Tiempo de cambios
Robert Silverberg
Martínez Roca
A time of changes
1971

1987

Traducción Francisco Blanco
208 páginas
Ilustración Jim Burns/Thomas Schlück

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Robert Silverberg escribió en los años comprendidos entre 1968 y 1972 algunos de los hitos más importantes de toda la corriente new wave. Después de muchos años de bregarse en novelas de medio pelo, pariendo space operas muy menores de nula trascendencia, eclosionó en toda una serie de novelas de una variedad temática realmente sorprendente que resulta difícilmente entendible después de la uniformidad presente en su producción anterior. Obras como La torre de cristal, El libro de los cráneos, El mundo interior, Muero por dentro (próximamente reeditada por La Factoría) o Regreso a Belzagor son excelentes ejemplos de lo que es la buena ciencia ficción. Sin embargo tal muestra de genialidad prolífica no fue recibida como merecía por la crítica y el público de la época, lo que creó un cierto hastío en su creador que no entendía como novelas (y relatos) de este calado no obtenían el reconocimiento que debieran. Es cierto que Silverberg pudo pecar de inmodestia al reconocer esto pero no es menos cierto que este hecho ha pasado a ser una de las mayores injusticias que han ocurrido en el género, a la altura de que haya autores como Ray Bradbury, Thomas Disch, James Ballard o Stanislaw Lem sin un maldito premio. Curiosamente esta novela, no de las mejores, sí que le tocó uno y por ello ha quedado como la más conocida de todas las que escribió.

Tiempo de cambios describe una sociedad en la cual hablar de uno mismo está mal visto y se ha proscrito el uso de la primera persona, que no es empleada en ningún momento. Esta norma social tan extraña proviene de los antiguos colonizadores del planeta, que defendían un razonamiento tan peregrino como el siguiente: hablar demasiado de uno mismo conduce a la autocomplacencia, ésta a la autocompasión y ésta, finalmente, a la autocorrupción. Así que la primera persona del singular está proscrita y cuando alguien quieren hablar de si mismo utiliza expresiones como uno necesita o uno quiere decir. Este "artificio" le permite a Silverberg realizar un interesante ejercicio de estilo que no es gratuito y que enriquece literariamente la interesante especulación que desarrolla en sus páginas. En cierta manera recuerda a lo que Ursula K. Le Guin consiguió en su novela Los desposeídos, que describía una anarquía en toda regla y donde no se usaban en ningún momento ni los determinantes ni los pronombres posesivos. 

Sin embargo la especulación sociológica queda al final un poco de lado y el protagonismo lo toma por completo la evolución del personaje principal. Kinnall Darival es un hombre que tras una serie de peripecias vitales que le obligan a huir de su país lo tiene todo en la vida para ser feliz. Sin embargo siente un cierto descontento interno ya que las duras convenciones de la sociedad en la que vive le impiden proclamar su amor a la persona que quiere. Un día entra en contacto con un comerciante terrestre con el que traba amistad y con el que establece una relación que acabará rompiendo con todos sus prejuicios sociales, provocando un cambio total en su interior que le convierte en una especie de mesías que proclama la necesidad de una apertura total al otro. Tiempo de cambios disecciona hábilmente todos los motivos de descontento de Darival, profundizando en muchos de ellos y revelando las causas que producen esa necesidad de escapar de la alienación que oprime sus sentimientos y le impide alcanzar la plenitud como ser humano. 

Globalmente la historia se puede considerar como una hija del tiempo en que fue escrita, en pleno movimiento hippie. Esta sensación se ve acentuada por el hecho de que el disparador que libera al protagonista de las duras inhibiciones sociales es una droga que se consume en grupos y que permite alcanzar la mente de los que te rodean por unos minutos. Silverberg da vueltas constantemente al ideal de Paz, amor y drogas que se hizo famoso entre la juventud americana a finales de los años 60, lo que hace que suene un poco pasada de moda y la deje un escalón por debajo a otras obras escritas en esa misma época como Muero por dentro. No es que el mensaje almacenado en sus páginas sea reprobable; simplemente leído hoy en día ha perdido fuerza y, sobre todo, vigencia. Aun así merece la pena echarle un vistazo para indagar un poco en uno de los autores más importantes que ha tenido el género, un auténtico clásico a descubrir.

© Ignacio Illarregui Gárate 2001
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