Una canción para Lya Relatos:
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Después de mucho tiempo de buscar y no encontrar, he conseguido hacerme con esta colección de relatos que recoge los primeros cuentos de ciencia ficción publicados por George R. R. Martin a comienzos de su carrera, cuando todavía se dedicaba a la escritura de forma completamente amateur. Su precio ha sido aparentemente elevado (mi ejemplar de Bosque Mitago), sensación que se podría ver corroborada si se tiene en cuenta que fue saldado a un precio irrisorio en diversos supermercados y grandes superficies. No obstante, la imposibilidad existente hoy en día de hacerse con un ejemplar, los elevados precios que se piden cuando se pone uno a tiro (36€ en mi última visita a la librería Gigamesh), y su importancia a la hora de conocer los inicios de uno de los narradores más sólidos de la actualidad, me hacen pensar que después de todo he salido ganando con el cambio. A pesar de que literariamente gran parte de los relatos que aquí se recogen no son más que ingenuas muestras de lo que después ha desarrollado. El ejemplo más claro de esto lo hallamos en "Oscuros, oscuros eran los túneles", que no es más que la particular versión corta sin mordiente que un escritor aficionado haría de una obra maestra como "Un muchacho y su perro" de Harlan Ellison. Mismo argumento (encuentro entre miembros de dos entornos diferentes que han sobrevivido a una catástrofe nuclear), mismas motivaciones (un "salvaje" se enfrenta a alguien que necesita sangre nueva que le libere de la endogamia), mismo paisaje (unos túneles semiderruidos repletos de peligros),... Hasta comparten la presencia de un animal de compañía, en este caso una rata que se comunica telepáticamente con su compañero. Sin embargo, donde en Ellison había una corrosiva visión de lo que es la civilización, la incomprensión existente entre culturas diferentes y el fino velo que nos separa de la barbarie, repleto de sana incorrección, aquí todo se reduce a reflejar el segundo punto, de una manera harto previsible. Y no es que el relato sea malo, ni mucho menos. Es ágil, está razonablemente bien contado, a pesar de que los diálogos son muy forzados, y resulta relativamente climático. Pero suena demasiado a historia ya oída. Del mismo defecto adolece "La salida para San Breta", típica historia de aparecidos que han muerto en un accidente de tráfico y cuya única gracia está en las tres primeras páginas donde se nos describe unas ruinosas autopistas debido a la desaparición de los automóviles "terrestres". Mientras, "Desobediencia" se limita a ser un cuento de zombies vestida con otros ropajes y lo mismo se podría decir de "La segunda clase de soledad", sobre la locura causada por largos períodos de aislamiento en el espacio, si no fuese porque con un forzadillo giro final realza un poco su alcance. Por otro lado, "Carrera hacia la luz estelar" es la versión futurista del fútbol americano en plan Rompehuesos de Robert Aldritch pero sin gracia. Llama la atención encontrar un relato como "ftl" entre el resto. Después de todo, la mayoría pasa de la veintena de páginas y éste ocupa apenas tres. En sí es un divertido homenaje a Fredric Brown, el gran maestro del cuento corto, al que, sin embargo, su propia extensión le juega una mala pasada: se podría haber contado en un espacio todavía menor. Lo que sí constituye una sorpresa es su primer relato, "El héroe", que en apenas veinte bisoñas páginas resume el ideario antibelicista contra Vietnam que Haldeman desplegó años más tarde en La guerra interminable, perfilando tanto la manipulación a la que se somete a los soldados para que se conviertan en máquinas de matar como la dificultad de reinserción después de su participación en el conflicto. Ideas que también emergieron en Recuerdo todos mis pecados. Para el lector conocedor de su obra, más allá de lo conseguidos o no que esté cada una de las piezas, lo que más decepciona es comprobar que en pocos de ellos se pueden observar aquellos elementos que después se han convertido en el santo y seña de su narrativa, seguramente porque cuando se escribieron su voz como narrador todavía estaba en plena formación y buscando sus señas de identidad. El relato que mejor los recoge es "Las brumas se ponen por la mañana", quizás su primer gran éxito y por el que recibió una nominación al premio Hugo. En él elabora un atmosférico entorno, un planeta rodeado por una inmensa capa de niebla que sólo desaparece en ciertas zonas cuando es calentado por el sol, bastante inquietante al estar envuelto de un misterio (unas extrañas muertes atribuidas a unos etéreos seres mitológicos), y da rienda suelta a su gusto por el romanticismo, escondido esta vez no sólo en la existencia del enigma sino también en su persistencia. Finalmente, llegamos a la joya de la selección, el relato que con su mera existencia justifica la consecución del libro y que considero una de las cumbres más sentidas del género. Porque haber amado y amar "Una canción para Lya" resulta para mi algo indisoluble. Nunca un relato de ciencia ficción había captado de una forma tan intensa ni el miedo que produce la muerte, ni el estado de ánimo en el que se vive cuando se está bajo los "efectos" del amor, el temor que crece cuando éste está amenazado y la terrible desolación que surge cuando algo te arrebata al ser querido. Y da un poco lo mismo que el culto religioso que está en el núcleo de la ruptura sean los hare krishnas de toda la vida, levemente maquillados para que no desentonen en el envolvente escenario donde están situados. Todo su desarrollo es narrativamente inapelable, estremecedor, y la más fehaciente demostración de que, dentro del género, hay gente capacitada para tratar estos temas desde una sensibilidad enriquecedora y vibrante. La gran pena es que la traducción sea abiertamente deplorable, hasta el punto que puedo afirmar sin temor a equivocarme que yo lo hubiese hecho mucho mejor. No es sólo que haya habido falta de pasión por el trabajo. Estamos ante un auténtico caso de ineptitud, que destroza gran parte del encanto de la lectura. |
© Ignacio Illarregui Gárate 2003
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