Regreso a Belzagor
Robert Silverberg
La Factoría de Ideas
Downward to Earth
1969

Septiembre de
2002
Traducción Margarita González Trejo
224 páginas
Ilustración Jim Burns

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Belzagor, conocido en el pasado como el planeta de Holden, ha sido abandonado por los colonizadores humanos, decididos a devolver todos los mundos "ocupados" a sus especies originarias para que puedan seguir con su antiguo modo de vida, sin interferencia alguna. A él retorna Edmund Gundersen, antiguo administrador del planeta, apresado por un sentimiento de culpa asolador que le atenaza debido al recuerdo de ciertos actos que realizó en el pasado contra su población nativa, los nildores. Éstos poseen una inteligencia menospreciada por los hombres, que no ven en ellos más que unos elefantes con ligeras luces. Y a primera vista eso parece, ya que carecen tanto de una sociedad establecida como de la habilidad para crear instrumentos que mejoren su modo de vida. Sin embargo su comprensión de los sucesos que ocurren a su alrededor, la relación que tienen con la otra especie inteligente nativa de Belzagor y su enigmática forma de expresarse hace sospechar que son más complejos de lo que aparentan.

El periplo de Gundersen está encaminado hacia un objetivo físico, la región de las brumas, lugar a donde acuden los nildores a realizar su ceremonia del renacimiento, que purifica su espíritu y regenera su cuerpo, alcanzando según ellos un estado muy cercano al de la inmortalidad. Porque no sólo ansía la expiación de sus pecados pasados sino también desentrañar qué es lo que ocurre en esa extraña ceremonia y ser el primer ser humano que participe de ella.

La historia se constituye como un viaje iniciático en el que, por una vez en Silverberg, el trayecto exterior del protagonista tiene tanta importancia como el interior. Este último se encuentra cuidado con sumo detalle, al forjar en Gundersen una personalidad compleja basada en aspectos tan usuales en sus obras como las dudas surgidas a raíz de comportamientos pasados o las nuevas percepciones que se tienen sobre el mundo cuando algo cambia tu punto de vista. Sin grietas, Gundersen se convierte en uno de esos buscadores de una salvación que pocas veces la encuentran en otro lugar que no es el interior de sí mismos.

Desde su misma concepción, Regreso a Belzagor resulta una clara deudora de El corazón de las tinieblas, la célebre disección de Conrad sobre la soledad humana y el colonialismo europeo en África. Aunque siendo sincero, apenas roza su maestría y profundidad. Por poner un ejemplo, el encuentro con el Kurtz de Belzagor (que no se llama así) no es ni por asomo igual de claustrofóbico que con el Kurtz del Congo. Sin embargo Silverberg le aporta su habitual arsenal temático que dota a la narración de una personalidad propia. Me refiero a ideas como el mesianismo, la culpa y la redención,  la comunión entre mentes, la comprensión entre iguales, la búsqueda de la verdad, la muerte, la ceguera del antropocentrismo exacerbado,...

Esta riqueza se ve acentuada por la viveza del viaje físico de Gundersen en su peregrinación, descrito con una prosa envolvente, sugerente y muy económica en el uso de las palabras, reflejando con una precisión certera un mundo extraño que reproduce perfectamente la metáfora que es Belzagor: El continente africano del siglo XIX repleta de misterios para el explorador que busca en él trascender su propio ser.

Esta última idea es quizás la que más pueda molestar al lector de hoy en día, que ve como Silverberg deja salir parte de su ideario hippy, ciertamente pasado de moda (algo que también ocurre con otros de sus clásicos como Tiempo de cambios). Además, afeitando un huevo, hay que reconocer que el final, a poco que se haya leído de ciencia ficción, está lejos de ser el clímax que se pretende, porque se ve venir desde lejos y no hay sorpresa posible.

La edición que ahora presenta La Factoría parte de la misma traducción que hizo Martínez Roca hace veinte años, una buena adaptación. Sin embargo los errores tipográficos vuelven a multiplicarse, faltan tildes a patadas y la bibliografía del autor que se recoge en las últimas páginas se convierte en el juego de busque usted  donde se ha metido la pata, con abundantes años mal puestos y varios libros que han tenido edición en castellano no reflejados (apareciendo como inéditos)

Aún así merece la pena gastarse los 18€ que cuesta, porque pocas novelas se pueden leer hoy en día que sean tan sinceras y convincentes como ésta.

© Ignacio Illarregui Gárate 2002
Este texto no puede reproducirse sin permiso.