidad que tiene como soporte para cualquier imagen que se quiera tomar,... Hasta llegar al último uso que insinúa, pura teoría de la conspiración, surgida del terrible momento que estaba pasando la sociedad americana, que todavía produce pavor. Por contra, para no defraudar al personal, cae con contumacia en los defectos típicos de este tipo de ciencia ficción (trama rutinaria, personajes planos y sobreactuados, motivaciones mal explicitadas,...), y eleva hasta el paroxismo uno que, incluso hoy en día, sigue campando por la ciencia ficción actual. Sin ir muy lejos, en La trilogía de Marte de Kim Stanley Robinson. Los dos personajes que utiliza para conducirnos a lo largo de los acontecimientos antes narrados, el prototípico matrimonio problemático con sus rutinarios vicios personales, su profundo desamor y su frustración, certifica por enésima vez que una gran idea se puede caer si se apoya siempre sobre los mismos hombros. ¿Cómo va a resultar creíble que absolutamente todo les ocurra a los mismos dos seres humanos que, además, viven hechos inverosímiles, como la conversión del científico multiuso en el Sherlock Holmes de la época, capaz de desfacer hasta el más abstruso entuerto? Mientras, los tres relatos insertos entre los capítulos de la novela, que tratan aspectos colaterales de la historia del vidrio lento, se sostienen mejor; Shaw no tiene tiempo de caer en fórmulas y consigue culminar algún momento emotivo. El más satisfactorio es Luz de otros días, que en apenas 10 páginas presenta a tres personajes, deja entrever sus problemas, muestra su relación con la nueva tecnología y emociona. Después, Una cúpula de vidrio multicolor parte de la guerra del Vietnam para denunciar el atroz comportamiento del ejército norteamericano y realizar un eficiente alegato en contra de la tortura. Por último, en El peso de la prueba, aborda el poder probatorio del cristal en un juicio por asesinato, y transmite con convicción los temores de un juez cabal que empieza a dudar si condenó a un inocente por error. Pero, aun reconociendo que estos 3 cuentos son interesantes, no puedo negar que el libro se ha quedado viejo. No sólo por las maneras exhibidas por Shaw a la hora de contar su historia, sino porque 30 años después, Arthur C. Clarke y Stephen Baxter cogieron el mismo concepto y lo llevaron más lejos en Luz de otros días, un incipiente plagio más satisfactorio. De ahí que sólo puedo recomendar Otros días, otros ojos a aquellos que quieran conocer el original, un libro decente que dejó de carburar hace tiempo. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2003
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